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La Makina del Karibe, terapia cósmica champetúa

La agrupación nacional se prepara para lanzar un nuevo disco y realizar una gira por Europa

Juan Sebastián Jiménez
12 de abril de 2012 - 03:59 p. m.

La Makina del Karibe es una banda de afroaltiplánicos lleva el sucus africano al último nivel y lo hace perdiendo la compostura. Cada uno de sus integrantes es un personaje y su show apunta a que quienes los escuchan expíen sus culpas o pequen.

Se dice que el Makimán proviene de la ciudad de Champetesburgo, capital de la República Independiente de Gozambique, un pequeño país de Turbakistán, una de las regiones más importantes del planeta Terapikron, a años luz de distancia de acá. Reza la leyenda que el Makimán no conquista a nadie, que cuando va por la calle la gente lo llama un patán y lo rechaza. No es un superhéroe popular.

Sin tapujos: es un perdedor y a pesar de ello es el símbolo de la Makina del Karibe una banda de afroaltiplánicos que burlándose de sí misma se ha labrado un camino que la ha llevado a Europa. Este año, se preparan para visitar Bélgica y Holanda. Habrán de ver cómo se baila champeta en zuecos.

Terapia cósmica champetúa. Eso es lo que hace la Mákina del Karibe. Sobre el escenario son un show de otro mundo. Suena una canción y de repente paran a reírse de esto y de lo otro. “Cerveza a 200 pesos. Acérquense a la barra. No desaprovechen la oferta”, dice Richard Arnedo, líder de la banda. Lo hace a cada rato y vuelve locos a los administradores de los bares a los que va, todo porque la gente cae en su treta. Pero la Mákina no es una broma: es una catarsis. Lo de Terapia no es gratuito. Así se le conoció a su género, el sucus, cuando arribó a Francia, proveniente de África. Según cuentan, los grupos que tocaban este ritmo entraban a las cabina de sonido y quedaban en trance, un trance que duraba horas, que no se detenía, un frenesí de guitarra y percusión.

Lo de cósmica se sobreentiende y lo de champetúa es una historia diferente. La champeta es un cuchillo de mediano tamaño que era usado por los obreros, los comerciantes y los pandilleros de Cartagena (Bolívar) usaban para trabajar y para defenderse. Ellos eran los que escuchaban el sucus, el público de este ritmo enloquecedor y fue por ello que a esta música se le fue conociendo como champeta. Sin embargo, durante sus primeros años la champeta siguió relacionándose a las pandillas, a las peleas, a la violencia, decir champetudo era algo peyorativo, hasta que la música prevaleció sobre los estereotipos y champetudo dejó de ser algo negativo. Eso sí, si hay algo contra lo que lucha la Mákina es contra los estereotipos. Arnedo confiesa que una vez colegas del gremio le increparon por la cantidad de ‘cachacos’ en la banda y allí surgió el término afroaltiplánicos.

Sí, este es un rockcumbiapunkchampetero que toca maravillosamente el ‘cachaco efectivo’, Fabián Morales, el socio de Arnedo durante los 6 años que lleva la banda. Junto a ellos están Mónica Castilla, Adela Espitia, John Socha y Daniel Giraldo. Cada uno es un personaje de este delirio que es la Mákina y que para Arnedo es su hija, su caldo peligroso, su depresión, su felicidad. El poeta del fracaso, el boxeador que nunca peleó, Arnedo es el vocero de la locura aunque, recuerda, esta no es una misión de locos, no es una quijotada sino un proyecto que crece. “Solo nos falta algo de apoyo”, recuerda Arnedo.

Y agrega con alegría que Dinamarca, Alemania y Holanda se rindieron a sus pies hace unos años durante una gira que desarrollaron. Un día 3 mil europeos sin entender sus letras, enfrentados a un ritmo que muy probablemente no conocían se dejaron llevar por la Mákina y danzaron como lo harían los champetudos de Cartagena o los rumberos de Bogotá. Con el público, recuerda Arnedo, hay una relación particular a veces de chanza, a veces una conexión extraterrenal. El voceador de caseta, el hombre del micrófono asegura que con mucha paciencia el proyecto anda.

Eso sí, es claro: la terapia cósmica champetúa es necesaria en un país como el nuestro con tanto dolor y en unas ciudades como las nuestras ahogadas por el estrés, por ello, por el bien de la música, de los comensales, de los niños, del papa, por la salud de todos y sin que nadie falte la Mákina del Karibe seguirá con su labor social la de llevarles a los necesitados su catarsis, su bacanal de guitarra, su terapia cósmica: lo único en lo que el perdedor de el Makimán se desenvuelve bien.

 

Por Juan Sebastián Jiménez

 

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