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La oralidad caliente de Sánchez Juliao

El escritor de Lorica se ganó un lugar en la historia colombiana al demostrar que la literatura es divertimento. Aquí verán por qué.

José Luis Garcés González*, Especial para El Espectador
05 de abril de 2015 - 02:00 a. m.
Archivo – El Espectador / David Sánchez  Juliao (1945-2011).
Archivo – El Espectador / David Sánchez Juliao (1945-2011).

Sin duda que hay una oralidad fría. Que comunica pero no emociona. Que transmite una información, pero que no conmueve. Que puede vencer, pero que le es difícil convencer. En el caso del escritor David Sánchez Juliao, que acaba de cumplir cuatro años de muerto, su oralidad era caliente, reverberante y vertiginosa. Oralidad para convencer.

David poseía un enorme anecdotario; de allí surgían sus historias. Era buen oído. Buen preguntón. Atendía bien. Tenía buena memoria. Recordaba las anécdotas. Y las que no recordaba las inventaba, que es una forma válida de recordar. Y lo de él no era solo costumbrismo sinuano o caribe, era indagación y expresión de una cosmogonía, de un modo de ver, de ser, de manifestar y de manifestarse ante el mundo.

Esa oralidad caliente lo condujo a ser un formidable expositor. Embrujaba a cualquier audiencia. Tenía tono de voz, recursos fónicos, capacidad para evocar o para relacionar un hecho con otro u otros. Para establecer fácilmente la cadena seductora de la oralidad. Y fue por esa oralidad caliente que incursionó en la denominada “literatura-casete”, lo cual le dio a esa fase de su creación un tinte de vanguardia. Él afirmaba que para llegar a los pueblos de cultura iletrada, se debía y podía echar mano de los avances tecnológicos, sin cometer ningún pecado. Y lo hizo.

Inicialmente en casetes para grabadoras, que el campesino podía llevar al monte y oírlos mientras trabajaba con el machete, o podía escuchar en su rancho de palma descansando en una hamaca de fibra de plátano. Muchos de sus cuentos fueron grabados por él y se consiguen como CDs. Allí está consignada para el resto de los tiempos su oralidad formidable. Inclusive, David utilizó más la voz y dejó grabados más textos propios que el maestro Jorge Zalamea, quien abrió la trocha en ese ámbito con El sueño de las escalinatas.

Acogidos al concepto de oralidad caliente, un vistazo a la cuentística de Sánchez Juliao nos hace inferir la sucesión de tres etapas literarias. La primera, signada por el testimonio social; la segunda, por la fábula y el humor crítico; y la tercera, por la riqueza lingüística e identitaria del Caribe colombiano.

1ª. En la primera etapa ubicamos los libros “¿Por qué me llevas al hospital en canoa, papá?” e “Historias de Raca Mandaca”. (Aunque la inclusión de este último en el género del cuento, por sus dimensiones, puede ser discutible). En estos textos, el autor, desde diferentes perspectivas, nos muestra la problemática social –que también es económica, cultural, política, familiar e individual– que padecen los campesinos de la región del Sinú; las luchas que sostienen contra la adversidad, la pobreza, la exclusión. Y, ante todo, contra el hambre. Las de Sánchez Juliao no son construcciones meramente estéticas. El discurso, que pertenece cronológicamente a los años 70 del siglo XX, tiene un carácter contestatario: impugna al gamonal, al político oportunista que en tiempos de elecciones va de pueblo en pueblo ofreciendo cosas irrealizables, al uniformado que en vez de defender al expoliado, lo humilla; en fin, Sánchez Juliao describe la fatalidad que rodea a las clases campesinas del Sinú. Fatalidad que posee nombre propio: tierra. Porque ése es uno de los problemas por los cuales aún se sigue matando indiscriminadamente en este país: el desequilibrio en la tenencia de la tierra.

Debe señalarse que esos textos en donde la lucha por la tierra está presente, configuran gran parte de las características de la literatura del Sinú colombiano, pues desde la década del cuarenta del siglo XX ya se había iniciado esta narrativa con la novela Tierra Mojada del maestro Manuel Zapata Olivella. Luego, Guillermo Valencia Salgado (El Compae Goyo) dejó inscritas estas circunstancias en su poemario costumbrista El Sinú y otros cantos. Más tarde el malogrado poeta Jorge García Usta, en su compacto y barroco Monteadentro, utilizando un surrealismo telúrico, denunció en versos magníficos esta agonía del hombre de la ruralía y el dolor (Léase Sinuanía: “… Aquí, la tierra pone en el rostro/ un historial de resabios”). En todas estas creaciones los contrarios están, lógicamente, en pugna, y estructuran la solidez del discurso estético. Estos contrastes también se plantean en la cuentística de Sánchez Juliao. Y así, en sus textos (léanse En una noche clara y Nosotros habíamos maniatado la lástima), prevalece la voz coloquial del campesino que se ve sometido al engaño, al ultraje, al despojo, como víctima de los desequilibrios de la historia.

2ª La segunda etapa tiene dos valiosas expresiones narrativas: El arca de Noé y Nadie es profeta en Lorica.

El primer texto lo constituyen un conjunto de fábulas, cuentos cortos, apólogos y apuntes de diversa etiología. Es una oralidad caliente y breve. Ironiza lo humano: hace ver lo vano, lo estúpido y lo salvaje que es el hombre. No desde el ojo de sus semejantes (supuestamente seres racionales), sino desde la mirada animal. El animal observa lo que el hombre no ve. Siempre agudo, siempre cuestionador su ojo. Sánchez Juliao metaforiza al hombre, y en esta acción discursiva hay una lúdica mordaz, que revela con cierta fidelidad el imaginario cultural predominante.

Intentemos una reseña de varios de estos calientes y cortos textos:

? "Cucarachita Martínez" asume una enseñanza muy actualizada: la de la gente que se dedica a vivir del crédito y que luego, lógico, cae en la deuda y la desesperación.
? "Gatica Viloria" se va a Estados Unidos buscando mejoría y pompa para, al regreso, contar su historia de discriminación y pordebajeo: "latin cat, go home".
? En "¿Quién fue primero, el huevo o la gallina?", la moraleja está clara: busca lo fundamental y no te confundas discutiendo pendejadas.
? "Las noches de Lechuza Martínez" es la adquisición dolorosa de la claridad: la condición humana, sencillamente, da pesar.
? En "El niño y la mariposa" nos damos cuenta de que ha pasado el tiempo, de que de la expresión romántica se ha pasado a la circunstancia atrabiliaria. Qué tiempos aquellos, los de 1906, cuando don Rafael Pombo cantaba: "Mariposa /vagarosa /rica en tintes y /en donaire /¿qué haces tú de /rosa en rosa? /¿de qué vives en /el aire?"
? "¿Cuándo se ha visto que los pájaros le tiren a las escopetas?" es una joya que enseña a derribar los mitos. No importa que terminen en muertos, heridos y en desbandada: algún día los pájaros tenían que tirarle a las escopetas.
? En "La palabra tiene la palabra" hay una muestra de ironía, verdad e imaginación. Podemos divertirnos y pensar: refiéranselo a sus niños. De pronto aprenden a insistir.
? "Más vale pájaro en mano" nos enseña que la sociedad poco gusta de la sensibilidad poética, y la castiga de la forma más expedita: matando al iluso.
? "Historia de un cacareo" recuerda la distancia que existe entre el decir y el hacer; entre el ser que habla de lo que va a hacer cuando llegue al poder, y lo que realmente hace. Decir es tan fácil.

? “Historia de tres perros muy perros", es una muestra de practicidad: cuando las circunstancias aprietan, todas las petulancias y los prejuicios languidecen, la nobleza se equipara a la bastardía.
? "El zancudo, el único contra quien el gringo nada pudo", nos hace recordar a don José María Vargas Vila. En la breve narración los mosquitos terminan perdiendo por el invento del "insecticida spray", pero no hay duda de que su aguijón sigue haciendo historia. Ahora resucitó con el chikunguña.
? No quiero terminar este rápido paneo sin mencionar el relato "Bocachico Puche", dedicado al maestro de la cultura popular Benjamín Puche Villadiego. Escrito con indudable solvencia, es la historia de un bocachico que no quería estudiar para ser doctor. Él quería estudiar para ser auténtico: para ser bocachico. Se retiró de la universidad y se metió a aprender miles de cosas en los andurriales de la vida. Y desde allí salió a enseñar en todos los laberintos de la ciénaga. Es el texto más largo del libro y uno de los más significativos.

La segunda expresión la forman los cuentos del libro Nadie es profeta en Lorica, textos tocados por el humor crítico. Pues no otra cosa se concluye cuando analizamos varios de sus cuentos: “La fiesta de Joe”; “Acab Nomar y las serpientes”; “El hombre de la lengua larga”; y “Fulanito de Brigard, ha muerto”. En estos se maneja la literalidad del proverbio popular, la presencia de lo transgresor. La burla declarada. El adagio es una síntesis de la praxis del hombre. Es generacional, sistémico, porque –en cierta forma– en él está acumulada la memoria de la tradición oral; por tanto, el adagio reúne las voces de la experiencia y de la sabiduría. No es una metáfora de la vida; es una acción real, es palabra verdadera e inevitable. Oralidad caliente. Carnavalización, como señalan los críticos literarios. Por eso Joe y los invitados a su fiesta, por ejemplo, tiran físicamente la casa por la ventana; Acab es perseguido por culebras verdes, que no son otra cosa que sus acreedores; a Apolonio Domínguez hay que mandarle a hacer dos cajas: una para él y otra para su lengua; y Fulanito de Brigard muere de pena luego de pisar, por accidente, a la esposa del alcalde. Vemos, entonces, cómo Sánchez Juliao trastorna la semántica y el sentido contextual (figurado) toma el lugar del sentido de base (literal).

3ª La tercera etapa evidencia la plenitud del habla popular de la región Caribe. Comprende, entre otros, los relatos El Pachanga, El Flecha, Abraham Al Humor y la novela Buenos días, América. En estos, sin llegar a localismos lingüísticos, es indiscutible la idiosincrasia costeña que hace del lenguaje un sistema amplio, diverso, violador de normas y con un matiz evocativo. Lo cual encaja con lo que escribió Wilheim von Humboldt cuando afirmó que el lenguaje era “ energía, actividad, vida, movimiento” . Diríamos, oralidad caliente.

Abraham al Humor es una especie de gracioso reportaje, en donde la destreza oral y narrativa de Sánchez Juliao da una demostración cabal. Quien haya conocido el habla de un “turco”, sabe que el trabajo fonético del escritor loriquero ha dado en el blanco. La fonética de don Abraham, dueño del Almacén El Barata, se oye en la escritura. Y esto produce una espontánea hilaridad.

Cuando caracterizaba el lenguaje, Noam Chomsky sostenía que una de las cualidades de éste era la creatividad. Palabras textuales de Chomsky: “Las ilimitadas posibilidades del pensamiento y de la imaginación se reflejan en el aspecto creador del uso del lenguaje. El lenguaje proporciona medios finitos, pero posibilidades infinitas de expresión” . En el Caribe colombiano semejante aseveración cae exacta, pues aquí esta es una práctica cotidiana y necesaria. Con la palabra se construye, se destruye, o se desmitifica la vida. Como sucede con los tipos de La Hernia en el cuento Abraham Al Humor. Este es un grupo de desocupados que se la pasa hablando de las intimidades ajenas. Pero La Hernia (Se nombra así porque un día pasó por la plaza una señora y, al verlos chismoseando, les increpó: “-Míralos: se van a herniar, carajo, de tanto trabajar”) tiene una función lingüística definida: darle dinamismo al lenguaje, enriquecerlo, chomskiarlo, si se acepta el neologismo. Oralidad caliente de la brava. La Hernia, en el relato, es la Academia de la Lengua de Lorica. No sólo recopila, conserva, legitima; también amplifica, divulga, da esplendor, institucionaliza una terminología.

Ya sabemos que el nombre es una imposición, igual que la lengua en la individualidad. Pero los apodos son una denominación que en forma consciente alguien le endilga a otra persona. Es decir, el apodo es una imposición consciente, quizá no consentida, y pretende obedecer a una relación audaz entre la palabra y la figura o el comportamiento del sujeto apodado. Los casos de El Flecha y El Pachanga, cuentos del libro en mención, son buenos ejemplos.

A El Flecha lo apodan así porque en una pelea de boxeo en Montería aprovecha un apagón para salir huyendo cuando lo tiran a la lona. Dice el personaje con su lenguaje de bacano: “Yo soy un caso único en el boxeo de este país: un boxeador al que la gente bautiza el día que se retira. Desde ese día soy el veloz, el súper-rápido, el ultrasónico, el rompecandao, el vuelamásquelviento, the arrow, El Flecha”. Su apodo corresponde a una actitud cobardona del tipo. El vulgo aprovecha la oportunidad para fregar al otro y dinamizar el sistema lingüístico.

Con El Pachanga sucede algo un poco diferente. A él, de entrada, no le gusta su nombre. Un nombre “barro”: José de Jesús Negrete. Este necesita una denominación más identitaria, que sea recíproca con su modo de actuar, de vivir y de pensar. Ésta la encuentra en la música, en la salsa. Primero se la endilga al camioncito que maneja: La Pachanga. Luego, la gente empieza a llamarlo a él, El Pachanga. Por asimilación metonímica, el nombre del vehículo pasa a ser el del hombre.

Buenos días, América, es una novela que narra las vivencias, las costumbres, la forma de vida y la idiosincrasia de Lorica. Comienza con la creación de una emisora en esta localidad del Sinú. Y describe todo lo que David Lavalle, turco, de gustos exquisitamente refinados, tuvo que hacer para fundar la Radio Progreso de Córdoba (R.P.C.).

Esta novela no parece que se leyera, sino que se escuchara; en ella la voz del vendedor de plátano, la del pescador, la del sembrador de yuca, pero especialmente, la voz del primer locutor de la emisora, El Pupi, o José Paternina, es la voz reunida de toda la provincia del Bajo Sinú: alegre, jocosa, pícara, llena de vida. El pueblo se identifica plenamente con esta emisora, y la toma como a su Dios: sólo cree lo que esta dice.

Pero, ¿quién es América? América es una dulce y hermosa joven, el alma de la novela y de Lorica. Su gracia y belleza atraen a varios hombres de la región, pero especialmente a José Paternina, quien, para halagarla y demostrarle su amor, la saluda al comenzar sus transmisiones cotidianas: “Buenos días, América”. Muchos, en forma ingenua, creyeron que era que la emisora, por lo potente, ya se escuchaba en todo el continente americano, y se sintieron orgullosos.

Uno de los pasajes más divertidos de la novela, lo constituyen los mensajes que se enviaban (y aún se envían) por la emisora a los campesinos de las veredas vecinas; los avisos de muertos, por ejemplo, terminaban diciendo: “Por los gastos del velorio que no se preocupen, que el mismo muerto en el bolsillo de atrás lleva la plata”.

Es en esta tercera etapa en donde Sánchez Juliao interpreta con más profundidad el ethos Caribe, donde se reconoce el espíritu de la lengua y sus fuerzas transformadoras, su antropología. Es decir, la plenitud de la oralidad caliente. Ante todo, su humor sacrílego, herético, que pasa por encima de las cosas y los sentimientos más trascendentales y sagrados. Incluso, por encima del mismo hombre que casi siempre quiere impresionar con su pompa inútil.

 
* Catedrático universitario. Coordinador de El Túnel, de Montería, Colombia. Cuentos suyos han sido traducidos al francés, al alemán, al eslovaco y al inglés. Su novela más reciente es Fuga de caballos. 

Por José Luis Garcés González*, Especial para El Espectador

 

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