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Sandro, la vida continúa

En el que sería el cumpleaños setenta de Sandro de América, el Gitano, una seguidora colombiana recuerda cómo fue haber asistido, por coincidencia, al funeral de su ídolo.

Isabel-Cristina Arenas / Especial para El Espectador
19 de agosto de 2015 - 02:28 a. m.
Sandro de América murió el 4 de enero de 2010 en la ciudad de Mendoza. / Archivo
Sandro de América murió el 4 de enero de 2010 en la ciudad de Mendoza. / Archivo

El 4 de enero de 2010, al bajarse del avión Luz Stella pensó que estaba pisando la tierra de Sandro. El conductor del taxi que tomaron en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza era uno de esos amables que empieza a conversar, hacen chistes y dan la confianza para preguntarles sobre la ciudad. Una de las cosas que a ella más la ilusionaban era ir a tomarse una foto frente a la casa en Banfield, así como hacían las seguidoras que en cada cumpleaños iban a saludar al cantante, a llevarle regalos, y entonces él se asomaba un momento y les daba las gracias. “Señor, ¿de aquí a donde vive Sandro es muy lejos?”, preguntó al taxista. “Pero señora, si Sandro murió hoy. Pero no, no es muy lejos”. No sintió nada. La charla se fue apagando hasta que llegaron al hotel.
 
Roberto Sánchez (Buenos Aires, 1945), nombre real de Sandro, había muerto 45 días después de recibir un trasplante de corazón y pulmones. Fumaba de dos a cuatro cajetillas de cigarrillos al día y desde 1997 sufría de un enfisema pulmonar. “Yo no podía caminar seis metros, no me podía bañar o poner el champú porque me faltaba el aire”. Desde ese año dejó de fumar, pero el daño ya estaba hecho. Así que dio una entrevista para decirle a la gente que iba a esperar su turno, que él no estaba por encima de nadie, que sólo era uno de los 33 de la lista, y que por favor ninguna fanática fuera a cometer una locura, esto último a raíz de algunos ofrecimientos de pulmones que había recibido. “En este tipo de enfermedades lo peor es la espera”, dijo. Soportó los meses necesarios y el 20 de noviembre de 2009, con 64 años, recibió el trasplante.
 
Luz Stella había llegado con su hijo a pasar unos días en Buenos Aires. Era verano; lo más cercano que llevaba a un vestido de luto era una blusa morada, sin mangas. Los restaurantes tenían sintonizados los canales en donde transmitían la vida de Sandro, los últimos momentos de Sandro, entrevistas a Sandro. No existía otro tema. Había muerto un artista que sí fue profeta en su tierra. En los quioscos de las esquinas vendían sus películas, discos, pósters, llaveros, camisetas con su imagen. Luz Stella compró un periódico. Había que tomar un taxi en ese momento, o el microbús, lo que fuera. Ya no quería ir a la casa de Banfield, para qué si él ya no estaba. El Congreso quedaba cerca, así que caminaron. Trece cuadras de fila, todos sus seguidores con una flor roja en la mano, mejor si era una rosa. “Cada calle era una canción pero yo estaba muy triste para cantar: El maniquí, Penas, El amante, Quiero llenarme de ti, Trigal, Penumbras. Trigal es la que más me gusta, así me decían en la universidad”, dice Luz Stella.
 
La primera vez que Sandro estuvo frente a un escenario fue imitando a Elvis Presley. Tenía trece años. Iba a hacer una fonomímica en un festival escolar, pero el disco se dañó y tuvo que cantar a capela; de ahí en adelante supo que se dedicaría a la música. Roberto Sánchez dijo en una entrevista que ya había practicado con su voz cuando tenía que avisar que había llegado el pedido de vino; de niño trabajó con su padre, Vicente Sánchez, repartiendo botellas a domicilio. “Tuve la suerte de tener un padre que me enseñó el orgullo y la alegría del trabajo”.
 
Sandro estudió hasta segundo de bachillerato, después empezó a juntarse con amigos para cantar. Así se formaron Los Caribes, Trío Azul, Los Caniches de Oklahoma y Los de Fuego, en donde fue el guitarrista, después renombrado como Sandro y Los del Fuego. La que cantaba era su madre, Irma Ocampo, quien después de quedar viuda vivió junto a su hijo dedicada a las costuras y las plantas: “Todo aquel que tenga madre no podrá nunca negar que las manos de una madre no se pueden comparar”, canta en Las manos. “Agradezco poder decirle todos los días ‘Buenos días, mamá’”, dijo en una entrevista en 1983.
 
El 4 de enero de 2010 parecía que todo estaba preparado para la muerte de Sandro; la gente sabía que estaba muy enfermo, algunos se sentaron frente a la puerta de su casa, otros junto a la del Hospital Italiano de Mendoza a esperar noticias, hasta que las dieron: “A las 20:40 el señor Roberto Sánchez dejó de existir debido a un cuadro de shock séptico…”. Lo llevaron al Salón de los Pasos Perdidos del Congreso para velarlo. Alrededor del lugar pasaban carros regalando agua. Había reporteros entrevistando a la gente. Luz Stella quería decir que venía desde Colombia, que se sabía todas las canciones, que admiraba su don de señor, su elegancia, que él supo envejecer con sus canciones e hizo que su música fuera tan exitosa como el primer día, pero el periodista siguió de largo. Ella continuó haciendo la fila con la rosa roja en la mano y oyendo a los imitadores.
 
A finales de los años sesenta recitar El seminarista de los ojos negros era pecado en la Normal de Señoritas de Bucaramanga donde estudió Luz Stella. Años más tarde sería una de las canciones de Sandro. En general, él era pecado, verlo cantar, fijarse en sus ojos, su boca, sus caderas, la letra de las canciones: “Noche de amantes perdidos, noches de viejas memorias, de amores solos y olvidos, en cada amante una historia”. Nadie podía impedir que de tanto oír El maniquí, El amante, Se te nota, Yo te amo, fueran cantadas de memoria. Ella, como muchas de sus seguidoras, lo vio por primera vez en cine. Sandro llegó a Colombia a través de las películas, al igual que Raphael, Enrique Guzmán, César Costa, Leo Dan.
 
Por eso en el viaje a Buenos Aires de 2010 que hacía con su hijo también estaba planeado ir a Tigre, a ver el delta del río en donde fue filmado Muchacho (1970) y en donde él salía cantando Trigal y Te propongo. En Colombia Roberto Sánchez ha sido una presencia permanente. A finales de la década de 1990 Aterciopelados participó junto a Los Fabulosos Cadillacs y Molotov, entre otros, en la grabación de un disco llamado Tributo a Sandro, y hace un año Daniel Alexánder Mora fue uno de los ganadores del programa Yo me llamo de Caracol TV al imitarlo. No pasará mucho tiempo para que Sandro vuelva. Quizás dejó algunos poemas escondidos en su escritorio.
 
Roberto Sánchez se convirtió en el Sandro definitivo cuando sintió que la música que estaba cantando con Los de Fuego ya no era lo que buscaba; entonces se lanzó como baladista. Su primer éxito fue Quiero llenarme de ti en 1967, con el que ganó el Primer Festival Buenos Aires de la Canción. En 1968 participó en el Festival de Viña del Mar y comenzó a ser reconocido en otros países. Se consolidó como Sandro de América en abril de 1970, al ser el primer latinoamericano en cantar en el Madison Square Garden de Nueva York. Después llegaron las películas y los millones de discos vendidos, las miles de fanáticas pendientes de su vida. Sandro de tantas mujeres: “Pasaron muchas, pero siempre de a una, cada una en su momento fue real”, dijo en 1984. Hermético con su vida privada, decía que estaba rodeado de un núcleo que era su gente, que quería mucho, y se reunía con ellos una vez al año: “Un amigo no es el que ves todos los días, un amigo es el que sabe escuchar cuando hace falta, que no te pide nada, está esperando a que tú adivines qué necesita”.
 
Olga Garaventa fue su esposa en sus últimos años. Se casaron en 2007. Él mismo la presentó en un homenaje que le hicieron en el Congreso en 2006. “Una maravilla que a los sesenta años me regaló Dios”, dijo frente al público, y le pidió que se pusiera de pie. En la actualidad ella vive en la casa de Banfield y recibe visitas de las que siguen siendo las fans de Sandro. Todas le agradecen que se hubiera dedicado a cuidarlo con tanta devoción. En una entrevista con la presentadora Susana Giménez, contó que lo que más le admiró a su esposo fue la sinceridad; él le dijo que estaba ya muy enfermo y que lo que venía era muy duro, y ella debía decidir si seguía o no. “Fue feliz hasta el último momento. Siempre le ponía color a todo, hacía que los médicos y la gente a su alrededor se partieran de risa con sus chistes”, dijo Garaventa después de contar detalles sobre sus últimos días.
 
La fila para entrar al Congreso comenzó a moverse, los mejores imitadores estaban casi en la entrada, la gente seguía coreando sus canciones. Las mujeres lloraban, no como fans enloquecidas, sino con ese dolor físico de la mitad del pecho, con quejido bajito. Entraron al salón. Estaba prohibido tomar fotos dentro del lugar. Luz Stella pasó junto a Sandro y lanzó su rosa roja sobre una montaña que subía y subía. “No me gustó verlo así”.
 
Algunas admiradoras llevaban recuerdos personales para donarlos a un museo que se iba a crear. Yo, Sandro, un mundo de sensaciones fue la exposición que se organizó en agosto de 2013 con motivo de los cincuenta años de su debut y en la que, entre muchos otros objetos, se podía ver el anillo con el signo de Leo que usaba siempre en el meñique de la mano izquierda. Luz Stella no tenía nada personal que entregar, ni siquiera el retrato que pensó que se haría frente a la casa de Banfield; entonces, a la salida del Congreso le dijo a uno de los guardias: “¿Señor, me deja tomar una foto?”. “Rápido, señora, que yo no la estoy viendo”, respondió él. Después de hacerse la foto fue al primer quiosco a comprar un póster y todas las películas en las que su ídolo salía alegre, sonriente y lleno de vida. Al día siguiente una caravana de más de cien mil personas acompañó al cortejo fúnebre de Roberto Sánchez, quien descansa en el cementerio privado Gloriam, de la ciudad de Burzaco. Hoy estaría cumpliendo setenta años.

Por Isabel-Cristina Arenas / Especial para El Espectador

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