José Salgar y su vida en El Espectador: "Trabajé en el mejor periódico del mundo"

Poco antes su fallecimiento, el insigne jefe de redacción de El Espectador nos concedió su última entrevista. Habló de su visión del periodismo del siglo XXI y de cómo se salvó de ser político.

Nelson Fredy Padilla y Daniel Salgar Antolínez
22 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
El mes pasado don José Salgar nos demostró que todavía escribía con los diez dedos y con agilidad. / Gustavo Torrijos
El mes pasado don José Salgar nos demostró que todavía escribía con los diez dedos y con agilidad. / Gustavo Torrijos
Foto: Gustavo Torrijos

El tiempo envejece de prisa es uno de los últimos libros de relatos del fallecido escritor italo-portugués Antonio Tabucchi. Según le contó a este diario en 2010, lo escribió porque al final de sus días estaba impresionado de cómo la vida pasa frente a nosotros como un soplo sin que seamos conscientes de ello. Eso mismo admitió en su última entrevista don José Salgar, quien el mes pasado nos recibió en su apartamento luego de que el 1º de junio, a las 10 a.m., se cumplieron 80 años desde que él, en pantalones cortos, entró a trabajar a El Espectador. Falleció el domingo. Estaba bajo estricto control médico, por un tumor cerebral no operable, pero se veía muy bien de salud, haciendo caminatas matinales, subiendo y bajando las escaleras de su apartamento, negándose al bastón. Incluso había dedicado varios días a prepararnos los documentos y fotografías que resumen su vida en el periodismo. Sobre la mesa de centro de la biblioteca tenía la postal del niño José del Carmen Salgar, “con la primera pinta completa de paño que me compró El Espectador” y el primer contrato. Se miró en pantalones cortos, sonrió y entre broma y lamento dijo: “Qué vaina. Las cosas mías se produjeron muy rápido. A los 15 años yo ya tenía sueldo fijo y me pagaban cursos de taquigrafía e inglés”.

EL OFICIO

En la postal está en medias, pero con pose seria. ¿En 1933 tenía conciencia de qué era el periodismo?

Yo sí tenía conciencia del periodismo y de que quería ser periodista. Además mi familia necesitaba de mi ayuda porque mi papá estaba enfermo y a mi mamá le tocaba sostenernos. Claro que cuando apenas iba a estudiar bachillerato trabajé ocasionalmente en El Tiempo sin que me pagaran. Conocía a los prensistas. Iba a fundir metal para los linotipos.

Todavía escribe a máquina con todos los dedos (nos hizo la demostración en su Olivetti línea 98 y sería su último contacto con el teclado). ¿Eso fue clave para que su carrera pasara de los talleres a la sala de redacción?

Esta máquina me dio de comer mucho tiempo. Un año después de entrar a El Espectador, Alberto Galindo era el jefe de redacción y un día me vio escribiendo en máquina con los diez dedos de las manos. Eso fue gracias a que una prima compró una Remington, y por lo que me acuerdo ella no aprendió y yo sí. Entonces no había muchos graduados de la academia Remington Camargo, de unos primos de Alberto Lleras Camargo, y éramos tres los reconocidos por la destreza con la máquina: Alberto Lleras, Alberto Zalamea, que se iba a trabajar a Europa y le exigían el dominio del teclado, y yo. Por eso Galindo me contrató como secretario. Yo le copiaba los cables que llegaban por télex y se los resumía y él me enseñó periodismo.

Y cuándo se fue él, ¿usted ya estaba listo para ser jefe de redacción?

(Saca recortes de periódico y fotos ajadas: “Esto se salvó de los incendios y de todo”. Escoge uno de primera página del 10 de abril de 1943 con el titular: “Reorganizada redacción de El Espectador”). Diez años después me nombraron jefe de redacción porque Galindo se fue de director de El Liberal y desde entonces pasé por todos los cargos directivos, hasta director encargado. Yo establecí la norma de que tenían que caber al menos siete noticias en primera página y así lo defendí durante 50 años; tres de esas debían ser positivas y los muertos que inundan los titulares de ahora eran la crónica roja de adentro.

Usted empezó haciendo periodismo en época de guerras.

Sí. Mi primera gran cobertura fue estar pendiente de la guerra del Chaco, entre Bolivia y Chile por la salida al mar. Luego recuerdo el comienzo de la Guerra Civil Española, la guerra de Colombia con el Perú, la Segunda Guerra Mundial y, claro, la colombiana. He estado 80 años permanentemente en guerra.

Esta docena de medallas, todas las que otorga el gobierno de Bogotá, recuerdan la trascendencia que tuvo su columna “El hombre de la calle”.

Sí. Estuve escribiéndola 30 años. El nombre se le ocurrió a don Gabriel Cano para que no apareciera mi nombre, y al final ya era tan conocida que la firmaba.

Es un orgullo haber ganado todos los premios nacionales de periodismo.

Sí, pero el más importante es este (saca de un sobre un recorte de El Espectador del 31 de julio de 1983, el día en que Guillermo Cano le dedicó, sin que él supiera, toda la página editorial y la columna “Libreta de apuntes”. La tituló “El Mono José Salgar” y destacó sus cualidades como periodista). Es lo que han escrito de mí. Qué más puedo decir.

EL VIAJERO

Conoció casi todo el país y el mundo. Cuentan que usted y Enrique Santos Castillo eran los más viajados.

Llevo 70 años viajando intensamente. Primero fui a conocer Estados Unidos y después no creo que haya habido un tipo que viajara tanto, en primera clase y gratis. O sí, el otro era Enrique Santos Castillo, el jefe de redacción de El Tiempo. Con él hacíamos casi los mismos viajes, a todas partes del mundo, a todo taco. He ido a todos los continentes; de Asia me faltaba China y hace poco fuimos con Inés, mi esposa.

Al final de la vida, ¿qué es lo mejor que le dejaron los viajes?

Lo mejor es cuando uno los repite, porque es cuando se sale de las vainas turísticas y se entienden de verdad las naciones. (Nos muestra uno de sus pasaportes viejos, repleto de sellos, y recortes del reportaje de finales de 1976 “Viaje al Transkei”, sobre los cinco países africanos del “poder negro influenciado por el comunismo”, el apartheid y el independentismo). A África fui muchas veces. (De entre sus archivos rescata los recortes de sus artículos. “Nace otro Estado en el continente negro”. El primer reporte de la travesía desde Buenos Aires empieza: “Estamos con un pie en el estribo para dar el salto de nueve horas por el Atlántico Sur hasta el Transkei, el quincuagésimo territorio que recibe su autonomía en África”. La penetración soviética, Kissinger en acción, ¿por qué está Cuba en Angola?, fueron sus temas. Y también escribió una crónica sobre esa experiencia para el Magazín Dominical, titulada “La otra cara de África”, en la que describe su sorpresa por haber sentido frío en Umtata, Sudáfrica, a pesar de que “este continente se confunde en la imaginación con los cuentos infantiles de animales salvajes, de tribus de caníbales negros, de selvas y desiertos candentes y misteriosos”. También incluyó las historias de blancos ricos, negros pobres, la enigmática indígena Mrs. Shiba y el papel marginal de la mujer, la poligamia, los turistas devorados por los leones.

LOS AMIGOS

¿A los 92 años de edad se sabe quiénes han sido realmente sus amigos más importantes?

Las personas más importantes de mi vida han sido todos los Cano, desde don Fidel Cano Gutiérrez, el fundador, un hombre de una profundidad y disciplina tal que aprendió francés perfecto, pero no conoció Francia y aun así publicó libros en francés. Él fue el que fijó la línea editorial de El Espectador, basado en el pensamiento liberal no partidista, sino el que surgió de los ilustrados de la Revolución francesa. Yo vine a conocerlo leyendo todos sus editoriales y sus anotaciones literarias para un especial que hicimos de la edición de los 50 años del periódico. Hasta Fidel Cano Correa, el director de hoy, han sido mis grandes amigos.

Alberto Lleras Camargo también fue muy cercano a usted.

Tanto que estuvo a punto de cambiarme radicalmente la vida. Alberto Lleras Camargo en los años 50 escribía editoriales en El Espectador y el día que la dictadura de Rojas Pinilla cerró el periódico nos llamaron a los dos para hacernos la liquidación. Salimos cada cual con su cheque, Lleras ya había sido presidente y sabía que la dictadura caería. Mientras me acercaba en su carro a mi casa en la calle 57, en el camino me dijo que le había renunciado el secretario de la dirección liberal. Me preguntó cuánto ganaba y me ofreció ese puesto. Le dije que lo iba a pensar y cuando le conté a Guillermo Cano me convenció de que más bien nos dedicáramos a otras cosas comerciales en la rotativa con una empresa a la que llamamos Propaganda Clave, donde imprimíamos las boletas del concurso hípico del 5 y 6. Creo que en ese tiempo ganamos más plata que antes.

¿Alguna vez se arrepintió de no haberse metido a la política?

Si le hubiera aceptado a Alberto Lleras seguramente hubiera sido ministro, pero no estaría vivo porque la garantía de mi vida siempre fue el periódico en sí.

¿No hubiera vivido tantos años si no los hubiera pasado en una redacción?

Sí. Lo paradójico es que siempre traté de poner a la muerte en segundo plano para quedarme informando sobre los vivos, pero a todos los vivos los mataron y me tocó estar informando por décadas sobre las muertes en este país de gente tan valiosa como Guillermo Cano y gente joven que le hubiera aportado mucho a Colombia. Hay que hacer algo para que no sigan matando tanto joven.

LA TECNOLOGÍA

Usted fue testigo de las transformaciones del periodismo durante el siglo XX y antes de internet advirtió que el XXI sería revolucionario.

Veía venir esta era digital porque a mí me tocaron las tres grandes épocas de las comunicaciones. Cuando empecé no había teléfonos en las casas y El Espectador tuvo uno de los primeros del país. No se me olvida porque yo era el que lo contestaba, era el 1405, la línea oficial del periódico. Luego instalamos un automático en el Congreso; era el 220. Y pasé de la comunicación con hilos a la velocísima de hoy.

Uno de los documentos que guarda en su biblioteca son las memorias empastadas ‘La agonía del cuarto poder’, editadas en abril de 1974. Ahí ya hablaba de la necesidad del periodista innovador y visionario.

Eso fue hace muchos años en Pereira, donde se habló por primera vez de la posible desaparición de los diarios, porque por esos días había una gran crisis de papel periódico. Yo les dije: puede ser que desaparezcan algún día, pero los periódicos serán cada vez más pequeños y mejor hechos. Siempre hay que mirar hacia adelante. (Fue él quien primero llegó a El Espectador semidestruido por la bomba ordenada por Pablo Escobar en 1989 y fue él quien lideró la edición extra titulada “¡Seguimos adelante!”).

¿Qué mensaje deja para los periodistas de hoy pensando en el futuro?

Que deben pensar en cómo se informará en 30 años sobre una noticia que se produce hoy, pensar más en el futuro que en el presente. Yo ya no tengo nada que hacer porque las herramientas son otras, pero cada día me levanto a ver cómo anda la calidad de El Espectador y cómo se informa en todo el mundo.

LA SALUD

¿Cómo marcha su salud?

Muy bien. Mis médicos me dicen: usted descubrió que uno no se muere si uno no quiere (ríe a carcajadas). En todo caso, yo no puedo comprometerme con nada en el futuro. Estos días viendo lo de Corea del Norte pensaba que hasta de pronto me toque ser testigo de otra guerrita mundial. Ya pasé de los 90 y creo que puedo llegar a los cien facilito, ya no lo veo difícil.

¿De joven imaginaba vivir tanto y guardar tantas experiencias en la memoria?

No sé en qué momento pudo haber pasado todo este montón de vainas sin darme cuenta. En esa época yo creía que me moría antes de los 50 años. Mis 50 fueron todo un acontecimiento y resulta que ahí empecé una nueva vida.

¿Por qué creyó que iba a morir joven?

Porque no había tanto adelanto de la ciencia para curarse de enfermedades y vivíamos en una profesión de alto riesgo. No me morí de achaques ni de borracheras y ahora me veo, me toco y no creo que siga aquí. Es que a mí me ha dado de todo (risas). Ahora los médicos dicen que yo no estoy tan bien como creo estar y por eso ya no voy a ninguna parte.

¿Cuál es su secreto para vivir tanto?

No me di cuenta de la forma como pasó el tiempo tan rápido, pero el secreto es haberme casado con la redactora de cocina del periódico (risas).

SU PERIÓDICO

¿Cuál es su mejor recuerdo de sus días en El Espectador?

Haber sido director encargado, a pesar de que por disposición familiar sólo los Cano podían ejercer ese puesto, y dirigir El Vespertino. Otro gran recuerdo es que a mediados de los 90 El Espectador fue escogido en una investigación global de Le Monde, con motivo de los 50 años del diario francés, entre los mejores periódicos del mundo. (Saca la cartilla editada en 1994 titulada “Los diarios más destacados del mundo”, la que consideraba uno de los tesoros de su biblioteca, y lee orgulloso que antes de retirarse su periódico fue exaltado junto a “la obsesión de la excelencia” del New York Times y a “los caballeros” del Financial Times). Recordé la anécdota de Eduardo Zalamea Borda, a quien invitaron a la BBC en Londres y les dijo a los periodistas británicos: “Vengo del mejor periódico del mundo, porque se hace en una rotativa prestada, es escrito por menores de 30 años, todos brillantes, sale siempre a una hora exacta y con altísima calidad”. Era verdad: trabajé en el mejor periódico del mundo.

LA BIBLIOTECA

¿Cuál será el destino de todos estos libros?

Entre las cosas que uno piensa al final de la vida está qué hacer con la biblioteca. ¿Regalarla? De pronto le echan candado y nadie la lee. Yo me acostumbré a leer de todo pero muy rápido. Mejor dejarla para los recuerdos de la familia. (A la mano tiene el último libro en el que figuró como coautor: Gabo periodista. Dejó el separador en la página titulada “José Salgar, ‘la chispa que iluminó el lenguaje’”. Al lado aparece una foto de 1954 de su amigo y alumno, Gabriel García Márquez, en sus tiempos de reportero de El Espectador, sentado, con los pies cruzados sobre el escritorio. Ese día Salgar nos mostró una edición en japonés de Cien años de soledad con la inscripción “para que mis amigos me quieran más” y la biografía en inglés Una vida, de Gerald Martin, dedicada con la pluma del Nobel: “Para El Mono Salgar este libro de mis -y nuestros-primeros 50 años de nuestra vidas; y todo lo que falta. Gabo 04”. También guarda el recorte de la columna “Aquel tablero de noticias”, donde el novelista se declara discípulo de Salgar. Aunque decía que no leía a los clásicos por “larguísimos y jartísimos”, dejó un volumen de Rabelais sobre una guía de árboles y guardaba la mayoría de los libros que se han escrito sobre Bogotá).

LA VIDA Y LA MUERTE

A los 92 años, ¿cuál es su rutina diaria?

Lo mismo que he hecho los últimos 80 años: madrugar a leer los periódicos, a comparar El Espectador con los demás periódicos, y me gusta que está haciendo énfasis en las tendencias más allá de las noticias que ya dio la televisión o la radio y veo otros periódicos informando cosas supremamente viejas, no se han adaptado. Mantengo la misma filosofía de estar bien informado y hago un programita diario para mantenerme activo y con la memoria lúcida. De resto, dormir cuando me da la gana, profundamente y sin preocuparme. Me siento completo. Es que ya pasé de cucho a requetecucho (carcajadas).

¿Piensa en la muerte?

Yo no me afano con eso de morirse o no morirse. Esa vaina de morirse es un problema para los jóvenes. Para mí ya es una vaina natural.

Por Nelson Fredy Padilla y Daniel Salgar Antolínez

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