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Así resiste el pueblo Embera en Bogotá, en voz de sus lideresas

Cerca de 452 indígenas embera katío y embera chamí llevan dos meses a la intemperie en el parque Tercer Milenio de Bogotá, sobreviviendo a la precariedad en medio de la emergencia sanitaria. Mientras los líderes de ambas comunidades le siguen exigiendo al Distrito lo básico para su supervivencia, dos mujeres que lideran en la comunidad nos contaron por qué llegaron a Bogotá y en qué condiciones están sus comunidades.

Tatiana Peláez Vanegas
18 de septiembre de 2020 - 11:00 p. m.
Esto es lo primero que se ve al llegar al asentamiento indígena embera del parque Tercer Milenio.
Esto es lo primero que se ve al llegar al asentamiento indígena embera del parque Tercer Milenio.
Foto: Rafael Santamaría. Intervenidas por Jimena Madero

Lo primero que se ve al llegar al asentamiento indígena embera del parque Tercer Milenio es una pancarta que exige garantías: “RENTA BÁSICA PARA EL PUEBLO EMBERA Y CONDICIONES PARA LA VIVIENDA DIGNA”, así, en mayúscula, porque es lo que llevan gritando hace meses.

La colectiva Lxs Nadie, conformada por trabajadoras sexuales, carreteros, trabajadorxs ambulantes y recicladorxs, decidieron trasladar las ollas comunitarias que llevaban haciendo desde hacía semanas en el barrio Santa Fe al parque Tercer Milenio, para ponerse a cuestas durante una jornada la alimentación de toda la comunidad, que ronda las 450 personas, una labor que hasta ahora no ha cubierto el Distrito. Días antes Lxs Nadie convocaron la reunión, pidieron donaciones por redes sociales y el 29 de agosto llegaron al asentamiento. Hacia las 11:00 a.m pusieron una olla grande y negra sobre alguna leña que recolectaron lxs carreterxs y armaron una carpa para organizar las donaciones: ropa, carpas y colchonetas.

Mientras varias mujeres que lideran la olla comunitaria afilaban los cuchillos contra los andenes, pelaban los plátanos, compraban el agua y el aceite que hacía falta y lavaban los alimentos junto a voluntarixs, niñxs embera muy pequeños jugaban, pintaban golosas en el cemento, bailaban, jugaban con ula ulas y corrían entre adultxs que les lavaban las manos, los pies y las caras para ponerles ropa nueva. La olla comunitaria del 29 de agosto logró repartir casi 800 platos de sancocho y fríjoles y 800 refrigerios de agua de panela con pan entre lxs indígenas embera y personas que pasaban con hambre por allí.

“Soy embera katío y lideresa”, aclara con seguridad Claudia Queragama, una mujer indígena de 26 años que se movía de aquí para allá por el asentamiento. “Siempre he venido exigiéndole a las instituciones para que nos den una vivienda digna para todas las familias de la comunidad” cuenta ella, mientras compartía detalles sobre cómo ha sido vivir durante meses sin ningún servicio básico y teniendo como techo solo bolsas de plástico negras para hacerle hace frente al virus, al clima y a la indiferencia de una ciudad como Bogotá, y que grupos como Lxs Nadie ayudan a paliar cómo pueden.

¿Por qué el pueblo Embera está en Bogotá?

No es la primera vez que familias enteras de las etnias Embera-Katío y Embera-Chamí llegan desplazadas a la capital del país por el conflicto armado. Según datos de la Unidad de Víctimas, en los últimos 35 años Bogotá ha recibido 21.072 indígenas víctimas de desplazamiento forzado. El 22 de enero de este año, casi 452 indígenas llegaron desplazadxs principalmente de dos resguardos: el Resguardo Indígena Unificado Chamí ubicado sobre el río San Juan, en Risaralda, y el Resguardo embera-katío del Alto Andágueda de Bagadó, Chocó.

En Bogotá, las primeras instituciones que los atendieron fueron la Unidad de Víctimas, que los acreditó como víctimas del conflicto armado, y la Alta Consejería para los Derechos Humanos, que destinó recursos para pagarles dos meses de arriendo. Además, dos líderes de la comunidad le pidieron a esta última entidad que el derecho a la educación de lxs niñxs y adolescentes indígenas recién llegadxs a la ciudad fuera garantizado, pero se presentaron los primeros casos de covid-19 en Bogotá y las petición no fue cumplida.

Los meses pagos de arriendo pasaron, las familias empezaron a quedarse sin dinero y a principios de abril centenares de indígenas fueron desalojadxs de los pagadiarios donde residían en la localidad de Santa Fe. “Había familias que debían tres meses, cuatro meses y usted sabe que el arrendador no acepta más de un mes de retraso, teníamos que pagar”, cuenta Claudia. “La mayoría fuimos desalojados, así que decidimos venir a Tercer Milenio porque sabíamos que nos podían prestar los baños en San Bernardo. El 13 de septiembre cumplimos dos meses aguantando sol, aguantando lluvia, sin agua, nada”.

La comunidad quedó sin poder trabajar por la crisis económica y sanitaria, a la deriva y sin más apoyo institucional. La Alcaldía prometió que la comunidad iba a refugiarse en la fundación Hogar Salud Mariana hasta que finalizara la cuarentena, pero lxs indígenas denunciaron que el Distrito les incumplió. El 18 de ese mes, cuatro instituciones: la Personería, la Alta Consejería para los Derechos Humanos, el ICBF y la Dirección de Asuntos Étnicos del Ministerio de Interior les prometieron que pagarían arriendos y que les cumplirían con una vivienda colectiva.

Según los líderes indígenas, las promesas se dilataron en reuniones y negociaciones. Hasta ahora, la comunidad permanece en el parque Tercer Milenio, sin una vivienda digna ni servicios básicos para poder vivir. Rosmira Campos, líder embera-chamí, denuncia precisamente ese incumplimiento: “Necesitamos reubicaciones y una casa digna colectiva, pero las instituciones no cumplieron y ya llevamos aquí casi dos meses. Nosotros acá aguantamos, resistimos”.

Desplazamiento forzado en medio de la pandemia

Resisten no solo la carencia de servicios básicos, vitales, como agua potable y energía, sino el riesgo latente de contraer covid-19. En el asentamiento, muchxs de lxs indígenas no utilizan tapabocas por creencias culturales, tampoco es posible guardar distanciamiento social y no pueden lavarse frecuentemente las manos. “No tenemos covid-19, pero porque hemos resistido por las hierbas y nuestra medicina tradicional, por nuestro jaibaná”. Afirma Rosmira. En el parque, cada etnia tiene su propio Jaibaná o chamán, encargado de curar los dolores del cuerpo y del alma provocados por algunos espíritus jay. Los jaibaná son tradicionalmente hombres mayores que controlan las esencias y entablan relaciones con los tres niveles de mundos: el humano, el jay o de espíritus y el mundo de las almas y los seres primordiales.

Sin embargo, la medicina ancestral podría no ser suficiente escudo ante el riesgo de una pandemia que ya ha cobrado la vida de casi un millón de personas en el mundo, y ante condiciones indignas de vida como las que lleva resistiendo el pueblo embera desde hace varios meses. La Organización Nacional Indígena de Colombia, (ONIC) reporta 11.271 indígenas colombianxs contagiadxs. De ellxs, 185 son embera katío y 146 pertenecen a la etnia embera chamí. Cundinamarca es el departamento con más indígenas infectadxs, reportando 1990 casos. El 93 por ciento de ellos se encuentra en Bogotá. El diario El Espectador informó el 12 de agosto que las pruebas hechas por la Secretaría de Salud salieron positivas para siete mujeres indígenas asentadas en el parque Tercer Milenio. El secretario de Gobierno, Luis Ernesto Gómez reiteró la necesidad de que la comunidad indígena fuera trasladada a albergues adecuados en Mártires y Ciudad Bolívar, pero la comunidad no acepta la solución temporal porque están exigiendo una solución definitiva que les permita vivir de manera digna en la capital.

¿Qué pasa con los derechos de las mujeres Embera?

Además de la emergencia por covid, un ejemplo del choque entre las dinámicas mecanizadas de la gran ciudad y las formas de vida de los pueblos indígenas que se mantienen en los asentamientos temporales es la amenaza de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres embera. Claudia, madre de un niño de 2, afirma que hay mujeres embarazadas dentro de los asentamientos a las que les piden Sisbén para poder atenderlas, pero ellas no están afiliadas al sistema de salud y por eso no tienen controles prenatales. Dos parteras tradicionales son quienes reciben los partos: la madre de Claudia y la madre de otro líder embera-katío, Ancisar.

El hecho de que muchas no entiendan o no hablen español aumenta la desconfianza hacia el sistema de salud. “Yo estuve mucho tiempo embarazada y no tuve control prenatal. Nosotras casi no vamos al hospital porque a las mujeres les da pena. Usted sabe que en un hospital lo revisan a uno” explica ella. También es claro que la medicina tradicional de un pueblo indígena siempre va a estar por encima de clínicas y hospitales. Claudia, por ejemplo, tuvo un aborto espontáneo y fue el jaibaná de su etnia quien le curó los dolores con medicina tradicional embera.

La imposibilidad del retorno

Algunos de los miembros de la comunidad han contemplado volver a los resguardos, a sus territorios, pero la violencia ejercida por la minería ilegal y por grupos armados no los deja. Rosmira le cuenta a Manifiesta cómo empezaron las amenazas: “Yo orientaba a las mujeres para que reclamaran sus derechos y muchos pensaban que las mujeres no teníamos voz y que no reclamábamos. Entonces, empezamos a reclamar los derechos sobre nuestro territorio y a exigir respeto y empezaron las amenazas de las empresas ilegales de minería. Para nosotros, por ejemplo, si encontramos oro, el oro es de la comunidad, de todos, pero las empresas no nos preguntan, no hacen consulta previa. Así llegan las amenazas”.

Rosmira asegura que no le gustaría ser testigo de las atrocidades que vivieron sus padres y abuelxs: “Mis papás y mis abuelos cuentan que en un tiempo mataban a los niños, a los hombres, a las mujeres, a las parteras, a los ancianos. Violaron, mataron, quemaron casas, mutilaron. No me gustaría volver a eso, violencia hay dos veces y ahora es por las empresas mineras”. De hecho, Eduardo Tauve, otro líder embera le dijo a The New Humanitarian que de las 181 familias emberas viviendo en Bogotá, (600 personas) solo 28 familias quieren regresar a sus territorios.

Según datos de la Secretaría de Gobierno, en 2018 había 738 indígenas embera en Bogotá, el 60 % embera-katío y el 37 % embera chamí. En ese año, el 46 % de los ingresos económicos de la comunidad llegaron de la venta de artesanías, pero este año, en medio de la pandemia, lxs artesanxs están vendiendo un collar o dos collares al día. Aproximadamente 60 mil pesos. Hay colectivas que empezaron a construir un banco de chaquiras para la creación de los collares con el objetivo de que lxs artesanxs ahorren dinero en la producción de las artesanías.

Estas dos etnias sobreviven como pueden, en gran parte, gracias a la labor ciudadana de colectivas que están cumpliendo promesas que hizo el Estado y que no les corresponde a ellxs. Por ahora, la comunidad embera sigue viviendo en Bogotá en condiciones inhumanas, con la impotencia de no poder volver a sus resguardos.

*El texto hace parte del medio de comunicación feminista Manifiesta. Para conocer más síganos en redes sociales: Instagram: @manifiestamedia / Página web: https://manifiesta.org/

Por Tatiana Peláez Vanegas

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