Cuatro series de televisión que nos preparan para el futuro

Si las series nos prepararon para un presidente afroamericano de Estados Unidos, no es de extrañar que también previeran la separación de los niños migrantes en la frontera con México o un mundo controlado por máquinas y robots.

Jorge Carrión / New York Times News Service
29 de julio de 2018 - 11:38 p. m.
Imagen de la serie Handmaid's tale (El cuento de la criada).  / Cortesía
Imagen de la serie Handmaid's tale (El cuento de la criada). / Cortesía

Si las series nos prepararon para un presidente afroamericano de Estados Unidos, no es de extrañar que también previeran la separación de los niños migrantes en la frontera con México o un mundo controlado por máquinas y robots.

Por eso comentamos cuatro series recientes que, mientras proyectan escenarios del futuro inminente o remoto, leen en clave nuestro presente rabioso.

The Good Fight

La ficción sobre el futuro siempre ha comentado la realidad del estricto presente. La segunda temporada de The Good Fight, el brillante drama legal del matrimonio King —más absurdamente cómico que nunca—, ha tenido la presidencia de Donald Trump como su narrativa estructural: la babosa actualidad.

La mayoría de los casos y situaciones, por tanto, se han relacionado con tuits, nombramientos, escándalos sexuales, ataques a la libertad de expresión o la caza de inmigrantes ordenada por el presidente estadounidense. Pero lo más interesante no ha sido esa traducción en tiempo real de la actualidad política, sino el horizonte inminente que dibuja.

Porque el bufete de los protagonistas es contratado por el Partido Demócrata, como parte de un laboratorio de pensamiento que genere argumentos para un probable juicio político (el famoso impeachment). De ese modo la serie se ha revestido de energía utópica y ha contribuido a crear una pedagogía necesaria para que llegue el cambio que Estados Unidos y el mundo reclaman, necesitan. O, al menos, su mitad más ilustrada y crítica.

Westworld

Después de cerca de cuatro siglos de antropocentrismo, el mundo se prepara lentamente para el códigocentrismo. Los algoritmos y las inteligencias artificiales como ejes de rotación de una realidad pixelada.

En la lógica de Westworld ellos son nuestros anfitriones, nosotros somos sus invitados. Esa inversión de la convención tradicional permite que ellos sean los protagonistas y nosotros los antagonistas: ellos los buenos, nosotros los malos.

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Porque han sido los seres humanos —como se descubre en esta segunda temporada— quienes no solo han perseguido que la personalidad y la memoria sean inmortales, a través de su traspaso a un cuerpo réplica, a un cuerpo impreso; sino quienes también han ideado un sistema de copia de todos los datos de los cerebros de cada visitante del parque temático. Espionaje salvaje y masivo.

De ese modo, nuestra realidad cotidiana, eminentemente matemática, abstracta, en la cual estamos continuamente emitiendo —entregando como don o siendo víctimas de robo— los datos que configuran nuestra identidad, se vuelve una metáfora física gracias a la ficción de Jonathan Nolan y Lisa Joy. La imagen de nuestros datos almacenados en grandes servidores iluminados en azul se transforma en la imagen de cientos de cuerpos desnudos o de una biblioteca clásica, infinita. La códigoteca todavía no tiene forma en nuestra imaginación colectiva: la estamos —o la está— buscando.

El cuento de la criada

La mejor ficción tiene la capacidad de proyectar ecos y reflejos constantes en la realidad contemporánea. La metamorfosis de El cuento de la criada en serie de impacto global ha coincidido con varios debates que están en el tenso corazón de la obra.

Así comienza, en efecto, la serie que adapta la novela de Margaret Atwood: con la separación desgarradora de una madre y una hija.

En este 2018 también está teniendo lugar la discusión y la tramitación de la ley del aborto en Argentina —que la escritora canadiense ha apoyado también a través de Twitter—. Una manifestación a principios de julio en Buenos Aires con periodistas disfrazadas de criadas de Gilead, al tiempo que nos recordó la fuerza política del carnaval y del cosplay, insistió en la transformación en marcha de la toca de El cuento de la criada en un icono feminista.

Se repite lo que ocurrió con la máscara de V de Vendetta imaginada por Alan Moore y David Lloyd, y llevada al cine por James McTeigue, que en los últimos años se ha convertido en el símbolo del movimiento hacker Anonymous y, en general, de la condena de la censura y la defensa de la libertad de expresión. Todos somos Anonymous. Todas somos June.

The Expanse

Si vamos más allá del presente y sus posibles futuros inminentes, nos encontramos irremediablemente con la idea de expansión. En Altered Carbon, de la mente en cuerpos sucesivos; en Lifeline, del futuro como espacio donde es posible intervenir; en Sense8, de la especie humana hacia su evolución sensorial; en Counterpart, de la realidad hacia un universo paralelo, duplicado; y en The Expanse, hacia la colonización del entero Sistema Solar.

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La mejor space opera de los últimos años narra una suerte de guerra fría entre la Tierra y Marte, en que éste es Esparta y aquélla es Atenas. La discordia llega desde el cinturón, desde la periferia obligada por las potencias a la permanente extracción de minerales. Sus ciudadanos no tienen acceso garantizado ni al aire ni al agua. Era cuestión de tiempo que se armara un grupo terrorista.

Explotación salvaje de la naturaleza, refugiados, desequilibrio social, irrelevancia de Naciones Unidas, terrorismo: en The Expanse han pasado doscientos años, pero los grandes problemas de la humanidad son los mismos de ahora. Nos prepara para la eterna repetición de un mismo futuro.

Por Jorge Carrión / New York Times News Service

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