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Fragmento de la novela de Quentin Tarantino sobre Hollywood

Una de las noticias que dejó la Feria Internacional del Libro de Bogotá fue la publicación de “Érase una vez en Hollywood” (Reservoir Books), la primera novela del famoso director de cine, basada en su exitosa película con el mismo nombre. Capítulo que evoca el trabajo de los dobles en los años 60.

Quentin Tarantino * / Especial para El Espectador
23 de agosto de 2021 - 03:14 p. m.
El director, productor, guionista, actor y escritor Quentin Tarantino publicó la novela dos años después del estreno de la película. Uno de los protagonistas de la historia es el problemático doble de acción Cliff Booth, interpretado en el cine por Brad Pitt, pero el texto no sigue estrictamente la trama del filme, más bien agrega escenas y altera otras.
El director, productor, guionista, actor y escritor Quentin Tarantino publicó la novela dos años después del estreno de la película. Uno de los protagonistas de la historia es el problemático doble de acción Cliff Booth, interpretado en el cine por Brad Pitt, pero el texto no sigue estrictamente la trama del filme, más bien agrega escenas y altera otras.
Foto: Getty Images

Infortunio

Nada más disparar a su mujer con el arpón para tiburones, Cliff se dio cuenta de que había sido una mala idea. El impacto la alcanzó un poco por debajo del ombligo, partiéndola por la mitad, y los dos fragmentos cayeron con un chapoteo sobre la cubierta del barco. Cliff Booth creía que llevaba años despreciando a aquella mujer, pero en cuanto la vio partida en dos, y ambas mitades separadas tiradas en la cubierta de su barco, los años de rencor y resentimiento se evaporaron al instante. (Más: La pelea de Tarantino con su madre).

Corrió a su lado y la cogió en brazos, sujetando juntos los dos trozos separados de su torso, haciéndole sinceras y frenéticas declaraciones de pesar y remordimiento. La sostuvo de aquella manera, manteniéndola con vida, durante siete horas. No se arriesgó a separarse de ella ni un instante para llamar a la Guardia Costera, por miedo a que si dejaba de aplicar presión el cuerpo de la mujer se desmontara. Así que se pasó siete horas sujetándola bien fuerte, cogiéndola en brazos, tranquilizándola y manteniéndola con vida. Si no hubiera sido él quien le disparó, el esfuerzo habría sido heroico.

Sobre la cubierta ensangrentada del barco que había bautizado con el nombre de ella (El Barco de Billie), entre las tripas, la sangre y los intestinos que se escapaban de Billie Booth, marido y mujer, esta al borde de la muerte, tuvieron una conversación de siete horas que jamás podrían haber tenido en vida. (Tras su décima, ¿Tarantino no volverá a dirigir películas)

Y, para que ella no pudiera pensar en lo extremo de su dilema, él la hizo hablar sin parar. ¿De qué hablaron? Pues de su historia de amor. Durante aquellas siete horas, repasaron toda su vida juntos. Cuando por fin se aproximaba la embarcación de la Guardia Costera, alrededor de la sexta hora, marido y mujer ya se estaban comunicando con expresiones de niños pequeños, como dos adolescentes de catorce años perdidamente enamorados en unos campamentos de verano.

Ambos intentando superar al otro en un juego de rememorar hasta el más pequeño detalle de su primer encuentro y de su primera cita. Mientras la Guardia Costera subía a bordo del barco y se los llevaba a puerto, Cliff continuó sujetando las dos mitades de Billie. Y no dejó de asegurarle que se pondría bien:

–Eh, no voy a mentirte –le dijo–. Vas a tener unas cicatrices propias de un King Kong. Pero te pondrás bien.

Cliff se esforzó tanto en convencer a Billie de aquello que, después de seis horas de recitar de forma entregada las mismas frases, se había convencido también a sí mismo. De modo que el pragmático de Cliff Booth se quedó sorprendido cuando al intentar la Guardia Costera trasladar a Billie del barco al muelle y a la ambulancia que esperaba… esta se desmontó otra vez.

En fin. En el seno de la comunidad de dobles de acción de Hollywood de los años sesenta, Cliff Booth era muy admirado por su distinguida carrera militar y por su condición de gran héroe bélico de la Segunda Guerra Mundial. Pero corrían cada vez más rumores de que Cliff Booth había asesinado a su mujer y que había quedado impune. Nadie sabía con seguridad si le había disparado a propósito.

Tal vez se trataba de un accidente trágico con el equipo de buceo, que es lo que Cliff siempre alegó. Pero todo aquel que había visto alguna vez a Billie Booth borracha e insultando a Cliff en público delante de sus amigos no se lo creía. Y, como mucha gente de la comunidad de dobles de acción de Hollywood había presenciado esas escenas a menudo, estaban convencidos de que se la había cargado.

Cliff incluso admitió ante las autoridades que su mujer había estado bebiendo en el momento del accidente. Como las autoridades no conocían a Billie, no sabían qué implicaba aquello, pero los dobles de acción y sus mujeres sí. Probablemente implicaba que Billie había estado en pie de guerra.

Y probablemente implicaba que había hablado más de la cuenta. Y probablemente implicaba que Cliff se había hartado y, en un momento de debilidad, había hecho algo drástico. Algo que, una vez hecho, ya no podía deshacerse. ¿Cómo se fue Cliff de rositas? Fácil. Su versión de los hechos era verosímil y no podía refutarse. Cliff se sentía realmente mal por lo que le había hecho a Billie.

Pero, por muchos remordimientos que sintiera, jamás se le pasó por la cabeza no intentar salir impune de aquel asesinato. A fin de cuentas, Cliff siempre había sido un tipo práctico de los que piensan que lo hecho, hecho está. Y, aunque se tomaba todo aquel asunto muy en serio, también lo contemplaba desde un punto de vista pragmático. No necesitaba pasar veinte años en prisión; él mismo era perfectamente capaz de castigarse por su momento de irresponsabilidad. A fin de cuentas, no podía decirse que fuera un criminal. No había planeado asesinarla. Había sido casi el accidente que él afirmaba que era. Cuando su dedo había apretado el gatillo, ¿acaso había sido una decisión consciente? No exactamente.

En primer lugar, era un gatillo muy sensible. En segundo lugar, se debía más al instinto que a una decisión. En tercer lugar, ¿había apretado el gatillo o más bien le había temblado el dedo? Y, en cuarto lugar, tampoco es que nadie fuera a echar de menos a Billie Booth. Era una completa hija de puta. ¿Se merecía que la partieran por la mitad? Quizá no.

Pero decir que sin Billie Booth sobre la faz de la tierra la vida seguiría como si nada era quedarse corto. En realidad, solo se pondría triste su hermana Natalie, que era todavía más hija de puta que Billie. Y Natalie tampoco pasaría mucho tiempo triste. De manera que Cliff cargaba con la culpa, cargaba con los remordimientos y juraba que se enmendaría.

¿Qué más quería la sociedad? Estaba claro que las cantidades incalculables de soldados estadounidenses a los que había salvado matando a japos pesaban más que una sola Billie Booth. Sucedió que los cuerpos policiales que investigaron el caso no conocían tan bien las tendencias violentas de Cliff Booth como la comunidad de dobles de acción de Hollywood.

Y la versión que había contado Cliff de un accidente trágico con el equipo de submarinismo era muy verosímil. Además, resultó que no era tan fácil demostrar con exactitud qué había sucedido entre dos personas solas en un barco en medio del océano. Las autoridades tenían que demostrar que no había sucedido lo que Cliff había declarado. Así pues, armado con una historia que no podía refutarse, la muerte de Billie Booth se calificó de infortunio. Y, a partir de aquel día, Cliff se convirtió en el hombre de peor fama en cualquier set de rodaje de Hollywood al que iba. Y no importaba a qué set fuera, porque todo el mundo sabía que había cometido un asesinato y había salido impune.

* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Reservoir Books.

Por Quentin Tarantino * / Especial para El Espectador

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