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La Mirilla: “María Cano”, la película (Opinión)

En estos días y no puedo precisar cuando y tampoco estoy segura, creo que a través de Señal Colombia, tuvimos oportunidad de recordar esta extraordinaria película, que se estrenó en el año 1990 y digo extraordinaria, por tantas razones, pero sobre todo por lo que representa para el cine nacional y para el archivo y memoria visual del mismo, junto con otras que aportan a esta lista de cintas históricas.

Jenniffer Steffens
03 de febrero de 2024 - 12:14 a. m.
A través de Señal Colombia, tuvimos oportunidad de recordar esta extraordinaria película, que se estrenó en el año 1990 y digo extraordinaria, por tantas razones, pero sobre todo por lo que representa para el cine nacional y para el archivo y memoria visual del mismo, junto con otras que aportan a esta lista de cintas históricas.
A través de Señal Colombia, tuvimos oportunidad de recordar esta extraordinaria película, que se estrenó en el año 1990 y digo extraordinaria, por tantas razones, pero sobre todo por lo que representa para el cine nacional y para el archivo y memoria visual del mismo, junto con otras que aportan a esta lista de cintas históricas.
Foto: Cortesía

El comienzo de esta película biográfica ya es inspirador, puesto que la síntesis histórica con la que empieza nos pone en contexto. Disfrutamos a María Eugenia Dávila, esta gran actriz ícono de Colombia, quien interpreta a María de Los Ángeles Cano Márquez, nacida en Medellín, y primera mujer líder política en Colombia que dirigió la lucha por los derechos civiles de las poblaciones vulneradas en Colombia. Mujer capaz y valiente, se enfrenta a una sociedad y a un poder político conservador. Hay que decir que a María Eugenia le sobra fuerza en cada aparición e intervención. Cada escena es dicha, sentida con gran sensibilidad y pasión.

Siempre será un placer verla, junto con grandísimos actores que han sabido representar a Colombia, como Frank Ramírez, la siempre recordada Maguso, Diego Vélez, Jorge Herrera, Ana María Arango, entre muchos. Se destacan créditos como el de Luis Alberto Restrepo en la edición, el de Carlos Sánchez en la Fotografía y la Cámara, la música de Santiago Lanz, y, por supuesto, la excelente dirección de Camila Loboguerrero. Película financiada por la compañía de fomento cinematográfico de Colombia, FOCINE.

La película arranca y recrea una Medellín de esos años, e inicia desde allí también su recorrido rebelde, con causa, en escenarios varios, su época con gusto y precisión. Se disfruta de esa mezcla de blanco y negro al comienzo en los créditos y cómo irrumpe luego el color. Para mí, es muy bonito ver el comienzo donde se adentra la historia y empieza en el presente a través de un plano secuencia que nos lleva al personaje principal, donde vemos a la protagonista en su vejez, en Abril del 66.

La película es fiel narrativa desde la época colonial y muestra cómo la protesta va tomando fuerza a través de sus protagonistas, de las luchas reivindicativas. El clima es claro y nos deja ver el surgimiento y el decidido empeño de estos personajes que forman parte del entorno liderado por esta mujer: María Cano.

La película plantea de manera respetuosa el desarrollo de los acontecimientos vividos en una época de la hegemonía conservadora y donde María Cano se convierte en el mayor símbolo de rebeldía del siglo XX. Es imposible pasar por alto la referencia que hace la película de cada acto, de cada expresión y protesta por parte de las clases populares que clamaban por no más alzas en los precios de los arrendamientos, sus precarios salarios, el abuso y explotación en las jornadas laborales. La película no omite un episodio trascendente: la huelga más grande de la historia de Colombia, la huelga de las bananeras y su desenlace, la masacre de las bananeras, y lo cuenta de manera sencilla, sin pretensiones de gran producción, pero lo suficiente para entender el suceso. No olvida la pérdida de Panamá. Causa emoción y pesar ver ese ferrocarril rodar.

Aborda las inquietudes de ese momento, como por ejemplo la persecución política sufrida por cualquiera que se enfrentara al poder, -cosa que no ha cambiado hasta ahora-, ilustra cada lucha, cada enfrentamiento y protesta social en sus diferentes momentos, como la lucha por la reivindicación de los derechos de los trabajadores y su intervención agitadora en las huelgas obreras, vista reitero en el suceso de las bananeras. Decididamente vemos cómo la puesta nos involucra y nos mete en la difusión de ideas reivindicativas y liberadoras, denominadas socialistas y también cómo participa en los inicios y fundación del partido, justamente socialista, que convidan a una revolución.

Es conmovedora la indignación de María Cano, en voz de La Dávila, frente al desalojo que pretende la autoridad de la época a unas familias desafortunadas y nada privilegiadas.

Definitivamente, la dirección por parte de una mujer que cuenta la vida de otra mujer, desde la misma perspectiva de género y que enaltece de una forma comprometida y social una voz feminista de verdad.

Todo este ardor y ambiente son guiados sin prisa y sin pausa a través de la puesta en escena. No pasa por alto detalles, ni en lo visual, ni en sus diálogos. Las conversaciones de índole íntimo y personal con su hermana (Maguso), en las que muestra su fragilidad como mujer y ser humano, son momentos emotivos en los que se desahoga por su situación personal, blanco de las críticas y censuras sociales, con la Iglesia Católica y religión siempre presentes, juzgamientos motivados por su libre pensamiento y accionar. Habla de su precariedad financiera, de cómo la mordaza se traduce y manifiesta en multas económicas.

Una película que nos lleva de la mano tanto en el plano y vivencia personal como en su trasegar e interés político. Cada momento emotivo cuenta con una detallada dirección actoral que permite libertad en las emociones sin rayar en la sobreactuación en ningún personaje.

Realmente, esta película hecha por una mujer encabeza la lista que cada día crece, de historias que debemos contar, y que nos recuerdan quiénes somos y por qué, sin omitir la violencia que las pueda enmarcar. No hay regodeo y tampoco se queda allí, enfatizando el amarillismo tentador y tan atractivo. Nos cuenta realidades sin disfrutar lo negativo y, en cambio, nos propone reflexionar sobre nuestro desarrollo humano y social. Nos habla de nuestro país. Solo me resta decir que esta película, como otras, hace parte indispensable del acervo cultural de Colombia. ¡Un aplauso de pie siempre para Camila!

Por Jenniffer Steffens

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Fdem(78835)03 de febrero de 2024 - 03:16 p. m.
Así es. Muy bien dicho!
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