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“Los conductos”: la emancipación del crimen no cometido

Se estrena en Colombia esta obra de Camilo Restrepo, en la que su amigo Pinky narra en primera persona el sentimiento de venganza que despertó el hombre de una secta que lo manipuló y adoctrinó en nombre de Dios y del amor.

Lilian Contreras Fajardo
05 de junio de 2021 - 02:00 a. m.
Pinky, protagonista de “Los conductos”, quien luego de huir de la secta religiosa que lo usó para cometer crímenes, se encontró con una sociedad que no le dio oportunidades de reivindicarse.  / Archivo particular
Pinky, protagonista de “Los conductos”, quien luego de huir de la secta religiosa que lo usó para cometer crímenes, se encontró con una sociedad que no le dio oportunidades de reivindicarse. / Archivo particular

“Es él quien merece morir y yo soy el único que lo puede matar”, dice Pinky sin remordimiento alguno.

Se lo dice a sí mismo y al mundo luego de haber sostenido con Bebé una conversación sobre la decisión del Padre de dejar morir a Tuerquita, quien es mendigo y eso lo hace digno de no merecer vivir.

Pinky es el personaje de Los conductos, película de Camilo Restrepo que se exhibe en la Cinemateca de Bogotá, donde hasta el 27 de junio se proyecta la retrospectiva del cineasta que incluye sus cortos y la instalación multipantallas “Tele-Visión”.

Pinky también es una persona de carne y hueso llamada Luis Felipe Lozano, un amigo de Restrepo que decidió contar en voz alta su historia de venganza luego de haberse emancipado de una secta religiosa que, bajo la premisa “en el nombre de Dios”, cometía toda clase de crímenes y abusos.

“Por error me encontré en el lugar que no debía y desde ahí lo vi, a él, al Padre... lo vi hacer algo que no quiero ni recordar”, comenta Pinky en una parte del filme. Es así como le explica a la audiencia el dolor que sintió al darse cuenta de la manipulación de la que fue objeto en el grupo al que llegó, como todos los demás integrantes, por el odio que sentía por la sociedad.

Pero el Padre, astutamente, sabía hablarles y decirles lo que ellos necesitaban y querían escuchar. Sabía cómo expresarles amor, aunque no fuera amor genuino, sino un amor necesario para continuar con la sumisión que lo aferra al poder.

En Los conductos, dice el director, los juegos de palabras cuestionan sobre el “ser conducido o conducirse a sí mismo, ir por el conducto y dejarse llevar, o llevarse por sí mismo”.

No es fácil tomar las riendas de la vida, agrega Restrepo, pues constantemente somos manipulados por ideales políticos, religiosos y por la sociedad de consumo. Sin embargo, para el realizador, la manipulación más aterradora no es la que se ejerce de forma grotesca o salvaje, sino la que va ligada a la seducción.

“A Pinky lo manipularon con amor y seducción, y eso es lo más peligroso porque entran en las grietas, en los sentimientos de que carecen, se expande y luego ya estás obedeciendo en ese sistema que no es el tuyo y estás contribuyendo a que eso se reproduzca”, sostiene.

Pinky, quien en una época de su vida estuvo perdido, encontró en el grupo un refugio que supuestamente lo hacía sentir bien y le daba aquel lugar que la sociedad le negó; pero todo era una fantasía porque “los elegidos eran los únicos que sabían cómo moldear el mundo, matar, robar, dominar”.

Logró salir de las garras del Padre, pero ya en su mente había calado que los elegidos no eran seres humanos.

En la calle confirmó que el Padre no era al que más debía temerle, sino a la secta entera, pues todos, fieles creyentes de Dios, estaban adoctrinados para atentar contra el que desafiara las reglas.

Los conductos transita en la línea delgada del bien y el mal, pero no lleva al espectador a una resolución sobre cuál es el camino correcto que Pinky debe seguir. De hecho, es una representación de la vida misma en la que cada acción tiene una consecuencia, pero está cargada de matices y contextos que no hay que olvidar ni ignorar.

“La película, hecha en claroscuros y tonos de grises que representan las posibilidades, es la representación de la moral, la capacidad de juzgar, de aceptar ciertas cosas, sin juzgar a Pinky ni a Desquite”, comenta Restrepo.

El personaje de Desquite simboliza al bandido que existió en Colombia en los años 40 o 50, durante la época de la violencia, y en el filme es el alter ego de Pinky, ese hombre que, al sentir que no tenía futuro y se habían burlado de él, decidió vengarse.

Pasaron muchos años desde que Camilo Restrepo le escuchó por primera vez a Pinky su deseo de matar al Padre hasta que se filmó Los conductos. Tal vez, por eso, la película es en sí misma el camino de emancipación del protagonista, que se atreve a aceptar y relatar en primera persona lo vivido.

Este retrato de Pinky también es el de muchas personas y hasta el de Colombia, pues, para Restrepo, “la película entra hoy en un sistema de eco con la realidad” en el que Desquite, cómo no, tuvo la oportunidad de resucitar porque el país, como dice un poema de Gonzalo Arango, no ha podido darles dignidad a sus ciudadanos.

“Siento que hay algo como de esa resurrección de los olvidados”, agrega el cineasta, que estrena en Colombia esta historia luego de haber sido elegida mejor ópera prima en el Festival de Cine de Berlín en 2020 en la nueva sección Encounters, que otorga importancia a filmes que no responden a la narración comercial cinematográfica, pues el espectador de Los conductos no sabe si le hablan en presente o en pasado y para entender la historia debe armar el rompecabezas que plantea el director.

Pero, Camilo Restrepo, que llegó al cine luego de ser artista plástico, se niega a hacer un producto industrial con imágenes en movimiento. Él no quiere hablarle a todo el mundo, más bien apuesta por un cine artesanal que se acerque a esa obra de arte de la cual está orgulloso de firmar y presentar porque, igual que Pinky, aspira a tener el control de su vida.

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