Captar la esencia de un ser, del estar en ese mundo dentro de la pantalla y de cierta manera hacer que exista fuera de ella en el imaginario del público, convierte una película en una caja de resonancia para amplificar todo tipo de sueños o sensaciones que, por medio de sus recuerdos, siempre están presentes.
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Los recuerdos son el testimonio de actos que podemos atesorar, que son más impactantes cuando la naturaleza y su incansable belleza revelan, por medio de sus extensiones de vida, el conocimiento que muchas condiciones humanas, por la soberbia de creer saber, no escucha.
Tal vez, el mundo y sus conflictos actuales resaltan la sensibilidad de Flow y su impresionante belleza de lo simple. Dirigida por el letón Gints Zilbalodis, nos transporta a un mundo sin humanos, aunque vemos rastros de su presencia y sabemos que en algún momento estuvieron allí.
El largometraje animado presenta a un gato que se despierta en un mundo cubierto de agua, donde la raza humana parece haber desaparecido. Busca refugio en un barco con otros animales, pero llevarse bien con ellos es un reto aún mayor que superar su miedo al agua. Todos tendrán que aprender a superar sus diferencias y adaptarse a este nuevo mundo.
Flow presenta un constante cuestionamiento en cada acto, pues, aunque no parece pasar gran cosa, se están desenvolviendo muchas acciones que son metáforas simbolizadas por sus personajes, en un mundo que se transforma a sí mismo y no busca defenderse de los destructores humanos, acompañado por la maravillosa música compuesta por su director Gints Zilbalodis y por el músico y compositor Rihards Zalupe.
Estos peculiares personajes son un capibara, un lémur, un perro, un pájaro secretario y, por supuesto, un gato negro al que todos nombramos Flow. Gracias al inexistente diálogo, todos relacionamos las acciones sin que nadie diga nada en palabras, pero pasan muchas cosas con las imágenes. Una narrativa sostenida solo en acciones y sin líneas de diálogo resulta difícil, como lo logró la maravillosa WALL-E (2007), que es muda hasta el minuto 40. En sus 84 minutos de duración, Flow no se comunica con palabras, pero quienes hemos sido cercanos a un gatito o a un perrito, tal vez, podemos entenderlo mejor.
En mi opinión, ser formal con una película como Flow es completamente innecesario, pues Zilbalodis hace que la narrativa sea una experiencia y tenga tantas lecturas como los pensamientos que suscita, de tal modo que el espectador que decida sumergirse en ella sienta que esa profunda relación con un animal, el respeto por la vida y las condiciones de un mundo hostil y posapocalíptico son la excusa para percibir ideas tan profundas como la propia naturaleza ofrece cuando se está dispuesto a escuchar, por eso me di la licencia de escribir este texto en primera persona, porque puedo describir mi experiencia como individuo, pero de seguro para usted, que me está leyendo, puede ser diferente.
Comparto con usted una de las conclusiones que recalco aquí, como señaló en algún momento el maravilloso pintor Rembrandt Harmenszoon van Rijn, nacido en Países Bajos, más conocido como Rembrandt, que dijo en el ocaso de su vida: “Elije solo una maestra: la naturaleza”.
Para mí, Flow es una experiencia que nos recuerda que la compasión es escasa en el mundo, que el respeto y el cuidado a la naturaleza son casi nulos, y que nosotros, como seres sociales, estamos acostumbrados y educados a acumular cosas, cuidar nuestro estómago, vivir con ira y rencor por el otro, o hacerle caso a la mayoría así perjudique a terceros. Esto nos hace olvidar que los seres vivos de la naturaleza son luces que ayudan a iluminar la oscuridad humana y, por extraño que parezca, todos tenemos seres que nos pueden guiar para trascender o, en el mejor de los casos, a fluir.
Una cinta con una animación tan sencilla como sus líneas, pero tan llena de luz como su belleza conceptual y tan variada como los ojos que la ven.