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Traigo de todo (Opinión)

La parrilla de un canal de televisión está a merced de unos criterios que cada día se han convertido, de lejos, en lo que fue, con un único derrotero: obtener la mayor audiencia posible

Jenniffer Steffens
18 de noviembre de 2023 - 07:53 p. m.
No es escatimando que se hace esta industria que, por su naturaleza, es costosa. El negocio de la televisión, los medios audiovisuales, son costosos, privados o públicos. Si se quiere estar a la altura y competir en igualdad de condiciones, de calidad.
No es escatimando que se hace esta industria que, por su naturaleza, es costosa. El negocio de la televisión, los medios audiovisuales, son costosos, privados o públicos. Si se quiere estar a la altura y competir en igualdad de condiciones, de calidad.
Foto: Cortesía

La Mirilla

Traigo de todo, como dice la canción. La tentación es grande, y es difícil no sucumbir ante ella; los motivos son muchos y se repiten. La televisión colombiana ha emprendido un camino sin retorno, pareciera. En un profundo hoyo, salir se dificulta y se hace complicado por un tema del cual me vuelvo reiterativa: la voluntad política. Sí, política, y no tiene que ver con el ejercicio decoroso de algunos honorables y prestigiosos; en cambio, otros no.

No naufrago en el sin salida del tiempo pasado fue mejor, no se trata de eso. Ni quiero ser catastrófica. Me asiste el mejor ánimo y gusto inmenso por la televisión nuestra. Me lleno la boca cada vez que tengo oportunidad de decir lo buena que es y ha sido la tv, en todas las materias, pero de un tiempo para acá empezamos a fallar. Es mi reflexión en voz alta para valorar lo que se ha hecho, con los mismos que hoy desviaron su atención. Resistirse al cambio no es la idea; no es inteligente, no permite desarrollo y evolución. Se trata de buscar puntos de equilibrio sin abandonar lo que nos ha merecido aplausos a todo nivel y en apartados lugares del mundo e implementar lo que necesita el mercado actualmente. Tenemos grandes ejemplos de otros países en los medios.

La voluntad política del dueño de un medio de comunicación, que se lucra del mismo, infunde y transmite la línea que debe seguir el canal a sus correspondientes gerentes, ejecutivos y creativos. Ahí es donde se define todo. La verdad sincera es que no creo que estos adinerados dueños de tanto, que conforman su monopolio, se ocupen del tema de contenidos creativos; cosa diferente son las noticias, pero ese es otro tema.

Dicho esto, la parrilla de un canal de televisión está a merced de unos criterios que cada día se han convertido, de lejos, en lo que fue, con un único derrotero: obtener la mayor audiencia posible, al costo que hoy vemos, para que las ganancias se desborden y sus patrones aplaudan, obviamente, con estimulantes y nada despreciables remuneraciones. Aclaro que no peleo con el tema ni con las utilidades de empresarios que forman parte de los medios ni de sus empleados. Es oportuno decir que no tan envidiable es la participación económicamente hablando de los artistas. Pero considero que podrían intentar mejorar su producto sin la menor duda, cambiando y modificando fórmulas que creen las únicas ganadoras.

Fernando Gómez Agudelo, el Doctor Gómez, que trajo por encargo del General Rojas Pinilla la televisión a Colombia, decía: “No hay fórmulas para hacer televisión, pero hay que hacerla con inteligencia y respeto al televidente.” Y lo hizo, hasta su último día. No vio la transformación que sufrió el “negocio” de productor y programador, a canal privado. Creo que su pensamiento y obra no obedecían precisamente a lo del momento, donde el espíritu cambió absolutamente. A nadie le interesa seguramente qué opinaría el Dr. Gómez hoy en día, mirando la televisión y observando cómo el desarrollo de la misma subsiste sacrificando al televidente, subvalorando su gusto y criterio, convencidos de que da lo mismo y que lo que se le ofrece, es decir, lo que le obligan a ver, no merece conversación, no amerita ser tenido en cuenta.

Da tristeza; lo expreso puesto que, como artista que soy, participé en tantas producciones y gracias a ellas gané un lugar en el corazón de la gente, que nos hace parte de su familia, de su casa, de sus costumbres y valores, no escatimando cariño, reconocimiento para con todos los que, como yo, hacemos parte de esta actividad, de este negocio (parte como cualquier trabajador, nada más). No podemos brindarle algo mejor, mucho más, lo sabemos. Da pesar que nos sientan parte de ese núcleo que los mira peyorativamente y subestiman.

Cambiar de canal, disfrutando del “paraíso del ocioso”, como bien lo llaman Moure y De Francisco, no es disfrutar de ningún paraíso, refiriéndose en concreto a la TV privada. Es un desperdicio, les digo, y podrían considerar y revisar sus políticas. Digo podrían, aunque en verdad deberían, porque estoy convencida de que si lo hacen, considerando y valorando el tesoro que manejan, tendrían mayores resultados, llámense dividendos y satisfacciones. Hablo sin carreta, no parafraseo el nombre de un programa que tampoco ofrece nada y que siembra un descontento general sin gracia alguna y con una dosis dañina gratuita, aprovechándose de cierto público incauto que cae en la encerrona, proclive al embeleco de salir en tv, junto con un señor que se las da de simpático, pero que poco construye.

La verdad no sé en qué momento se apoderó del productor, del realizador, de todos ese espíritu destructivo y amarillista. Cuando la posibilidad de tener un micrófono, una cámara, te brinda todo. Todo lo bondadoso, generoso que un ser puede ofrecer a su país, a su comunidad, a su gente. Pero resulta más fácil dejarse llevar por la corriente negativa. Absolutamente hay producciones no solo rescatables, buenas, excelentes, Bolívar, La Pola, son un ejemplo. Contenidos, llenos de colombianidad, los hay; se hacen especiales con temas de interés general que resultan muy bien producidos e informan. No todo es malo, faltaría más. Pero faltaría más compromiso e intención por conjugar, por armonizar los intereses particulares y los generales. Tal vez más amor por esto que creo es el universo de todos los que hemos y hacemos tv.

Unas de cal y otras de arena, popular refrán, es lo que se ve en la TV. Porque si bien es cierto que pululan unos esperpentos y se dedica la programación a repetir, se agradece a veces, ya que se encuentran producciones hechas, buenas y entretenidas. Esto, desde la mirada televidente, desde la de actriz, no. Insisto, lo he manifestado antes, para nosotros, los artistas de diferentes oficios, nos afecta y perjudica laboralmente, por ende, en lo económico. No recibimos regalías, ni existe una ley que nos ampare, en ese aspecto y en muchos otros. Son tan precarias nuestras condiciones que aún abogamos por “sillas durante los días de grabación, comida aceptable, y así”. No hemos avanzado en temas significativos que mejorarían las condiciones, como en otros países. Y aquí hay que reconocer que las producciones o coproducciones que llegan de afuera, de grandes empresas, han aportado una igualdad de condiciones y mejoras, contemplando lo susceptible de la diferencia en cuanto a los artistas que traen, y sobre todo, porque entienden cómo es mejor y más fácil, en últimas, sumado al prevenir posteriores inconvenientes o conflictos de orden laboral presumiendo tal vez, que tenemos organización y alguna regulación que nos proteja. Lo cual no existe, en nuestros términos laborales, somos independientes contratistas y ya, con todos los vacíos que esto implica.

No es escatimando que se hace esta industria que, por su naturaleza, es costosa. El negocio de la televisión, los medios audiovisuales, son costosos, privados o públicos. Si se quiere estar a la altura y competir en igualdad de condiciones, de calidad.

Por Jenniffer Steffens

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