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Antonio Alejos, de las leyes al pastoreo

El canto de trabajo llano, declarado por la Unesco patrimonio inmaterial de la humanidad en 2017, es parte de la historia del Torneo Internacional de Joropo, que el 8 de octubre celebra un nuevo encuentro. Un abogado penalista venezolano en el Meta cuenta cómo cambió la oficina de litigante por la llanura para llevar ganado.

03 de octubre de 2020 - 12:16 a. m.
Antonio José Alejos, un vaquero venezolano de 35 años. /Steyman Zota Orjuela- Instituto de Turismo del Meta
Antonio José Alejos, un vaquero venezolano de 35 años. /Steyman Zota Orjuela- Instituto de Turismo del Meta
Foto: Cortesía

La puerta del corral se abre luego del ordeño, lavado y desinfección de 60 vacas en la hacienda Canaima, una de las tantas en el tapete verde del Meta. Algo emperezadas, siguen al caballo que monta Antonio José Alejos, un vaquero venezolano de 35 años, ojos hundidos, barba tupida, piel áspera y bien hablado, con camisa a cuadros raída, jean arremangado, sombrero de paja y “a pata pelá” (pies descalzos). El canto de las distintas aves lo corta de inmediato la agudeza de su garganta:

"Jila jila jiiiila mi ganado / por la huella de cabrestero /

Ponle amor al camino / y olvida tu comederoooo"

Una vaca rojiza pone el paso, en manada sale el resto. Es apenas un pequeño grupo de las 600 cabezas de ganado en esta propiedad de 200 hectáreas. Vuelve y canta otra copla. Y otra. Y las vacas lo siguen. Esta práctica cultural consiste en cantar melodías a capela sobre temas relacionados con el arreo y ordeño del ganado. El amor, el despecho también son temas de los versos. Aparte de cantos, también hay silbos y japeos.

“Cantar en el trabajo de llano es una motivación al ganado para que se acople, tome confianza y lo siga a uno en el canto del recorrido para llevarlo a un lugar. Hay muchas canciones, me sé unas tres o cuatro: Ajila ajila, Con la voz del cabrestero, Vente mi vaquita y Canto a la niña”. Cuenta que desde adolescente, en su natal estado de Portuguesa, también llanero, frecuentaba haciendas que sus tíos cuidaban. Allí aprendió el canto, tocar el cuatro, el trabajo del llano, la parranda llanera y montar a caballo.

Antonio nota la conexión cuando, con su primer canto, los animales lo miran. “El animal se complementa, si está en el potrero se amontona y me sigue a través de los cantos”. Y lanza esta copla:

"En el llano hay un refrán / que lo tiene por agüero

que el que no sabe cantar no sirve pa' cabresteroooo"

Recuerda que un día arrió 320 reses de un hato a otro: fueron 10 kilómetros en una faena que se llevó todo un día. Lo acompañaron cinco vaqueros.

Pero estudiar Derecho, donde se graduó en 2011, fue el camino elegido después de ser policía. Por cinco años ejerció su carrera, tiene diplomados en protección a niños y adolescentes, violencia de género, derechos humanos y derecho internacional. Y ha ejercicio en derecho penal, civil y laboral.

La falta de oportunidades, el hambre y la decisión de un primo de buscar un mejor futuro en Colombia lo convencieron, hace 19 meses, para dejar todo en Venezuela, incluida su esposa y tres hijos. Llegó a otra hacienda del Meta, y a los cuatro meses desembarcó en la hacienda Canaima, jurisdicción de Villavicencio, a 30 kilómetros por la vía de la capital a Puerto López.

Pasar de ser abogado a vaquiano no es un cambio radical como parece. Este trabajo me motiva y me nace hacerlo”. Un día normal comienza a las 6 de la mañana, toma su caballo, revisar ganado, especialmente crías pequeñas porque se enferman más, y luego arria toros. Y el resto de actividades del trabajo de llano. Lo acompañan dos vaqueros más en las faenas.

Con el próximo Torneo Internacional del Joropo, que comienza el 8 de octubre, se ilusiona de seguirlo como un aficionado más. “Me gusta mucho la emisora 106.3 FM, me encanta por su música llanera. Yo canto en parranda, con el cuatro, no he cantado en arpa, me intimida, alguna vez lo intenté, se me olvidó la estrofa y me dio miedo escénico”.

Los accidentes son frecuentes y su brazo y mano derechas, el principal blanco de los golpes. Como la patada de una vaca cuando la estaba inyectando, un desgarro en la mano al quedar atrapada en la cuerda con que enlazó una yegua (“de vainas no le arrancó la mano”, le dijo el médico) y otra patada más de un becerro. Sobarse y tomar pastillas ha sido su tratamiento. Recuerda pisotones de caballos y yeguas descalzo. “Prefiero andar así, sin botas, por el calor. Además, fortalece la planta del pie”.

En unos años quiere verse regresar a su casa, con su familia. Y volver a ejercer el Derecho. ¿En qué se parece su carrera al trabajo de llano? No piensa mucho para responder: “El ganado, como muchas personas, no quiere entender o seguir el camino correcto, y hay que conducirlo. A veces creo que merece más rejo el ser humano que el animal, porque finalmente el animal entiende y es noble, diferente a muchas personas”.

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