Carolina Rueda, cuentera por 30 años

La narradora oral, una de las pioneras del género, lleva tres décadas sobre las tablas. Con su experiencia, dice que cuenta para hacerle trampas a la muerte. Aquí su texto personal para celebrar lo imposible.

Carolina Rueda
15 de agosto de 2018 - 09:00 p. m.
Carolina Rueda hace parte de una generación de cuenteros que empezó su actividad en la Plazoleta de Arquitectura de la Universidad Javeriana. / Cortesía
Carolina Rueda hace parte de una generación de cuenteros que empezó su actividad en la Plazoleta de Arquitectura de la Universidad Javeriana. / Cortesía

Apostarle a lo imposible es tal vez el mejor obsequio de llevar 30 años en escena, de cuentera, cuentacuentos o narradora oral. Éramos imposibles al empezar. En su mayoría universitarios, pero también actores, titiriteros, gente que trabajaba para niños, motivados por cosas que hacíamos, buscábamos o encontrábamos. Gente imposible que trajo un hábito de regreso: trajo de vuelta la costumbre de los cuentos, el acuerdo colectivo por la escucha, el silencio y la memoria; materiales delicados que con los bombazos de la guerra había que preservar con un cuidado constante.

Fue así como algunas personas nos dedicamos a construir con las palabras, las emociones, las intenciones y el riesgo; un mundo que en principio es invisible pero que se instala visiblemente en la imaginación del público. Desatamos amarras y encendemos la proyección común e individual de la máquina de imaginar, con la idea de compartir el mundo que el cuento nos brinda y desde allí experimentar vida, con tesoros innombrables, regalos, pérdidas y dolores, con la magia compartida.

He podido andar por el mundo de la mano de las historias y he vivido experiencias inverosímiles menos creíbles, a veces, que las historias que cuento. El padre vasco de una cuentera estupenda me dijo: “Cuéntales mentiras y te creerán, pero la verdad no te la creerán”. Me sorprende ver en ojos temerosos y ávidos de vértigo la cuestión sobre la verdad de lo que cuento y siempre lo recuerdo, tan sabio.

Cómo no celebrar lo imposible. Hace 30 años varias personas jóvenes, universitarios, empezamos en la Universidad Javeriana a contar cuentos en la Plazoleta de Arquitectura y dimos origen así a un fenómeno trascendental en la cultura del país. No éramos los únicos; había toda una línea dramatúrgica nacional basada en los cuentos populares; así mismo, dos maestros del teatro colombiano que se nutrían de la figura del juglar y el contador de cuentos la sembraron en varias ciudades como actividad escénica habitual.

La narración oral juvenil colombiana, de públicos jóvenes y adultos, se consolidó como un fenómeno cultural, social y democrático. Llamó a gente de todos los estratos y procedencias, no solo como ejecutantes sino como público. Este fenómeno despertó trabajos con animación de objetos, con títeres, el stand up, que tenían una construcción oral significativa y central en la redondez del espectáculo y que lograron encontrar un terreno adecuado para instalar su quehacer.

Es curioso. La actual dirección cultural de la Universidad Javeriana se niega a celebrar los 30 años del espacio de cuentería; han dado por afirmar que luego de 30 años no es de cuentería sino un espacio cultural. Esas son las miradas que borran la historia, las que de repente y sin preguntarse nada ocupan un sitio. Han decidido borrar no solo a los artistas enormes que han pasado por allí, sino al excepcional público que ha situado a la Plazoleta de Arquitectura como uno de los lugares emblemáticos de talla internacional.

Así, pero no sin rechistar, un lugar histórico se desvanece cuando ha sido otro su devenir. Curiosamente, lo único que no ha faltado es público. Estudio y observación han sido carencias de los intérpretes culturales, los programadores de los circuitos de escénicos y los eventos de lectura en general. Decidí celebrar este cumpleaños que no solo es mío sino gremial, contando cuentos. Mostrar de qué se trata y por qué existo, por qué existimos.

Yo, mujer imposible, viajo por el mundo conociendo los misterios de la humildad, de la grandeza y, sobre todo, del agradecimiento al público, porque es su guía lo que nos sostiene. Recuerdo los públicos con los que la vida me ha obsequiado: cómplices y sagaces, silenciosos y generosos. Ahora en esta coyuntura nacional, cuando el debate es entre viva la vida o viva la muerte, me gusta ser parte de este bando de artistas en entredicho que ha contribuido a cuidar un país. Artistas que alimentan su capacidad de imaginar, su confianza en la palabra, la conciencia de su poder, la escucha en armonía.

Soy parte de lo imposible. Me encontré que la cultura es muchísimo más amplia que las salas de teatro, que los magos de escena no son necesariamente conscientes de serlo, que un instante de eternidad logrado por la imaginación recupera el alma hasta de los dolores más profundos. Cuento para hacerle trampas a la muerte, para que cuando venga por mí crea que se lleva una vida, pero realmente yo habré vivido muchas más, en los cuentos oídos y contados, en los cuentos imaginados.

La experiencia de lo imposible, por supuesto, es difícil de relatar. No debo ni puedo entrar en alta reflexión, porque me puede pasar como al equilibrista que en vez de encontrar el peso se pone a calcular la densidad del viento y la formula de la gravedad, hasta desequilibrarse.

La promesa que hago es el viaje con todos sus recursos y sorpresas, con sus misterios y riesgos, un viaje para explorar universos donde, a modo de espejos y telescopios, abrimos la madeja de nuestros propios sueños.

Teatro La Sala (Cra. 22 n.° 41-28). Hasta el 19 de agosto. Boletería: taquillas del teatro.

Por Carolina Rueda

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