Carrell Ali Lasso, entre el mundo religioso y el actoral

El actor de 30 años, que ha participado en series como “La selección”, “La esclava blanca” y “Narcos”, debe firmar un contrato temporal de matrimonio con las compañeras con las que comparta escenas íntimas.

Maria Camila Alvarado
07 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Carrell Ali Lasso pasó por muchas religiones: iba a la iglesia cristiana, a la católica, incluso asistía a la mormona, hasta que a los 19 años comenzó a ser musulmán. / Cortesía
Carrell Ali Lasso pasó por muchas religiones: iba a la iglesia cristiana, a la católica, incluso asistía a la mormona, hasta que a los 19 años comenzó a ser musulmán. / Cortesía

Su cuerpo se separó del sillón de la moto para elevarse. No logró desafiar las leyes de la gravedad. Como subió, bajó al pavimento y su cabeza aterrizó a dos centímetros del andén. No se oyeron gritos, sólo el rechinar de las llantas de un automóvil que frenó en seco. La moto quedó debajo del vehículo verde que había omitido la señal de pare. Reinó el silencio, reinó la muerte. Él, que se creía muerto, habló para recordar que aún tenía ganas de vivir. “Allah ‘akbar, Allah ‘akbar”, repetía en oración. “‘Dios es el más grande’, decía, pero no sé por qué me salía en árabe. Esa fue la última advertencia de Dios, para que reconociera que él era el único”. Carrell Ali Lasso camina con medias grises por los tapetes de flores verdes y rojas del centro islámico Ahlul Bayt. “Una serie de eventos me llevó a este camino, pero el impulso más fuerte fue cuando me atropellaron”.

Con 1,92 metros de estatura, Carrell Ali recibía a los miembros de la comunidad musulmana que van a encontrar en la oración de los viernes un oasis en el desierto de Bogotá. Una hilera de zapatos forma una barrera en la entrada de la musala. Medias rojas, blancas, negras y azules hacen fila para empezar la oración de Dhuhr. “Alssalam ealaykum”, se escucha en todo el recinto. “Alssalam ealaykum”. Él se pone la mano izquierda en el corazón cada vez que entra una mujer al centro. “Alssalam ealaykum, la paz sea contigo, hermano”, se dicen entre sí, hasta que la sala está llena de creyentes. Avanza hacia el fondo del salón y se posiciona a la derecha de una esquina, ubica el suroeste y dobla sus rodillas en la dirección en la que se oculta el sol. La misma dirección que trajo al marino nicaragüense Jaime Taylor, bisabuelo de Carrell, al puerto de Buenaventura hace 60 años.

Sin saber hablar español y con el inglés como única arma lingüística, se adentraron en tierras caribeñas para encontrar la paz que no les brindaba su país natal. No venían solos. Extranjeros de todo tipo hacían una paleta cultural en el puerto, pero uno resultaba especial: era árabe. Cinco veces al día se apartaba para pronunciar rezos extraños, mientras doblaba sus rodillas y tocaba con la cabeza el suelo. Jaime Taylor lo miraba discretamente y observaba con detalles sus movimientos. “Allah, Allah”, era lo que lograba entender cada vez que terminaba el ritual.

“¿Por qué hace esos extraños movimientos cinco veces al día?”, preguntó una tarde después del almuerzo. “Soy musulmán”, respondió el árabe, mientras masticaba un trozo de banano.

Todas las tardes en el puerto, Jaime cuestionaba diferentes cosas sobre el comportamiento del árabe. Veía que se inclinaba y oraba frases extrañas cinco veces al día. ¿Para qué se hacen? ¿Cómo se hacen? ¿Por qué lo hace?, fueron preguntas con respuestas contundentes que el bisabuelo guardaba en su corazón, hasta que decidió seguirlas porque sentía que era lo correcto. Se las enseñó a Anwar Ali Paz y él a su generación, hasta llegar a Carrell Ali.

“Mirá, a los 19 años comencé a ser un musulmán (comprometido). Aunque nací en este ambiente, no quería creer en algo por tradición, quería encontrarlo a mi manera y sí que lo encontré”, dice mientras mueve el reloj plateado que está en su muñeca derecha y sonríe con amplitud. “Pasé por muchas religiones, iba a la iglesia cristiana, a la católica, incluso asistí a la mormona. Todo lo tomaba como un juego. Estaba en plena adolescencia, vos me entendés”.

Carrell Ali Lasso, con 30 años, ha estado en más de cinco producciones televisivas, como Preso en el extranjero, La selección, de Caracol Televisión; La viuda negra, de Telemundo; Narcos, para Netflix, y una de las más recientes, La esclava blanca, en la que representó el papel de Trinidad. Se levanta todos los días entre las 4:30 o 5:00 de la mañana para realizar la oración de Fajr. Allah ‘akbar (“Dios es el más grande”), Ash jadú an ná Mujammadan rasú lul láj (“atestiguo que Mahoma es el mensajero de Dios”), son algunos de los ocho versos que se recitan, cada uno dos veces, por dos ciclos en el alba.

Con cejas negras, ojos profundos, sonrisa como el color de la luna y músculos prominentes, logró personificar a uno de los esclavos en la serie La esclava blanca. “Cuando firmé el contrato especifiqué que era musulmán. Es necesario aclararlo porque debido a eso tengo que comer de forma distinta. Sólo como carne halal, es decir animales que son sacrificados de la forma en la que lo especifica el Sagrado Corán. Este personaje fue uno de mis favoritos, pero también me llevó a hacer cosas de las que hoy en día me arrepiento”.

Además de consignar en su contrato laboral que es musulmán, Yahia, como es llamado Carrell Ali en la musala, debe hacer matrimonios temporales cada vez que hace escenas de sexo con las diferentes compañeras de trabajo, incluso si son sólo besos. Los matrimonios temporales son un tipo de contrato que el islam establece para las relaciones amorosas entre dos personas de géneros opuestos. En Occidente lo llamamos noviazgo.

“Al hacerlas mis esposas por un tiempo las hago maharam, íntimas, y al hacerlas íntimas las puedo tocar. Íntimas significan que están cerca al corazón. Mis hermanas son maharam, por eso las puedo ver sin hiyab. Eso no significa que voy a hacer íntimas a cada una de las actrices con las que voy a trabajar, pues yo tengo un matrimonio que no es temporal, ese si es pa’ toda la vida. Sólo quiero cumplir la ley y que Dios vea la intención con la que lo hago. Ejercer esta profesión es duro y más porque creo en lo que creo. Debo buscar la forma de agradar con mis acciones y sobrevivir en el intento”.

Carrell Ali ha regalado desde anillos de plata, chocolatinas, un ramo de rosas, almuerzos y libros a cada una de las esposas temporales que ha tenido. Al final dejan de ser esposas para ser amigas. “Unas se burlan y creen que esto es un juego. Para mí no lo es, es algo que debo hacer ante Dios. Una vez, una de estas chicas me dijo que no, que no accedía, ya había firmado contrato y no iba a renunciar por eso. Resolví hacer la mut’a yo solo”. Los besos son la fornicación de la boca, pasar las manos por las curvas femeninas es la fornicación del cuerpo y la penetración es la fornicación de las partes pudientes, enseña el Sagrado Corán.

Con una camisa roja a medio poner, unos pesqueros sucios, una barba abundante y gotas de sudor cayendo por su frente anda Trinidad, siempre detrás de Remedios, en La esclava blanca. Se encuentran solos en el cuarto, Trinidad rodea su cintura con firmeza y ella cae en sus brazos. Si bien es la típica escena de un romance novelesco prohibido, representa la sensualidad y pasión de los esclavos negros en la época colonial, cuando se dieron las primeras manifestaciones de los ritos islámicos en tierras latinoamericanas.

En la escena está Trinidad y en su piel, Carrell Ali Lasso, quien se mueve con destreza entre sus dos mundos: el actoral y el religioso.

Por Maria Camila Alvarado

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