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                                                                                                                              Con el tiempo a su favor

                                                                                                                              Desde que llegó a la Presidencia el clima real empeoró (con dos terribles temporadas de lluvias), pero todos los climas simbólicos mejoraron... incluido el de la reelección.

                                                                                                                              Héctor Abad Faciolince / Escritor, periodista y columnista de El Espectador.

                                                                                                                              El pasado 7 de agosto el economista Juan Manuel Santos completó un cuarto (y muy probablemente un octavo) de su período como presidente de la República: apenas el 12,5% de su mandato. Tres días después, el 10 de agosto, cumplió 60 años, la edad de la plena madurez. Si no pasa nada raro (un accidente, un cáncer a lo Chávez, una catástrofe en la economía o en la política) es probable que se despida de la Presidencia, ya en el umbral de la vejez, en el año 2018, a los 67 años. Quizá sea esta medida de los tiempos largos lo que le da su serenidad imperturbable. Santos está jugando con mucha calma su partida de ajedrez con la historia. Sabe que será un juego largo, posiblemente de ocho años, y de nada le sirve apresurarse. El raro engendro constitucional de su antecesor, la reelección, le da un poder del que ni siquiera Uribe pudo disfrutar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              El rostro impasible y la sonrisa distante no dejan ver si hay rabia o alegría en su corazón. Apuesta duro y uno no sabe si tiene todos los ases o si está cañando. Pero no tiene la cara dura de los que están cañando. Si los estudiantes lo atacan por el flanco izquierdo, no tiene problemas en retroceder un caballo, y enrocar, para cubrirse mejor. Al mismo tiempo avanza con sus planes, sus ministros, sus funcionarios: peones, alfiles y torres de un ataque bien diseñado. Repito: tiene el tiempo a su favor y la partida con la historia será larga; los segundos del reloj caen despacio, el sol apenas se levanta por el Oriente, todavía no se lo puede acusar de no haber ejecutado.

                                                                                                                              Quien esto escribe no apoyó al candidato que hace un año y medio era sostenido (aunque a regañadientes) por Álvaro Uribe. Desconfiaba de su índole astuta y capaz de acomodos traicioneros. Pero, ¿no es esa la índole de todo político de pura raza? La lealtad te da buenos amigos, la conciencia tranquila, pero no poder. ¿No se hizo íntimo Uribe de sus peores enemigos en Antioquia, los Valencia Cossio? ¿No trabajó Noemí por el gobierno y la reelección de Uribe, después de acusarlo en todos los tonos de ser un paramilitar? Volteretas parecidas hizo Juan Manuel Santos, quien saltó de la “tercera vía” de Blair, al apoyo oportuno y oportunista a Uribe, cuando este era el consentido de la opinión pública. Y precisamente su índole cambiante es la que ahora nos permite hablar con agrado de su primer año y medio de gobierno. Salvo en el tema de la guerrilla —lo cual no está mal— no ha sido un continuador de Uribe, sino todo lo contrario. Ha vuelto a su antigua lealtad, quizá la más seria y profunda: la de una tercera vía socialdemócrata: libertad de empresa, pero lucha contra la pobreza extrema y las desigualdades exageradas. Para eso creó un superministerio: el Departamento Administrativo para la Prosperidad Social, una entidad con dientes y con presupuesto, con un hombre competente a la cabeza: Bruce Mac Master.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Uribe prefería que a su lado hubiera ministros obsecuentes y obedientes, siempre con un sí en los labios. No importa que fueran ineptos como Andrés Uriel (hoy sufrimos el estado en que dejó las carreteras), siempre y cuando fueran incondicionales con el amo. Santos; en cambio, se ha rodeado, en general, de funcionarios con personalidad y con deseos de dejar una huella en el país: Juan Camilo Restrepo, Germán Vargas Lleras, María Ángela Holguín, Juan Carlos Echeverry, Rafael Pardo, entre otros. Santos no lo hace todo: delega y confía en sus subalternos.

                                                                                                                              Del clima político siempre crispado (tanto en el frente interno como en el internacional) que nos dejó de herencia el gobierno anterior, con sus diatribas reaccionarias y su talante retrógrado, gracias a Juan Manuel Santos hemos regresado a algo que parece insólito, cuando debería ser la regla en un gobierno democrático: el talante liberal, el fortalecimiento de los partidos, el clima de tolerancia por las ideas ajenas, el comercio con los vecinos, la serenidad ante las críticas de una prensa a la que se deja ejercer la libertad sin atacarla por ser supuestamente antipatriótica. También las relaciones con las cortes y con la justicia son más armónicas.

                                                                                                                              Pero la partida con la historia colombiana no es fácil. Santos tiene el reto de revertir las terribles desigualdades que le dejaron de herencia los gobiernos anteriores. Santos ha prometido sacar de la pobreza absoluta a la mitad de nuestros pobres extremos (que el 15% de indigentes se reduzcan al 7%). Y no para estos años, pero sí para su segundo período, que probablemente llegará, tiene el reto de devolverle la paz a Colombia. Tiene tiempo y el tiempo corre a su favor, pero al menos para la indigencia, habría que afanarse. Por su propio bien, y por el del país, todos le deseamos que lo sigan acompañando la suerte, la serenidad y el espíritu liberal que hasta ahora ha demostrado. Ojalá empiece a ejecutar pronto lo que tanto ha prometido. Y que siga con su talante sereno y abierto, si de verdad quiere pasar a la historia.

                                                                                                                              El pasado 7 de agosto el economista Juan Manuel Santos completó un cuarto (y muy probablemente un octavo) de su período como presidente de la República: apenas el 12,5% de su mandato. Tres días después, el 10 de agosto, cumplió 60 años, la edad de la plena madurez. Si no pasa nada raro (un accidente, un cáncer a lo Chávez, una catástrofe en la economía o en la política) es probable que se despida de la Presidencia, ya en el umbral de la vejez, en el año 2018, a los 67 años. Quizá sea esta medida de los tiempos largos lo que le da su serenidad imperturbable. Santos está jugando con mucha calma su partida de ajedrez con la historia. Sabe que será un juego largo, posiblemente de ocho años, y de nada le sirve apresurarse. El raro engendro constitucional de su antecesor, la reelección, le da un poder del que ni siquiera Uribe pudo disfrutar.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              El rostro impasible y la sonrisa distante no dejan ver si hay rabia o alegría en su corazón. Apuesta duro y uno no sabe si tiene todos los ases o si está cañando. Pero no tiene la cara dura de los que están cañando. Si los estudiantes lo atacan por el flanco izquierdo, no tiene problemas en retroceder un caballo, y enrocar, para cubrirse mejor. Al mismo tiempo avanza con sus planes, sus ministros, sus funcionarios: peones, alfiles y torres de un ataque bien diseñado. Repito: tiene el tiempo a su favor y la partida con la historia será larga; los segundos del reloj caen despacio, el sol apenas se levanta por el Oriente, todavía no se lo puede acusar de no haber ejecutado.

                                                                                                                              Quien esto escribe no apoyó al candidato que hace un año y medio era sostenido (aunque a regañadientes) por Álvaro Uribe. Desconfiaba de su índole astuta y capaz de acomodos traicioneros. Pero, ¿no es esa la índole de todo político de pura raza? La lealtad te da buenos amigos, la conciencia tranquila, pero no poder. ¿No se hizo íntimo Uribe de sus peores enemigos en Antioquia, los Valencia Cossio? ¿No trabajó Noemí por el gobierno y la reelección de Uribe, después de acusarlo en todos los tonos de ser un paramilitar? Volteretas parecidas hizo Juan Manuel Santos, quien saltó de la “tercera vía” de Blair, al apoyo oportuno y oportunista a Uribe, cuando este era el consentido de la opinión pública. Y precisamente su índole cambiante es la que ahora nos permite hablar con agrado de su primer año y medio de gobierno. Salvo en el tema de la guerrilla —lo cual no está mal— no ha sido un continuador de Uribe, sino todo lo contrario. Ha vuelto a su antigua lealtad, quizá la más seria y profunda: la de una tercera vía socialdemócrata: libertad de empresa, pero lucha contra la pobreza extrema y las desigualdades exageradas. Para eso creó un superministerio: el Departamento Administrativo para la Prosperidad Social, una entidad con dientes y con presupuesto, con un hombre competente a la cabeza: Bruce Mac Master.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Del clima político siempre crispado (tanto en el frente interno como en el internacional) que nos dejó de herencia el gobierno anterior, con sus diatribas reaccionarias y su talante retrógrado, gracias a Juan Manuel Santos hemos regresado a algo que parece insólito, cuando debería ser la regla en un gobierno democrático: el talante liberal, el fortalecimiento de los partidos, el clima de tolerancia por las ideas ajenas, el comercio con los vecinos, la serenidad ante las críticas de una prensa a la que se deja ejercer la libertad sin atacarla por ser supuestamente antipatriótica. También las relaciones con las cortes y con la justicia son más armónicas.

                                                                                                                              Pero la partida con la historia colombiana no es fácil. Santos tiene el reto de revertir las terribles desigualdades que le dejaron de herencia los gobiernos anteriores. Santos ha prometido sacar de la pobreza absoluta a la mitad de nuestros pobres extremos (que el 15% de indigentes se reduzcan al 7%). Y no para estos años, pero sí para su segundo período, que probablemente llegará, tiene el reto de devolverle la paz a Colombia. Tiene tiempo y el tiempo corre a su favor, pero al menos para la indigencia, habría que afanarse. Por su propio bien, y por el del país, todos le deseamos que lo sigan acompañando la suerte, la serenidad y el espíritu liberal que hasta ahora ha demostrado. Ojalá empiece a ejecutar pronto lo que tanto ha prometido. Y que siga con su talante sereno y abierto, si de verdad quiere pasar a la historia.

                                                                                                                              Por Héctor Abad Faciolince / Escritor, periodista y columnista de El Espectador.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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