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Eduardo Ramírez Ocampo: entre la ingeniería y el arte

En sus obras “Ni Itti Koone” y “Bio-Lencia”, este personaje nacido en Santiago de Chile, pero criado en Colombia, logra reforzar los lazos entre su profesión y su pasión.

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Giancarlo Calderón
13 de diciembre de 2020 - 07:40 p. m.
Eduardo Ramírez Ocampo estudió ingeniería civil en la Universidad de Chile y en la Javeriana, en Bogotá.
Eduardo Ramírez Ocampo estudió ingeniería civil en la Universidad de Chile y en la Javeriana, en Bogotá.
Foto: Archivo Particular
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Plasmar ingenuidad en una expresión artística, en una pintura por ejemplo, no es precisamente un acto ingenuo. Es, más bien, un hecho planeado: bien pensado, bien elaborado. Y lo es, más aún, si se trata de representar un contexto exuberante como la selva y su espesura, con sus inagotables formas y con una variedad de colores casi inagotable: vivos, diversos, delirantes. No se da como un acto inocente, decía, y tampoco es propiamente una tarea fácil, ni surge como un hecho espontáneo, sino mediante una decisión técnica y estéticamente deliberada.

Plasmar, entre otra cosas, la sagacidad de un jaguar en medio del verde para ejercer su instinto de cazador letal, y, asimismo, el sutil gesto de la presa de turno, de pérdida y queja final. Justo en eso, en pequeños gestos, en minúsculos detalles, se encuentra la riqueza de la serie de pinturas que el artista Eduardo Ramírez Ocampo nombró Ni Itti Koone, cuyo significado en Chimila es “El territorio del Jaguar”. (Le puede interesar: Carlos León, la animación como expresión artística)

Allí –en estas obras-, conviven lo natural y lo terrible de la caza salvaje con la apacible e imperturbable tranquilidad de una mariposa, o con la inofensiva presencia de las guacamayas y los tucanes. La riqueza de estas pinturas está, pues, en el cuidado para representar esos detalles característicos de la naturaleza animal en su contexto esencial, que en este caso es la selva. Y, además, en el carácter genuino de representar esta versión de la naturaleza, y su particular armonía, sin más trasfondos conceptuales que su belleza intrínseca.

Eduardo Ramírez Ocampo nació un 21 de diciembre de 1963, en Santiago, Chile. Sin embargo, pasó gran parte de su infancia en Colombia. Su adolescencia, en cambio, fue casi completa en su país natal, donde terminó la secundaría. También allá comenzó, en la Universidad de Chile, sus estudios de ingeniería civil, no obstante, en ese tiempo su familia (padre chileno, madre colombiana) emigró a Colombia por asuntos laborales. En 1984 ingresó a la misma carrera en la Universidad Javeriana, en Bogotá, donde obtuvo su titulo de ingeniero civil. Ha alternado, desde entonces, la actividad que le demanda su profesión con el quehacer que requiere ser un artista plástico. (Lea también: Camilo Rozo y Julián Lineros desempolvan el rollo para las exposiciones “Calibre público” y “Óxidos”)

Para conocer un poco más sobre Ni Itti Koone y otras series, más cercanas a la abstracción, como Bio-Lencia, y para saber el porqué de su pasión por el arte sin dejar de lado su trabajo como ingeniero civil, conversamos con él. (Le recomendamos: María Paula Gómez y Sebastián Aldana, productores del Teatro Jorge Eliécer Gaitán)

¿Cómo ha sido, en términos creativos o artísticos, este tiempo de pandemia para usted?

Con o sin pandemia el proceso creativo, en mi caso, ha sido bueno, pero con la pandemia la producción artística se incrementó notablemente.

Es ingeniero civil y artista plástico: una mezcla extraña, o por lo menos poco común ¿Qué puntos de encuentro o complemento, o de retroalimentación, ha ido encontrando después de tantos años ejerciendo ambos oficios?

Creo que ambos oficios no combinan muy bien (son como agua y aceite) e incluso se manejan con hemisferios diferentes del cerebro. Mis amigos pintores dicen que ven el reflejo de las actitudes del ingeniero en mis dibujos y pinturas por la precisión de la línea, pero yo no creo eso. Creo, sí, que ser ingeniero me da cierta estructura para ser disciplinado, mejor administrador del tiempo y de los recursos, y esto hace que en general sea organizado, algo que he visto como una carencia en muchos de los artistas plásticos que conozco.

¿Cómo fue su formación artística? ¿Qué opinión tiene del arte en relación a la formación académica y a la formación empírica?

Mi papá era muy sensible al arte y desde muy niño me llevaba a museos y me estimulaba para todo lo que fuera actividades de arte y deportes. Dicho esto, mi formación es completamente autodidacta, mediante la lectura y la observación de muchos libros de arte. También de visitas, ya de adulto, a museos en varios países, y en especial del estudio del arte precolombino, sobre todo en Colombia. El ser autodidacta genera baches de conocimiento que con el ejercicio y el tiempo se descubren, pero demanda tiempo, algo que seguramente se aprende más rápidamente en la academia. El riesgo, según creo, que ocurre en las academias de arte es que mientras los buenos maestros ayudan o inducen a que el estudiante o artista plástico en potencia descubra su propio arte, su estilo o su expresión, otros, tal vez involuntariamente, inducen que el alumno pinte como ellos.

Más allá de una definición ortodoxa o académica ¿Qué es para usted el arte?

Desde mi punto de vista, el arte es la búsqueda permanente de la libre expresión humana, como resultado de nuestros cuestionamientos. La pintura es un lenguaje que tiene un significado que no puedes poner en palabras, y que tiene un momento mágico cuando logras conmover al espectador con tu obra.

¿En qué estilo o escuela o movimiento artístico, si es el caso, podría ubicar su obra?

He pasado por varias corrientes pictóricas. De niño, por ejemplo, me gustaba Vincent van Gogh, y los impresionistas, a los que “copiaba”. Muchos años después, ya siendo ingeniero, estudié a los primitivistas o naif, y tuve la oportunidad de conocer presencialmente la pintura de Noé León, y también la del “aduanero” Henry Rousseau. Luego migré a otra corriente más expresionista de la cual salieron algunas pinturas, pero siempre fui consciente de que era un estadio más en mi proceso evolutivo. Posteriormente, y en la búsqueda del estilo propio, estudié detenidamente a mi paisano Roberto Matta, también al peruano Fernando de Szyszlo, y al cubano Wilfredo Lam.

Hablemos sobre las series de trabajos artísticos que, hasta ahora, lo han marcado más en términos profesionales y personales...

Influenciado especialmente por el “aduanero” Henry Rousseau, pinté la naturaleza como yo quería que fuera, es decir, selvas con inconmensurable abundancia en flora y fauna. Para sustentar este proyecto visité ciertas zonas cercanas de donde resido (Valledupar) y leí, entre otros libros, La Revolución Chimila, y la Historia de la Provincia de Santa Marta. Producto de esas visitas y esas lecturas surgió una serie de pinturas que llamé Ni Itti Koone, frase que proviene del vocablo Chimila y que significa “El territorio del Jaguar”. En el mismo proceso de estudio pasé a otra corriente pictórica más expresionista, disminuyendo detalles en la composición y utilizando colores más oscuros. Posteriormente, influenciado por Matta, De Szyszlo, Lam, y el arte precolombino, y después de múltiples bocetos, surgió una serie a la que llamé Bio-Lencia, en la que utilicé un lenguaje de figuración abstracta para expresar la violencia inmisericorde que los seres humanos hemos ejercido en contra de la biodiversidad y la naturaleza. Esta serie, particularmente, presenta muchos colores oscuros: simbolizo, así, el drama del ecocidio que ocurre en los diferentes puntos del país, en especial de nuestra zona Caribe.

En términos de pasión: ¿la ingeniería o el arte?

Uno no elige la pintura, la pintura lo elige a uno y por este motivo creo que los pintores nunca se “jubilan” de su oficio: siempre va a haber algo que te mueva por dentro para realizar una pintura, o una escultura. No me considero un buen pintor y creo que nunca lo seré, pues los pintores –los buenos- deben tener muy buena memoria, algo que nunca he tenido. Desde que hice el primer trazo he lidiado con sentimientos encontrados, por la aceptación, pero mucho más por el rechazo que ha tenido mi obra. Llevo la actividad de ingeniero y la de artista plástico paralelas. No soy tan valiente para ser artista plástico de tiempo completo, pero hago disciplinadamente mi trabajo artístico, con mucha seriedad, y valoro lo que hago. De esta manera, intento obtener una buena obra, aunque no siempre resulte así.

Por Giancarlo Calderón

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