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El Gabo que conoció Lisandro Duque

La admiración del director de Canal Capital y crítico de cine por el escritor de Aracataca, es uno de los motivos que lo inspiraron para hablar una vez más sobre la vida y obra del hombre que puso a Colombia en el mundo literario.

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23 de noviembre de 2015 - 10:51 p. m.
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Esta semana, Canal Capital lanza la serie documental “El mundo de Gabo”. Durante la investigación, ¿qué percepciones en común encontró entre la gente sobre él?

No fue una investigación muy exhaustiva, porque he leído a Gabo desde Cien años de soledad, desde el año 67. Él tuvo la generosidad de no creer que el mundo le debía mucho a él, sino que él le debía mucha curiosidad a su país. Es un personaje con una agudeza para percibir la realidad, para identificar los personajes que son entrañables a todos, para descubrir en las anécdotas de su abuelo lo mismo que todos habíamos descubierto en nuestros abuelos, pero que no habíamos sido capaces de describir, de considerar que eso era digno de convertirse en arte.

¿Pero descubrió nuevos detalles de la vida de Gabo a través de las personas que entrevistó?

Casi nada escuché de las declaraciones de sus amigos que no intuyera. Lo que hicieron fue corroborar que él era excelente en cualquier parte y en cualquier grupo de amigos. Él sólo reincidía en su gran calidad humana, en su talento y en su gran sentido del humor.

¿Por qué cree que Gabo logró ser tan cercano a líderes políticos como Fidel Castro?

Creo que por la confianza que él inspiraba como interlocutor. Él no traicionaba a nadie. Además, su conocimiento político del país le permitía meterse en el pellejo de quien negociaba desde una posición revolucionaria y su experiencia y su agudeza política en el manejo del mundo del poder le permitían calcular las posibles reacciones de quien negociara desde el punto de vista del establecimiento.

¿Cuál considera que fue el aporte más importante que hizo Gabo al mundo?

Nos descubrió unas fibras de la cultura nacional que nosotros habíamos ignorado. Nos convirtió en ciudadanos del mundo, porque lo macondiano no es lo que empezamos a hacer los colombianos para el resto del mundo, sino lo que el resto de países del mundo descubrieron de sí mismos. La explotación de lo macondiano no fue solamente para que nos entendiéramos a nosotros, sino que la universalidad de Gabo le empezó a permitir a cada sociedad reconocerse a sí misma.

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¿Qué es lo peligroso de sumergirse en la narrativa de él?

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Él se pega mucho. Cuando publicó Cien años de soledad, traumatizó a toda la generación de escritores contemporáneos y posteriores a él, los dejó sin material para escribir. En algún momento de mi vida tuve que entrar en una dieta de Gabo, porque se pega la forma narrativa que él tenía.

¿Qué escritores no pudieron huir de esa herencia narrativa?

Juan Gossaín. Él nunca pudo quitarse el impacto que le causó García Márquez. En cambio hay otros escritores que lograron liberarse de esa herencia narrativa, como Tomás González y Roberto Burgos.

¿Recuerda cómo conoció a Gabo?

En el año 85 hice una película en coproducción con Cuba que se llama Visa USA y Gabo, que visitaba mucho Cuba, se enteró de mi película y pidió verla. Después de que la vio, me montó una cacería desde México para felicitarme. A los quince días volvió a llamar para que realizara una película con él sobre algunos de los temas que había abordado en una columna de El Espectador. Escogí una columna que se llamaba “La larga vida feliz de Margarito Duarte”.

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Fiel admirador de Gabo. Pero ¿qué personajes lo decepcionaron?

Cuando era muy joven, era un seguidor del Movimiento Revolucionario Liberal de López Michelsen, pero después empecé a sentir por él una molestia, una irritación. Me pareció un personaje muy cínico, tan falto de humanidad, que son de esos ídolos que rápidamente se desmoronan. También Alberto Lleras Camargo, un fiasco como político, pero un escritor extraordinario.

De su trabajo como director de cine, ¿cuál es el largometraje que más le gusta?

Los niños invisibles, Visa USA, Milagro en Roma. Todas son muy importantes para mí. Pero la primera tiene un mérito y es que es muy recordada en la generación que la vio.

¿Cómo llegó a ser crítico de cine de El Espectador?

En 1970 envié una crítica de cine a Gonzalo González, director del Magazín Dominical, y al domingo siguiente la publicó e hizo un llamado en la columna para que me presentara al periódico. Me dijo que quería que yo fuera el crítico de cine y él mismo le puso el nombre de Pantalla Mayor.

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