Sería acertado afirmar que hay una tendencia en las recientes producciones cinematográficas latinoamericanas en la manera de narrar. Planos abiertos, ritmo pausado donde cada imagen está seleccionada para que la mirada se regodee y donde la poesía audiovisual es una constante. El vuelco del cangrejo, de Óscar Ruiz Navia, un joven director caleño que cuenta dentro de su filmografía con cuatro cortometrajes, no escapa a este nuevo concepto llamado cine contemplativo.
Lejos de los colores brillantes y explosivos del Caribe, lejos de la postal tratada, aparece este Pacífico melancólico, amplio y de tiempo propio. La población de la Barra le sirve para descubrir rostros de un pueblo remoto donde ocurre la historia. Daniel, un hombre citadino llega a este lugar con la intención de huir, de irse, de viajar. “Si no le das un vuelco, el cangrejo no se escapa”, dice Lucía, la niña de la película amiga de Daniel, advirtiendo el viaje interior del protagonista, que se encuentra perdido buscando una lancha para poder huir de algo o de alguien. Durante su estadía convivirá de una manera algo extraña con la población, que se resiste a la llegada del progreso.
Este largometraje fue seleccionado para participar en la sección Discovery del Festival Internacional de Toronto, la cual es reconocida por escoger cineastas nuevos y emergentes que ofrezcan una manera inédita de narrar. Es al final un espacio que funciona como una vitrina para conocer a los directores del futuro. El Espectador entrevistó a Ruiz Navia.
¿Cómo surgió el largometraje?
Quería hacer una película de un hombre que se va de la ciudad por cuestiones personales y se encuentra con la guerra que se vive en los campos de su país. Una película que fuera un viaje de cambio, de reescritura de lo perdido y olvidado. Luego, en trabajo conjunto con mi asesor (Óscar Campo), pensé que debía situar esta idea en un lugar que yo mismo hubiera conocido y fue así como decidí encaminar este viaje hacia el Pacífico.
¿Cree que el cine está ofreciendo nuevos puntos de vista sobre la realidad colombiana?
Hasta el momento es algo que puede estar surgiendo, pero aún no creo que se haya llegado al punto máximo de ebullición. Falta muchísimo camino. Depende de la continuidad que tengan los directores. Uno puede crear un estilo de hacer cine si puede hacer muchas películas, forjar una obra, así que depende de la continuidad.
¿Qué significa haber sido seleccionado en Toronto?
Es un reconocimiento a toda la gente que creyó y le apostó a este proyecto, que duró más de cuatro años en realizarse. El equipo entero es debutante, por lo tanto es un apoyo no sólo a mí como director, sino —entre otros— a los fotógrafos Sofía Oggioni y Andrés Pineda; a la directora de Arte, Marcela Gómez, o a mi asistente William Vega. Asimismo, es una posibilidad de visualizar el Pacífico colombiano no sólo desde el punto de vista turístico, sino como un lugar que clama apoyo a sus necesidades. Un reconocimiento al pueblo afro, que debe ser visualizado de manera más densa en todas las esferas de nuestra nación. Toronto es importante para que nuestra voz se escuche en muchos lugares y nuestras ideas sobre el cine tengan una continuidad.
¿Cuál es su visión del cine?
Me gusta el cine que surge de lo aparentemente irrisorio. Me interesa la vida cotidiana, la vida descargada de espectáculo, el documental y la poesía. Quiero seguir trabajando en la brecha entre lo real, lo poético y lo ficticio.