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El paso del “Crucero” de Chanel por La Habana

La presencia de Chanel en La Habana contribuye, desde la moda, a mostrar un nuevo tipo de relaciones que se están fraguando entre Cuba y el resto del mundo. Con la colección “Crucero”, de prendas livianas y versátiles, la marca desembarcó en Latinoamérica.

Rocío Arias Hofman *

04 de mayo de 2016 - 10:43 p. m.
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Una de las primeras sorpresas que se llevan los visitantes en esta isla de mil doscientos cincuenta kilómetros (de este a oeste), bañada por un océano en el norte y por el cálido Caribe en su costa sur, es la limpieza visual de su territorio. Salvo algunos carteles alusivos a la revolución y sus protagonistas, la contaminación de vallas y avisos comerciales simplemente no existe. Por eso, la mirada peninsular –entrenada para la saturación– detecta enseguida el descanso que esta situación provoca. Al tiempo, no es difícil hallar el humor romanticón que impregna una y otra consigna.

Rentar una fantasía, la frase la portan los diminutos taxis en forma de huevo que circulan por La Habana y anticipan, sin duda, el esplendor anclado en el tiempo de la ciudad una vez bautizada como “La puerta de América”. Es el presente, sin embargo, el que desconcha las esquinas de edificios neoclásicos, desencaja persianas en las ventanas y plantea las preguntas. El futuro está por verse y cada cubano con el que converso estos días plantea de una vez el tema. “Están viniendo todos. Nunca lo habíamos visto. Pero los cambios son de nosotros”, afirma un camarero que ha presenciado el rodaje de la octava entrega de Rápido y furioso en las calles limpias de su ciudad y que también ha visto la proa del inmenso crucero norteamericano llegando por vez primera a La Habana.

Un sueño deseado sí se concretó: el de ver desfilar a una porción relevante del mundo de la moda por la magnífica pasarela natural que ofrecen las losas de granito pulido del legendario Paseo del Prado. Giselle Bundchen en conjunto de tweed Chanel rojo, calzada con sandalias planas y de boina conversando a conocidos; Carine Roitfeld con un inefable vestidito negro y medias de encaje (por cierto, muy del gusto de las cubanas que me he topado estos días, tanto guías de turismo como empleadas en el aeropuerto); compradoras rusas y chinas que jamás habían planeado venir hasta Cuba si no hubiera sido por la invitación hecha por Chanel en premio por su condición de compradoras fieles; fashionistas esforzados con sombreros de copa y chaquetas-sauna; directoras y editoras de las principales revistas de moda internacionales; la legendaria Suzy Menkes con sus tres infaltables: bucle sobre la cabeza, blusón de seda estampada y ojos sagaces (aunque cansados, pues la noche anterior había asistido a la cita anual de Anna Wintour en el MET de Nueva York); la apabullante naturalidad de Nina García caminando entre la gente; la “nariz” de Chanel y, por supuesto, el equipo en pleno de la Casa, con Bruno Pavlovsky –su presidente de Moda– atendiendo a 600 invitados.

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Mientras tanto, caían bolitas rojas y verdes sobre hombres y mujeres sin distinción de rango, los frutos juguetones de los árboles enormes que sombrean el Paseo del Prado. Ocho leones de bronce a los lados. Ciento treinta inmensos carros clásicos –la mayoría, convertibles– contratados para trasladar a los asistentes aguardaban con los motores apagados y sus colores deslumbrantes a un lado de la avenida. Como pinceladas luminosas sobre el lienzo gris y blanco envejecido que es el telón de fondo de la fachada habanera. Familias enteras y vecinos ocupaban desde las seis de la tarde balcones y ventanas de los formidables edificios que se alzan a ambos lados del Prado. Los saludos entre ellos, arriba, y los extranjeros abajo sellaron una amistad repentina y calurosa. Sí, también parecía el Prado de siempre, el que Omara Portuondo se encargó de perfilar “mira, es que aquí nosotros lo que hacemos es conversar y que pasen las congas. Así es. Esto que pasa hoy –el desfile– es normal. Lo anormal son el terrorismo y las guerras que tienen ustedes por allá en Europa”.

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Pero no había necesidad de ponerse nervioso por casi nada, pues cada banco de mármol y cada banca de madera de la avenida habían sido marcados sobriamente con pequeños letreros blancos que marcaban tu asiento. “A10” me adjudicaron. Un lugar privilegiado para hacer este trabajo, pues resultó ser el punto de inicio del desfile, la boca del escenario, la zona donde emergen los protagonistas. Allí estaban situadas las jóvenes integrantes de la magnífica Orquesta Sinfónica de La Habana; las cantantes del grupo Ibey que inauguraron el desfile y el hombre orquesta que dirige la producción de los desfiles de Karl Lagerfeld.

Cuando salió Stella Tenant se supo que todo, por fin, había comenzado. El Crucero literalmente había desembarcado en La Habana. Más de sesenta modelos recorrieron ciento cincuenta metros (al paso de sus piernas largas el trayecto resultaba veloz, desde luego) con las piezas múltiples que integran esta serie de colecciones que aluden al verano, la luz, la comodidad y la mezcla infinita. Son salidas complejas de armar en el backstage porque es gusto de la Casa dirigida por el creativo Lagerfeld componer cada look con múltiples detalles. Como el de Tenant: sombrero habanero en paja, pantalón blanco palazzo, camisa blanca de escote pronunciado, chaleco negro, chaqueta semilevita, una camelia reinventada sobre la solapa y zapatos Oxford en plata y negro. Una colección que contiene tweeds clásicos en lana fría, bases textiles que rezuman nueva tecnología –apariencia de látex– y labor artesanal –encajes, lanas tejidas en puntada suelta, tramas y urdimbres a la vista–, así como una paleta de color variada al punto que no exige fijar una tonalidad precisa, sino que marca más bien una sensación de tendencia: verdes en toda su gama, blancos y negros (si no, no sería Chanel), crudos y brillos repartidos con prudencia.

Sandalias completamente planas, intervenidas con las cadenas doradas y las perlas infaltables “Coco Chanel”; mochilas tejidas en algodón y camelias en sus más variadas versiones sellan una secuencia de vestuario donde los accesorios se han convertido probablemente en una de las fuentes de ingreso más jugosas de la compañía.

Esto es tiempo virtuoso y hay que fundirse en él reza un letrero cerca del malecón. Algo así parecía respirarse en el ambiente creado por Chanel y autorizado por las autoridades cubanas. Pero sin La Habana esto no hubiera sido posible. Chanel lo comprendió a la perfección y no intervino el Paseo del Prado, sino que magnificó su efecto natural al respetarlo en esencia. La sobriedad del trazado y la solera que contiene esta avenida hermana del Prado en Madrid se hablaron de tú a tú con una marca que cuenta también con más de un siglo de vida.

Pavlovsky lo resume así: “este lugar tiene un potencial enorme y hemos logrado un contacto muy fácil con la gente. La cultura cubana transmite inspiración. Existe una relación natural entre la colección “Crucero” –inspirada en los viajes– y Cuba. Quizá en el futuro exista la posibilidad de abrir una boutique aquí. Hemos encontrado un lugar para seducir a nuestros compradores. Chanel vende prendas, pero también historias y eso es lo que nos conecta con el público. A veces nos sorprendemos con lo que estamos haciendo, pero siempre nos preguntamos cuál va a ser el próximo paso, la siguiente inspiración”.

A Karl Lagerfeld le llovieron aplausos, miradas y flashes. Toda una celebridad acostumbrada a protegerse con guardaespaldas del cerco asfixiante que provoca la prensa. Curiosa y casualmente le pude ver los ojos a Lagerfeld. Por un instante alzó las gafas que nunca se quita en público, apoyó su brazo cubierto por una manga de lentejuelas sobre un Cadillac de 1959 y pidió revisar la imagen que un fotógrafo le tomó. Por fortuna, hice click a tiempo. Ahí está, el genio de Chanel que suscita rumores sobre su posible salida (aunque la compañía lo desmiente) gozando La Habana. Luego, durante la fiesta privada realizada en la plaza de la Catedral bailó varias piezas del Septeto Habanero, una agrupación de hombres vestidos con impecables ternos grises y corbatas blancas quienes –como Lagerfeld- parecían compartir fecha de nacimiento en 1935 y, por tanto, podrían permitirse cualquier cosa pues dirán ellos que para eso llegaron hasta acá. “Moi et mes camarades, je vous felicite” le declaró al alemán el líder de la banda secándose el sudor del rostro con un inmenso pañuelo blanco.

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Este es el segundo artículo de la serie “Chanel en La Habana” que escribe Rocío Arias Hofman especialmente para El Espectador.

*Politóloga y periodista especializada en moda. Fundadora de la revista digital www.sentadaensusillaverde.com.

Por Rocío Arias Hofman *

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