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Fabián Mauricio Martínez y su realismo sucio

El ganador del Premio Nacional de Libro de Cuento de la UIS es un admirador de Roberto Bolaño, Flannery O’Connor, Ángela Carter y Andrés Caicedo. Reveló los secretos de sus relatos que tienen a la capital colombiana como telón de fondo.

Carlos Torres Tangarife
20 de abril de 2021 - 02:00 a. m.
Para el escritor y periodista Fabián Mauricio Martínez, "lo bello también contiene su inminente estado de descomposición".  / Gabriel Corredor
Para el escritor y periodista Fabián Mauricio Martínez, "lo bello también contiene su inminente estado de descomposición". / Gabriel Corredor

Hay una poética fetichista en los cuentos. ¿Cómo logró la carpintería literaria del detalle, sabiendo que hay un riesgo grande: que la obsesión termine siendo falsa?

La verdad, no concebí los cuentos bajo esa poética. Si así ocurrió, fue de manera inconsciente y no había reparado en ello hasta su pregunta. Puedo ver lo fetichista en cuentos como Bogotá Acid Road Trip, El encanto podrido de Bogotá y Mariposas en el clítoris. Pero más que fetiches son adicciones (en los dos primeros cuentos) y sí, cómo no, obsesiones. Las obsesiones de los protagonistas son los derroteros que marcan sus destinos. La idea fue mantenerme fiel a esos derroteros. De esta manera construí las historias de los cuentos.

En algunos relatos hay terror y uno podría ser ciencia ficción. ¿Al momento de escribirlos tuvo en cuenta el género o es una coincidencia?

Sí, los tuve en cuenta. Me propuse escribir un libro que tuviera cuentos de terror, de ciencia ficción, fantásticos, nostálgicos, de realismo sucio. Quise escribir un libro que fuera diverso en cuanto a sus poéticas, pero que a su vez estuviera engranado por la ciudad de Bogotá como telón de fondo, o por detalles que aparecen en un cuento y luego en otro. La propuesta podía ser arriesgada, pero al final creo que eso fue lo que cautivó a los jurados del Premio Nacional de Libro de Cuento de la UIS e inclinó la balanza a mi favor.

¿Cuál es el encanto de lo podrido?

Al hablar de lo podrido nos referimos a algo que está descompuesto y corrompido bien sea a nivel físico, social o espiritual. Los seres y las cosas estamos expuestos, por simple entropía, al decaimiento, desmoronamiento y decadencia. Observar esto, por ejemplo, en el entretenimiento y el hedonismo de la sociedad, hizo que surgieran los temas de algunos de los cuentos. Observarlo en las emociones y relaciones humanas hizo que asomaran ideas para escribir otros de los cuentos. Al mezclar lo podrido con el concepto de encanto se crea un significado aparentemente opuesto que revela que dentro de lo viciado y lo corrupto también se encuentra la belleza (nos lo enseñó Baudelaire hace dos siglos) y que lo bello también contiene su inminente estado de descomposición.

El baño es quizá el cuento más complejo de la colección, en mi caso leerlo tuvo un efecto airano. ¿Puede contarnos cómo llegó a su idea y cuál fue el reto más jodido al momento de desarrollarlo?

Ahora que lo dice, en el desarrollo del cuento me basé en El Aleph de Borges, pero matizándolo con pinceladas de humor, absurdo y fantasía a lo Aira, pensando siempre en los ríos metafísicos de los que hablaba Cortázar. La idea original se le ocurrió a mi novia, una noche en que me mamaba gallo porque el baño del apartamento en donde yo vivía era pequeño, feo y viejo. Me dijo: “oye, chévere escribir un cuento donde el protagonista sea este baño”. Nos reímos un montón imaginándonos cosas y semanas después empecé a darle al cuento. Fue bien difícil lograr lo que quería y tuve que reescribir el texto incontables veces hasta que pude darle una forma parecida a lo imaginado aquella noche con mi bella pareja.

No hay asteroide que valga es un relato con un final bellísimo, ¿puede darnos detalles de cómo nació y evolucionó esta idea que en mi opinión tiene de Richard Matheson y de Ray Bradbury?

Este relato surgió después de la lectura de un cuento de Gabriela Alemán, en el que el protagonista se resiste a evacuar Nueva Orleans, tras el paso mortífero del huracán Katrina. En ese momento quise escribir un fin del mundo, pero en Bogotá. Entonces empecé a imaginar la vida de Jorge Corredor, su matrimonio con Susana, el inminente fin de la especie humana. El desenlace del cuento y lo que ocurre con Susana tuvo la influencia de 1922, la novela de Stephen King. Pero en mi cuento Susana no es una presencia que perturba y enloquece como en el relato de King. En mi cuento, Susana le salva la vida a su esposo, a pesar de que la vida misma desaparezca del planeta.

Háblenos un poco del ritual de escritura de los cuentos. ¿Cómo y en qué momento los escribió?

Los cuentos los escribí entre 2018 y 2020. A mano. Ese fue mi ritual. Escribirlos con el puño manchado de tinta sobre hojas de cuadernos, blocs, servilletas, etc. Venía de un largo período en el que solo había escrito periodismo con su habitual ritmo frenético. Me propuse entrar en otro tiempo de escritura y fui escribiendo los cuentos con el dolor vivo en la mano. Este ejercicio físico me permitió entrar de manera distinta a las historias. Si las hubiese hecho directamente en el computador no habrían sido las mismas.

Usted también es periodista, ¿cómo se complementa el oficio y la ficción? ¿En qué momento se encuentran?

Se complementan con la investigación y la consulta de fuentes. Muchas veces esa relación es producto del azar, no de la intención. Por ejemplo, el final del cuento Desaparición del universo me lo dio una investigación que hice en Medellín sobre el banco de cerebros de la Universidad de Antioquia. Sin esa investigación no habría podido darle ese final al cuento, pero al momento de la investigación no sabía que escribiría ese cuento en el futuro.

¿Qué debe tener un cuento para que pase su veredicto como lector?

Soy un lector promiscuo y omnívoro, pero lo esencial es que me cuenten bien una historia. No importa su género. Me conmueven los cuentos de árboles familiares rotos al estilo Cheever o Carver, pero también los thrillers psicológicos de Robert Aickman o Shirley Jackson, o el vértigo de las narrativas de Samanta Schweblin o Cormac McCarthy, o la quietud y la contemplación de las historias de Kawabata o Takashi Hiraide. Si te fijas, todas estas voces tan disímiles tienen algo en común: la autenticidad. Supongo que también busco eso.

¿Quiénes son sus influencias? ¿Qué está leyendo en este momento?

Considero mis influencias a Flannery O’Connor, Ángela Carter, George Orwell, Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro, Jorge Luis Borges, Aldous Huxley, Leila Guerriero, Gay Talese, Andrés Caicedo, Hans Cristian Andersen, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Las mil y una noches, Truman Capote y varias otras que ahorita se me escapan. No hablo de directores de cine y músicos porque nunca terminaría. Ahora mismo estoy leyendo El discurso vacío, de Mario Levrero.

¿Qué viene para Fabián Mauricio Martínez?

Estoy escribiendo una novela y un nuevo volumen de cuentos. Los dos libros se encuentran más o menos en un 25 % de realización. Estoy muy entusiasmado con estos proyectos y espero tenerlos listos de aquí a dos años. Mientras tanto, seguiré leyendo, escribiendo, viendo cine, viajando y amando tanto como sea posible. Amar es muy importante, porque sin el amor (pletórico y multidimensional) no podría leer, ni escribir, ni vivir, ni nada.

Por Carlos Torres Tangarife

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