Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Sus letras apenas le hacen justicia al humor que en él habita, quizá sea por eso que, incluso su hermano, el ex presidente Ernesto Samper, confiese que “las emboba a todas”. Aunque en realidad, Daniel Samper Pizano, algo más incauto ante el éxito de su gracia, no demore en aterrizar cualquier suspiro trayendo a colación entre sus jocosos comentarios a su esposa. “¿Qué por qué me gusta tanto compilar?, pues fácil, porque mi deleite es con-Pilar”. Pilar Tafur no sólo parece perfecta para él, porque se ríe y se vuelve a reír ante sus impertinencias, sino porque además tiene una de las condiciones que según uno de los aforismo de su más reciente libro es esencial para que un hombre sea bueno con las letras: “Para ser un buen escritor se necesita una mesa grande y una mujer pequeña”.
Al momento de pedir algo de tomar, siempre será su predilección una soda con hielo, aunque comulgue plenamente con aquello que sentenció Millôr Fernandes de que “si Dios fuera todo poderoso habría hecho el polo norte mitad hielo, mitad whisky”, pero hoy, aprovechando que está de visita por el trópico, pide un jugo de guanábana “sólo para hacer gastar más al que me invita”, le aclara al mesero.
Daniel Samper, el hombre que se atrevió a entrevistar a su miembro, que no entiende de rock, pero odia el vallenato llorón, ha dejado por unos días su casa en la calle Príncipe Vergara de Madrid, para venir a Bogotá invitado por Alfaguara para presentar su más reciente libro.
Un dinosaurio en dedal es una recopilación de graciosos aforismos de tres filósofos latinoamericanos: el bogotano Nicolás Gómez Dávila, el argentino Franz Moreno y el brasileño, desconocido por estas tierras pero admirado por los de su lengua, Millôr Fernandes. Un libro que entre el buen humor y el pesimismo revela algo del modo de pensar latinoamericano.
¿Cómo es esa teoría que usted teje en este libro sobre le modo de filosofar latinoamericano?
Conocí la obra de Dávila, Moreno y Fernandes de maneras muy distintas y después de leerlos y admirarlos me di cuenta de todas las similitudes que había entre ellos y elaboré la teoría que el aforismo, con mucho contenido humorístico, es nuestra forma de pensar. No era una simple coincidencia que un colombiano de derechas, un brasileño de izquierdas y un argentino existencialista —y perdón por decir la redundancia— coincidieran en su forma de expresar el pensamiento. De ahí me vino la idea de que quizás esa sea la forma en la que los latinoamericanos filosofamos, por mil razones, porque nos da mucha
pereza escribir ochocientas páginas como Kierkegaard, porque si uno las escribe quién se las lee y porque tiene más contundencia el proyectil del tipo “Aún la derecha de cualquier derecha me parece siempre demasiado a la izquierda”, “los niños son máquinas de joder”, o “si te gusta hazlo hoy, mañana puede ser ilegal” que la cosa farragosa que escribían los filósofos europeos.
¿Justamente por qué le gusta tanto compilar, cuál es el deleite?
Me despierto muy temprano y me pongo a trabajar y eso me ha permitido hacer muchos libros, entre ellos las antologías. Ahora mismo estoy terminando con Maryluz Vallejo, una antología de notas ligeras. Pero en el caso de este libro no se trataba de hacer una antología de chistes, porque más que hacer reír a los lectores, estos aforismos los van a hacer pensar, yo creo que son aforismos que no están hechos para ayudar, sino para joder, no es un libro de autoayuda, hay aforismos que sientan una profunda preocupación por la vida. Como el aforismo de Millôr Fernandes que me da vueltas en la cabeza que dice: “Lo peor de morir es no poder espantar las moscas”.
Usted recordaba en una conferencia que después de analizar 500 tratados de literatura sólo cinco versaban sobre el humor, ¿por qué este desprestigio del humor?
La gente se confunde y cree que el humor no es serio. Millor dice que de hecho es la quinta esencia de la seriedad, lo opuesto al humor no es la seriedad, es la pompa y la solemnidad. El drama y la tragedia gozan de más prestigio, pero lo cierto es que los grandes libros de la literatura han sido de humor, El Quijote, el mismo Joyce decía que el Ulises era pura mamadera de gallo, nada más lleno de humor que Cortázar, que Cien años de soledad, que Mark Twain y John Irving. El buen humor te hace sonreír pero te deja tremendamente inquieto.
Y usted que es un melómano empedernido, ¿encontró algún aforismo apropiado para la música?
“Para efectos del silencio da lo mismo un ladrillo que Bethoven”.
Siempre habla del vallenato como esa música que desentraña al pueblo, pero ¿qué hay en el vallenato que usted lo seduce tanto?
Es la música que me hace vibrar, a mí no me llega el rock, esto es vergonzoso de admitir y desencantará a muchos, pero es que no sé cuál es el bueno o el malo, hay músicas que me llegan hondamente, y el vallenato es una de ésas. Me parece auténtico, hay versiones que detesto como el llorón, que es una falsificación profunda de lo que verdaderamente es este género, pero esa autenticidad con la que grandes autores como Escalona, Emiliano Zuleta, Leandro Díaz nos cuentan la naturaleza o nos describe las cosas del amor, es tan ingenuo que me hace rendir. Y la verdad es que soy un gran aficionado a la poesía, no soy poeta porque soy incapaz de escribir un verso, pero éstos son poetas populares y llegan como agua pura.
¿Qué fue más difícil escribir, la ponencia con la que se hizo miembro de la Academia de la Lengua con Juan Gossaín o el libro sobre Agustín Lara que escribió con Pilar Tafur?
Ambas fueron muy gratas, sin que yo quiera decir que me quiero casar con Gossaín, ambos estamos bien pasados para esas cosas. Con Juancho fue delicioso escribir, nos entendimos muy bien, creo que el periodismo lo pone a uno constantemente a trabajar en grupo, y con mi mujer tampoco fue difícil, ella dictaba y yo copiaba, hubo perfecto acuerdo.
¿Lee las columnas de su hijo en la revista ‘Semana’?
Soy lector de mi hijo, me divierto con muchas de ellas, me parece una columna muy difícil de escribir porque es satírica, tiene denuncia y crítica, no es de humor como la mía, que es más fácil de hacer porque puedo usar el tono que quiera y burlarme de lo que quiera. Pero su apuesta es muy exigente.
¿Es más fácil escribir sobre la realidad nacional sin la bruma de la cercanía?
Serrat tiene una frase que podría ser un aforismo: “De lejos dicen que se ve más claro”. Eso a menudo es cierto, también decía don Miguel Antonio Caro que “si uno solo pudiera escribir aquello a lo que pertenece, realmente las focas escribirían sobre focas y no habría zoólogo”, de modo que hay muchas cosas que se ven más claras desde afuera, uno puede comparar situaciones, el colombiano está muy sumido en su alegría o en su tragedia cotidiana entonces no puede verse en otras dimensiones.
¿Vivir en Madrid le ha revelado algo del humor nuestro?
Tenemos un humor muy distinto, el latinoamericano es más irónico, la ironía es negar una cosa afirmándola, es el mamagallismo, el estilo irónico que se usa en el Caribe, que se dice además sin una sonrisa en la cara es a menudo incomprensible para los españoles. El buen mamagallista habla como si estuviera hablando en serio, y el buen mamagallista entiende que le están hablando en broma y descifra el código. El español es directo, si uno le dice en un restaurante a un mesero que no le ha puesto el pan: “Tráigame otra canasta porque ya me lo comí todo”, en Bogotá el mesero le sale a uno con un chiste y le trae rápido el pan, allá te salen con un “no se lo ha podido comer porque no se lo he traído”.
Filósofos para los que el humor es cosa seria
Los punzantes pensamiento de Nicolás Gómez Dávila, el filósofo bogotano que nació en 1913 y murió en 1994, están recogidos en forma de escolios o aforismos, que él proclamaba reaccionario, ultracatólico, antiprogresista, antidemocrático y aristocrático. La selección hecha por Daniel Samper, en su libro Un dinosaurio en un dedal, de estos pensamientos cortos del filósofo colombiano dan cuenta del escepticismo y el pesimismo que embargaban su escritos.
Por su parte, los aforismos seleccionados de la obra del porteño Franz Moreno (1919-1985) están marcados fuertemente por la poesía y por inquietudes existencialistas por la oposición entre tiempo y amor y la condición moral del ser.
Por último, Millôr Fernandes, fue uno de los escritores y pensadores más demoledores e ingeniosos de la dictadura en Brasil (1964-1985). Sus frases cortas están llenas de defensas a la justicia social y a la democracia. Los tres escritores, según Daniel Samper, tienen en común que además de pensar se dedicaron a vivir, por eso su propensión al humor.