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Todos, o casi todos, han escrito sobre él. Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Enrique Santos Discépolo, Julio Jaramillo, William Burroughs, Philip Roth, Antonio Aguilar: todos le han cantado, o le han compuesto sonetos y odas, o le han ajustado párrafos en prosa al amor. “Fue un juego y yo perdí esa mi suerte / y pago porque soy buen jugador”, canta Aguilar. Y canta también en Carta jugada: “Hoy no maldigo a mi suerte / Hoy no maldigo a tu amor / Sólo maldigo tu vida porque me sobra el valor”. Y el escritor austrohúngaro Rainer María Rilke le dedicó estos versos: “¿Cómo sujetar mi alma para / que no roce la tuya? / ¿Cómo debo elevarla / hasta las otras cosas, sobre ti?”.
A la misma sensación, pero de un modo por completo distinto, le canta Coldplay en Ghost Stories, su sexta producción en estudio. Son nueve temas que varían con un mismo eje: las consecuencias y esperanzas de un amor que, desde el principio, se presenta desgraciado. Chris Martin, cabeza de la agrupación inglesa, afirmó que el álbum quería ser una suerte de historia continua sobre la vida de un hombre, sobre sus caídas y placeres. La referencia obvia, aunque imprescindible, es su divorcio de la actriz Gwyneth Paltrow. Sin embargo, toda producción artística que se precie de tal va más allá de la mera autobiografía: este álbum, en muchos sentidos, rompe las fronteras de sus antecesores.
La primera barrera que quiebra es la del sonido. En esta producción, Coldplay se aleja de los patro nes que ya los hacían identificables, de la guitarra limpia y del piano en primer plano. Ghost Stories es un álbum de amor en un aura de puro romanticismo, algunas veces profundo y otras insoportable. Abre con Always in My Head, cuya frase reiterativa resulta apenas tibia: “Siempre estás en mi cabeza”. Allí hay más armonías pop, menos dureza, cada vez más suavidad, y el trabajo de sonido es impecable. Las letras, sin embargo, pecan por exceso.
Al llegar al tercer tema, Ink, Martin canta: “Todo lo que sé es que estoy perdido si te vas / Todo lo que sé es que te amo tanto”. La frase recuerda un poema de Jorge Gaitán Durán, Canto XIII, que reza en sus últimos versos: “Todo se va de mí, se fuga de mi vida, / tú también te me vas y permanezco solo...”. Su contenido es común; liga el amor con la soledad, la nostalgia, la pérdida. Por eso se unen las letras de Coldplay con las producciones artísticas dedicadas al amor: porque bajo ellos se encuentran el umbrío peso de romper una relación.
El dolor, otro de los temas esenciales del álbum, comienza a hacerse más evidente en los siguientes temas, True Love, Midnight y Another’s Arms. El amor permanece allí, terco y duro, como una piedra lanzada a la cara. En Ghost Stories, el amor es más sinónimo de malestar que de encantamiento y placer; por eso los temas van haciéndose más grises, de tonos menores y bajos lentos. Ese aire de pesimismo —que luego cambia en la dirección contraria con A Sky Full of Stars— tiene precedentes muy vívidos en la música y la literatura: las composiciones iniciales de John Lennon como solista, la suave desesperación de Van Morrison en Astral Weeks, los versos solitarios de Neruda y mucho del dolor del poeta italiano Giuseppe Ungaretti al perder a uno de sus hijos. Es la pérdida y el amor y el fracaso y la rotunda decepción: todo viene junto y, en ocasiones, al mismo tiempo.
Coldplay juega con esos precedentes musicales —ellos también señalan a Arcade Fire y Rihanna como parte de su modelo musical— y crea un álbum lleno de sonidos nuevos en su carrera: A Sky Full of Stars tiene teclados y el ritmo de la electrónica; Oceans vuelve a las primeras épocas de la banda con una guitarra que incluso recuerda el country; O, el tema que cierra la producción, retorna al sonido puro del piano, a las armonías más progresivas del grupo que ahora son la excepción. Coldplay se arriesga, falla en las letras, se supera en sonido: quizá el riesgo a veces sepa a demasiado.
jtorres@elespectador.com
@acayaqui