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Cuando quemaron la biblioteca de Alejandría, donde reposaban muchas de las grandes obras maestras de la literatura y la filosofía, el justificativo fue que si valía la pena estaba en las enseñanzas del Corán y si no se encontraba en estas no importaba que desapareciera. Ese acto de barbarie solo vino a tener paralelo con las hogueras de las vanidades del siglo XV.
Girolamo Savonarola fue un fraile dominicano que vivió entre 1452 y 1498 en la Florencia del Renacimiento y atacaba a todos en sermones donde afirmaba que el mundo estaba corrupto por su inclinación a aceptar lo secular y olvidar lo religioso.
Consiguió centenares de seguidores, a quienes instaba buscar la renovación de la cristiandad y la destrucción de la cultura mundana, que crecía día a día con la propagación del humanismo.
Profetizaba un nuevo diluvio, que vendría acompañado de un gran adalid que reformaría la Iglesia; pero tuvo la mala idea de comenzar a denunciar la corrupción del clero y a los mandatarios despóticos que explotaban a los pobres y eso comenzó a crearle enemigos.
En 1494 sus profecías parecieron convertirse en realidad cuando Carlos VIII de Francia invadió Florencia y los florentinos, azuzados por Savonarola, expulsaron a los Médici. El “profeta” declaró que Florencia se convertiría en el centro de la cristiandad y aprovechó su poder para comenzar ataques puritanos contra todo lo que fuera lujo.
El fraile y sus seguidores invadieron las casas de los florentinos en busca de todo lo que pudiera llevar al pecado, como “los espejos, que permitían la vanidad; los cosméticos, que convertían a las mujeres en instrumento de las tentaciones de Satanás; los vestidos con adornos y los perfumes”.
La sevicia llevó hasta a confiscar juegos de ajedrez e instrumentos musicales, pero los blancos principales fueron libros que no fueran religiosos, obras de arte que no representaran santos y tratados científicos, ya que Savonarola consideraba la ciencia como enemiga de la religión.
Todo se acumuló en la misma Plaza de la Señoría, donde, irónicamente, él sería ejecutado después, y tras de un sermón encendieron la primera de las que llamó hogueras de las vanidades, donde se destruía cualquier cosa que tuviera olor a mundo.
Su ocaso comenzó poco después, cuando evitó que Florencia se uniera a la liga armada por el papa Alejandro VI para combatir a los franceses. El pontífice ordenó a Savonarola que acabara con sus prédicas y fuera a Roma. Savonarola no solo se negó sino que siguió su campaña atacando al papa.
Entonces fue excomulgado y cuando amenazaron con poner a Florencia bajo interdicto, el populacho se volteó contra él. Desafiante, el monje aceptó someterse a un juicio por el fuego para mostrar que tenía un mandato divino y el resultado fue que la divinidad le falló. Savonarola fue condenado a ser ahorcado junto con los pocos seguidores que le quedaban y su cadáver fue quemado en una hoguera. Los Médici volvieron a asumir el mando florentino, y su causa murió en pocos años.
La historia anterior se cita por tener paralelos en nuestros días. Como alguien dijo, quien no aprende las lecciones de la historia está condenado a repetirla...
