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Jóvenes entusiastas del vino

Estos jóvenes son responsables de impulsar, desde sus diferentes facetas, el interesante mundo encerrado en una botella. 

El Espectador
09 de octubre de 2010 - 03:00 a. m.

Tienen menos de 35 años y la cultura milenaria del vino está en el centro de sus oficios. No es tan común en un país que no tiene su propia producción, pero tampoco es tan extraño si se tiene en cuenta que Colombia, y en especial Bogotá, ha sufrido un crecimiento de oferta gastronómica importante que está relacionada también con un mayor consumo del vino.

 Alejandra Naranjo

Sorprende su juventud y lo lejos que ha llegado en poco tiempo. Se graduó de ‘sommelier’ en Francia en una escuela privada, pero también presentó el duro examen del Estado que la acredita internacionalmente. Además, es la segunda colombiana formadora homologada del vino de Jerez, es decir, la embajadora que promueve la cultura de este vino español. En 2008 se vistió con birrete y toga para participar en el ritual para ser admitida en la cofradía de vinos de la margen izquierda de Burdeos, “Commanderie du Bontemps de Médoc et des Graves”. Este club  que nació varios siglos atrás,   nomina hoy en día  a personas de la industria, pero también a personajes de la vida pública como Jacques Chirac y Hugh Grant para representar, celebrar y defender no solamente el vino de Burdeos, sino los valores de la hermandad. Además de todas estas distinciones, Alejandra reparte su tiempo como profesora de la Escuela Argentina de Sommeliers y su trabajo en la importadora de licores y productos gourmet Inverleoka, donde hace capacitaciones y asesorías. No para de viajar y de aprovechar cualquier momento para visitar bodegas, sumergirse en las vendimias o actualizarse en el tema de coctelería y de aguas, que son otras de sus especialidades.

Juan C. Ortiz y Felipe Jiménez

Su filosofía puede parecer a simple vista egoísta o cerrada, porque sólo importan vinos que les gustan. Sin embargo, se trata de hacer negocios francos y de ofrecer productos de calidad con quienes se sienten identificados. Juan Camilo Ortiz, economista, y Felipe Jiménez, administrador de empresas, crearon en 2004 el Club del Vino. El primero venía del sector de los seguros y el segundo ya contaba con experiencia en una importadora de licores. En todo caso, el mundo de los vinos les resultaba más atractivo por los viajes, por el buen comer,  por la cultura que implica manejar esta bebida y porque ante la mirada femenina siempre resultaba más interesante decir que trabajaban con bodegas que con daños reparables. Más que una empresa de importaciones que cuenta con 56 referencias que vienen de Chile, Argentina, Francia, Estados Unidos y Sudáfrica, su intención es desmitificar el mundo del vino, al que muchos lo consideran lejano y elitista, y acercárselo, sobre todo, a gente de su misma edad. Por eso crearon el modelo de suscripciones donde las personas inscritas en su club reciben un número de botellas al año. Además, acaban de inaugurar un delikatessen, Merkato, con el que pretenden crear una experiencia de compra donde la gente, mientras prueba los vinos o espumosos que quiere llevar, se puede sentar a comer unas tapas o montaditos especialmente diseñados para maridar con blancos y tintos.

Ana María Caballero

Si bien su carrera y su desarrollo profesionales no tuvieron que ver con el sector vitivinícola, la empresa familiar siempre estuvo en este terreno. Estudió literatura francesa en Harvard, trabajó en una compañía de finanzas en Nueva York en las relaciones públicas y se desempeñó como periodista ‘freelance’ para medios latinos dando cuenta de la movida neoyorquina. El llamado de la tierra hizo que volviera a Bogotá donde estuvo manejando las relaciones públicas y de prensa en la vicepresidencia. Desde hace un año, impulsada por el crecimiento y el interés de los vinos, se posesionó como gerente de mercadeo y de clientes directos de Licorela, la importadora familiar de licores que trae productos novedosos en comparación al mercado en general. Cuentan con 16 referencias que vienen de Nueva Zelanda, España, Italia, Sudáfrica, Portugal, entre otros. Le encanta conocerle el gusto de la gente y darle en el clavo, y confiesa que le llama la atención el hecho de que la elaboración de los vinos no sea una ciencia exacta. “Ese mundo es mágico, místico, artesanal. La gente en la bodega siembra, lo cultiva, lo cuida y espera a que salga algo fantástico, pero puede esperar 10 años sin saber cómo saldrá”.

Michelle Morales

Desde que estaba pequeña, Michelle Morales recuerda con emoción el momento en el que salía a comer con su familia y el mesero ponía sobre la mesa una botella de vino para servirla. Había algo en esta bebida que le causaba fascinación. Hoy en día ya tiene el título de ‘sommelier’ y su pasión, sin duda, son los vinos.

Esta administradora de empresas ha forjado su experiencia en el mundo de la restauración, y después de haber trabajado como gerente general de la empresa DLK (La Brasserie, Niko Café, Bellini, etc.) se independizó y creó su empresa de asesoría de montaje de restaurantes. Desde ahí, es contratada para montar todo el diseño del restaurante desde el tipo de comida que se ofrecerá hasta la iluminación. El menú, la carta de vinos, crear la decoración y el ambiente están dentro de sus tareas. Su fuerte reside en que conoce el negocio desde adentro con todas sus aristas. A pesar de esto, quiere seguir especializándose en vinos y vivir su cultura a fondo. Por esta razón, el próximo año estará en la vendimia australiana y en Vinexpo, la feria más grande de vinos que se realiza cada dos años en Bordeaux, Francia.

Por El Espectador

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