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                                                                                                                              Las mil y una huellas de Serrat

                                                                                                                              Con una exposición en Barcelona y varios recitales, el cantautor catalán celebra medio siglo de vida artística. Estará en Colombia a principios de noviembre.

                                                                                                                              Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                              Cincuenta años después de que se metiera con su guitarra al hombro en una emisora y empezara a cantar en catalán, cuarenta y cinco años después de que cantara por primera vez una canción que hablaba del mar y que tituló Mediterráneo, y de que dijera allí que quería que lo enterraran entre la playa y el cielo, una muchacha de veintitantos cantaba con él aquel canto a las dos o a las tres de la mañana, mirando por una ventana las calles vacías de Bogotá. Él decía: “Yo, que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno”, y ella lo repetía como si fuera ayer, como si el tiempo se hubiera detenido. Y él cantaba luego: “No hay nada más bello que lo que nunca ha tenido y nada más amado que lo que perdí”, y ella se desafinaba ante la ventana escribiendo en una libreta de dibujitos una perdida frase de José Saramago que más o menos decía “siempre queremos estar del otro lado del puente”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por aquel entonces, tiempos de long plays y acetatos, de casetes, el disco tenía en su portada un dibujo abigarrado de muñequitos irónicos dibujados por un caricaturista que firmaba como Manuel Anoro. En una esquina aparecía un cartel que decía: “Aviso: Esta placa o fonograma no hubiera sido posible sin él, Quico Sabaté”. Serrat explicaría que “primero, Quico es un gran amigo mío. Luego, ha sido brillante colaborador en discos míos desde hace muchos años. Qué digo discos: me ha apuntalado en muchos aspectos de mi vida. Por ejemplo, cuando yo volvía de mi breve exilio, en agosto de 1976, se ocupó de mí. Era una época complicada, había unos grupos con licencia para matar opositores o, por lo menos, apalizarnos. Por seguridad, yo tenía que ir cambiando el lugar donde dormía y terminé en casa del Quico, con su familia”. Con el tiempo, algunos periodistas y detractores dirían que Sabaté y Serrat escribían a cuatro manos. “Lo cierto es que le debo títulos como El sur también existe y el de la gira con Sabina, Dos pájaros de un tiro”.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Anoro, Serrat, Sabaté y Jordi Romeva, amigos de siempre, desde los 60, iban por la vida como una banda de rock, aunque el único que cantara fuera Serrat. Fue con ellos y por ellos que Joan Manuel Serrat se metió el 18 de febrero de 1965 a Radioscope, uno de los programas más populares de la radio catalana, que se retransmitía en directo desde el estudio Toresky de Radio Barcelona, para que Salvador Escamilla lo presentara como un joven de Poble-sec, nacido en 1943, que había escrito algunas canciones en catalán. Fue con ellos y por ellos que en tiempos de dictadura Serrat se atrevió a desempolvar los poemas de Miguel Hernández y de Antonio Machado para volver la poesía algo de pueblo y para el pueblo, y con la poesía decir y cantar y oponerse al totalitarismo, al blanco y negro, a los buenos y los malos, al fusil, y de paso, a los académicos y puristas que consideraban que la poesía debía ser poesía, como se había escrito, y no canción, y menos, canción popular. Fue con ellos y por ellos que ya en los primeros años 80 escribió: “Entre esos tipos y yo hay algo personal”, porque entre esos tipos y él había algo personal. “Probablemente en su pueblo se les recordará como cachorros de buenas personas, que hurtaban flores para regalar a su mamá y daban de comer a las palomas. Probablemente que todo eso debe ser verdad, aunque es más turbio cómo y de qué manera llegaron esos individuos a ser lo que son ni a quién sirven cuando alzan las banderas. Hombres de paja que usan la colonia y el honor para ocultar oscuras intenciones: tienen doble vida, son sicarios del mal. Entre esos tipos y yo hay algo personal”.

                                                                                                                              Por los años en los que Serrat comenzaba a transformar aquel Algo personal en una especie de himno contra los poderosos, los estudiantes enarbolaban sus banderas y la cantaban a coro en bares y cafés, algunos, nombrados con el título de alguna de sus canciones, como Cantares (“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos…”). Aquellos estudiantes heredaban la rebeldía y la convicción por luchar contra lo impuesto de otros estudiantes, que una década atrás habían peleado contra lo mismo y por lo mismo, también con alguna canción de Serrat de fondo. “Para la libertad, sangro, lucho pervivo…”, y a su vez les transmitían a nuevas generaciones principios similares. Había un Serrat años 60 con todas sus implicaciones, y cientos de Serrats posteriores que cantaban sobre vida, política y amor, y hacían que sus “prefiero tomar a pedir”, “niño, deja ya de joder con la pelota”, “hoy puede ser un gran día”, “de vez en cuando la vida nos besa en la boca”, fueran verdades cantadas y selladas, verdades que en algunos casos decidieron el futuro de alguien, aunque él jamás lo llegara a saber.

                                                                                                                              Había y hubo Serrats multiplicados, como en un laberinto de espejos, que se reprodujeron incluso en otros cantantes, como Joaquín Sabina, que dijo de él cosas como: “Si el Nano me dice ven, su verbo es un mandamiento que hace alazán el jumento de este aprendiz de juglar. Otros viven de cantar, yo de contar lo que cuento”. Había y hubo Serrats en otros idiomas y con otros ritmos, y así en mil lenguas y a través de sus huellas, aquella muchacha de la ventana a las tres de la mañana era la síntesis de otras miles de muchachas, de otras vidas y otros destinos, que con él cantaron: “Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero”.

                                                                                                                              Cincuenta años después de que se metiera con su guitarra al hombro en una emisora y empezara a cantar en catalán, cuarenta y cinco años después de que cantara por primera vez una canción que hablaba del mar y que tituló Mediterráneo, y de que dijera allí que quería que lo enterraran entre la playa y el cielo, una muchacha de veintitantos cantaba con él aquel canto a las dos o a las tres de la mañana, mirando por una ventana las calles vacías de Bogotá. Él decía: “Yo, que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno”, y ella lo repetía como si fuera ayer, como si el tiempo se hubiera detenido. Y él cantaba luego: “No hay nada más bello que lo que nunca ha tenido y nada más amado que lo que perdí”, y ella se desafinaba ante la ventana escribiendo en una libreta de dibujitos una perdida frase de José Saramago que más o menos decía “siempre queremos estar del otro lado del puente”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por aquel entonces, tiempos de long plays y acetatos, de casetes, el disco tenía en su portada un dibujo abigarrado de muñequitos irónicos dibujados por un caricaturista que firmaba como Manuel Anoro. En una esquina aparecía un cartel que decía: “Aviso: Esta placa o fonograma no hubiera sido posible sin él, Quico Sabaté”. Serrat explicaría que “primero, Quico es un gran amigo mío. Luego, ha sido brillante colaborador en discos míos desde hace muchos años. Qué digo discos: me ha apuntalado en muchos aspectos de mi vida. Por ejemplo, cuando yo volvía de mi breve exilio, en agosto de 1976, se ocupó de mí. Era una época complicada, había unos grupos con licencia para matar opositores o, por lo menos, apalizarnos. Por seguridad, yo tenía que ir cambiando el lugar donde dormía y terminé en casa del Quico, con su familia”. Con el tiempo, algunos periodistas y detractores dirían que Sabaté y Serrat escribían a cuatro manos. “Lo cierto es que le debo títulos como El sur también existe y el de la gira con Sabina, Dos pájaros de un tiro”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por los años en los que Serrat comenzaba a transformar aquel Algo personal en una especie de himno contra los poderosos, los estudiantes enarbolaban sus banderas y la cantaban a coro en bares y cafés, algunos, nombrados con el título de alguna de sus canciones, como Cantares (“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos…”). Aquellos estudiantes heredaban la rebeldía y la convicción por luchar contra lo impuesto de otros estudiantes, que una década atrás habían peleado contra lo mismo y por lo mismo, también con alguna canción de Serrat de fondo. “Para la libertad, sangro, lucho pervivo…”, y a su vez les transmitían a nuevas generaciones principios similares. Había un Serrat años 60 con todas sus implicaciones, y cientos de Serrats posteriores que cantaban sobre vida, política y amor, y hacían que sus “prefiero tomar a pedir”, “niño, deja ya de joder con la pelota”, “hoy puede ser un gran día”, “de vez en cuando la vida nos besa en la boca”, fueran verdades cantadas y selladas, verdades que en algunos casos decidieron el futuro de alguien, aunque él jamás lo llegara a saber.

                                                                                                                              Había y hubo Serrats multiplicados, como en un laberinto de espejos, que se reprodujeron incluso en otros cantantes, como Joaquín Sabina, que dijo de él cosas como: “Si el Nano me dice ven, su verbo es un mandamiento que hace alazán el jumento de este aprendiz de juglar. Otros viven de cantar, yo de contar lo que cuento”. Había y hubo Serrats en otros idiomas y con otros ritmos, y así en mil lenguas y a través de sus huellas, aquella muchacha de la ventana a las tres de la mañana era la síntesis de otras miles de muchachas, de otras vidas y otros destinos, que con él cantaron: “Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero”.

                                                                                                                              Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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