¿Cómo fueron sus primeros años?
Soy de Dabeiba, Antioquia, un pueblo del que salí desplazado por la violencia hace muchos años. Crecí en una familia humilde y la vida en el pueblo era muy tranquila salvo cuando entraban los pipetazos de la guerrilla, que llegaba cada 15 días. Eran momentos terroríficos para uno como niño.
¿Quién tomó la decisión de salir de allá?
Mi mamá le dijo a mi papá que nos fuéramos a Medellín. Allí, como no teníamos de qué vivir, vendía ganchitos en los buses. En algún momento también vivimos en Cimitarra, Santander. Allí vendía helados. Mi estrategia era jugar a que el termo en el que llevaba las paletas era un perro que me iba arrastrando. A la gente le daba tanta curiosidad, que se acercaba a comprar.
¿Esas experiencias le sirvieron como humorista?
Vengo de trabajar muy duro y de aprender en la calle muchas cosas que hoy me sirven para la comedia. Desde ahí viene esa parte histriónica. Aunque fui el primer trovador de mi familia, mi abuelo es un tipo que puede improvisar bien y mis tíos son muy payasos.
¿Cómo nació su show “Todo un loquillo”?
Es el resultado de las capacidades que empecé a descubrir cuando el doctor Hernán Peláez me dio la oportunidad de trabajar en La luciérnaga. Al principio era trovador y libretista de parodias, pero poco a poco fui creando personajes como Twiterpam, El Oyente o Lentuardo, que cada vez tienen más peso en el programa.
¿En qué estaba cuando lo llamaron para “La luciérnaga”?
Llevaba un año viviendo en Bogotá y trabajando en un proyecto que se llamaba “Fiebre”, con un trovador que se llamaba “Natilla”. Venía de haber sido pentacampeón nacional de la trova, rey nacional infantil y juvenil en varias ocasiones y de participar en televisión como actor e improvisando comedia.
¿Cómo apareció la oportunidad de llegar a la radio?
Para esa época Guillermo Díaz Salamanca se fue a RCN a montar “El Cocuyo” y se llevó al grupo Salpicón. Ese revolcón le dio el nombre al grupo cómico musical que entró a “La luciérnaga” y que formamos con “Corozo” y con “Chalo”, que también eran humoristas y trovadores.
¿En qué momento se convirtió en imitador?
Empecé a trabajar en La luciérnaga al lado de monstruos de la imitación como Alexandra Montoya, Polilla o Fabio Daza. Gracias a eso empecé a desarrollar mi habilidad para la imitación. Al principio sólo escribía parodias y entraba al programa por si había que improvisar en vivo sobre temas de última hora.
¿Cuál es su personaje más polémico?
El de alias Karina y alias Popeye, por las emociones que despiertan. Cuando los hago siempre se levanta mucha escama porque el país tiene un pasado muy duro con ese tipo de personajes. Lo que queremos es mostrarle a la gente que hasta esos momentos tan dolorosos pueden ser aliviados por el humor.
¿Qué es el humor para usted?
Una salida, una ventanita de escape tanto para el que hace humor como para quien recibe la propuesta. En un país donde hay tantas malas noticias el humor empieza a ser un camino para olvidarse del estrés del día, es un antídoto para la realidad que vivimos.
¿Por qué es importante hacer humor político?
Cuando los comediantes empezamos a trabajar lo social y lo político nos convertimos en una voz que dice lo que la gente quiere decir y no puede. Los humoristas, con la fórmula mágica de la risa, podemos decir cosas muy fuertes de modo que se puedan digerir más fácil.