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“Me regañan por travieso”

De niño, Diego Salazar prefería jugar fútbol. Al medallista olímpico los domingos le gusta dormir o ir al cine, lo estresan los medios de comunicación y le tiene miedo a la muerte.

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Ángela Botero Zuluaga
26 de agosto de 2008 - 09:04 p. m.
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Su peso pesado.

61.400 gramos.

¿A qué le supo la medalla?

A gloria.

Un momento cumbre.

El podio.

El año más difícil.

Éste.

Lo primero que hizo al ganar la medalla.

Saltar.

Por qué lo regaña su mamá.

Por travieso.

Lo más complicado de un deportista.

Trabajar a conciencia.

¿Qué fue lo que más le gustó de Pekín?

La organización.

Una mujer despampanante.

Marcela Jaramillo, del Comité Olímpico Colombiano.

Su juego preferido cuando pequeño.

El fútbol.

La música que escucha.

Toda.

Un sueño.

Hecho realidad, la medalla olímpica.

¿A quién admira?

Al profe Gancho Karouskov.

Una apuesta que no ha pagado.

No tengo.

Su mejor amigo.

Sin palabras.


¿Qué lo aburre?

Tanta pregunta.

La frase que más repite.

“¡Ola ve!”.

Cuando era pequeño, ¿qué quería ser?

Grande.

Una sorpresa.

Colombia.

¿Cómo lo enamoran?

Con la sinceridad.

¿Qué hace después de un entrenamiento?

Escuchar música y descansar.

Su próximo récord.

Más de 62.

¿Qué le falta al deportista colombiano?

Apoyo.

Y ahora, ¿a qué se va a dedicar?

A entrenar.

Lo primero que le dijeron apenas llegó al país.

“Felicitaciones”.

¿Qué tan mal pensado es?

Nada.

Si no fuera pesista, ¿qué haría?

Me pondría a estudiar.

¿Qué no le gusta de usted?

Algo de mal genio.


¿Qué no debería existir?

La violencia.

Lo más monótono que existe.

Esperar.

Un licor.

Whisky Buchanan’s.

Su programa de televisión favorito.

Los Simpson.

¿Qué le gusta hacer un domingo?

Dormir e ir el cine.

¿A quién extraña?

A la familia.

¿Para qué la plata?

Para comprar muchas cosas buenas.

Su mentira olímpica.

No la tengo.

¿Quién lo inspira?

Mi mamá.

¿Qué le da miedo?

Morir.

Algo estresante.

Los medios de comunicación.

El amor de su vida.

Ninguno.

Lo más lindo de Tuluá.

La gente.

La última vez que lloró.

Al recibir la medalla olímpica.

Por Ángela Botero Zuluaga

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