Músico del interior con sonido exterior

León Cardona García fue uno de los primeros músicos colombianos en interpretar guitarra eléctrica. / Óscar Iván Navarro

Cardona abrió la mente de las nuevas generaciones para que se interesaran en el folclor. Sus más de cuarenta trabajos discográficos y un sinnúmero de arreglos y composiciones para guitarra, tiple y orquesta motivaron que fuera el homenajeado en el Festival Nacional de la Música Colombiana, en Ibagué.

¿Cuáles fueron las influencias musicales que recibió León Cardona del entorno familiar?

Yo fui el primer hijo hombre del matrimonio de mis padres. Luego nacieron dos hijas más. Mi papá fue alcalde y recuerdo que a mí me mandaron a vivir con unas tías en Medellín. Allí escuchaba radio y me gustaba mucho René Cabel, por su voz y por su estilo auténtico. Sin embargo, para entretenerme cortaba guaduas y hacía flauticas, aunque no me llamaba la atención ese instrumento.

Gracias a esa actividad, su familia lo matriculó en el estudio de la música académica. ¿Cuántos años tenía?

Tenía siete años. En ese entonces tocaba flauta traversa, por un regalo que me hicieron mis parientes, y como para estudiar música uno obligatoriamente tenía que optar por un instrumento, pues mi instrumento era la flauta, aunque no me apasionaba. Todo era muy distinto; incluso hice solfeo y eso ya no se llama así. Creo que llegué a ser un buen flautista, pero a mí lo que me gustaba era la guitarra.

Usted fue uno de los primeros colombianos que tuvieron una guitarra eléctrica. ¿Cómo fue eso?

Un tío de mi esposa vivía en Estados Unidos y me envió una guitarra eléctrica marca Gibson en la década de los cuarenta. Recibí ese instrumento y primero me hice famoso en la casa, luego me conocieron en la cuadra, más adelante en la ciudad, y así me hice a un nombre en las cuerdas.

Su trabajo inicial fue con un pianista guatemalteco llamado Bob Lafuente. ¿Por qué sabía él de la existencia de León Cardona?

Yo tenía muchas audiciones en la emisora La Voz de Antioquia. He tenido distintas etapas en la vida, porque trabajé con Sonolux, primero como músico y más adelante como ejecutivo, pero mi historia radial ya era bastante extensa. Fui empleado, incluso, del bar La Cabaña, en donde conocí a Agustín Lara, y allí tocábamos lo que se denomina “música de oír”. Yo me movía mucho y tal vez por eso él tenía referencias mías.

¿Cuál fue el primer disco que grabó?

Grabé mucho como arreglista, pero también como músico invitado. Recuerdo que una de mis primeras grabaciones la hice con el Dueto de Antaño, con Codiscos, que quedaba en la calle Junín en Medellín.

¿Cómo llegó a hacer parte de la orquesta del catalán Luis Rovira y a trabajar en el Grill Colombia?

Yo no conocía a Rovira. Él me llamó cuando trabajaba en el Tequendama y me hizo la propuesta de que hiciera parte de su agrupación. Tocábamos de todo, pero nuestra tendencia era al jazz. No tengo muchos recuerdos de esa época, pero me llamó mucho la atención la sonoridad internacional, así que empecé a escribir música colombiana pero con armonías distintas. Eso fue en los años 60 y en ese entonces muchos jóvenes se interesaron en escucharme.

Usted es admirador de Henry Mancini. ¿Alguna vez hizo música para bandas sonoras?

Claro. Ese no es tan buen recuerdo. La película se llamó Bajo la tierra, y grabé la banda sonora en Medellín, en Sonolux, pero a la hora de cobrarles a los productores no me salieron con nada. Lo mismo me pasó con los primeros trabajos que hice para la televisión, que comenzaba en ese entonces.

¿Cuándo empezó a interesarse en el tiple?

Hice un LP que se llamó Tiplecito compañero. Esa fue mi primera incursión... y la última como instrumentista. Como solista en guitarra grabé alrededor de cuarenta larga duración, de los que debo conservar unos quince registros solamente.

Durante su gestión en Sonolux surgió el Coro Cantares de Colombia. ¿Cómo es esa historia?

Todos los serenateros de Medellín estaban muy unidos y se encargaron de acercarse a la disquera. Eso fue antes de mi administración, pero digamos que con el coro nos tocó viajar por muchas partes. Incluso fuimos a una celebración de la independencia de Venezuela cuando Germán Arciniegas era el embajador.

Hizo arreglos para Leonor González Mina, la Negra Grande de Colombia. ¿Cómo fue eso?

El poeta y escritor Óscar Hernández Monsalve decía que todos los bambucos estaban hechos con las mismas palabras: bohío, ruana, trenzas, carriel, machete, montañera, y que él tenía canciones que se apartaban de esas expresiones. Esas composiciones novedosas las querían incluir en un LP de Leonor González Mina, quien iba a concursar a la Unión Soviética y necesitaba recursos. Ese fue el primer registro que hice para ella.

¿Cuándo empezaron las composiciones instrumentales andinas con una mentalidad moderna?

Asesoré a un grupo de muchachos con instrumentación colombiana y ese colectivo ganó el Gran Premio Mono Núñez. Luego apareció el dúo Las Mellis, y eso fue revolucionando el espectro de la música colombiana. Todo eso pasó hasta hace poco que me buscaron los chicos de Guafa Trío para que les hiciera unos temas.

¿Sigue componiendo?

Sí. Lo hago como terapia y lo hago como ejercicio en contra de la vagancia. Lo más extraño de todo es que sigo componiendo en papel y no me acompaño de ningún instrumento.

Sin modestias, ¿cuál ha sido su aporte a la música colombiana?

Creo que lo más importante que hice fue atraer a la juventud a los aires colombianos a partir de mis arreglos con mentalidad moderna.