Nicolás Rincón, documentalista en el cine

El bogotano Nicolás Rincón considera que el cine colombiano corresponde a la realidad del país y por ello ahora se están narrando historias que no se contaban antes por la guerra. Su búsqueda como director se ha centrado en mostrar la realidad de los campesinos afectados por la violencia.

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22 de marzo de 2017 - 04:46 a. m.
Nicolás Rincón, documentalista en el cine
Foto: MAURICIO ALVARADO
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¿Cómo un economista termina estudiando cine en Europa?

Desde pequeño me gustaba mucho ir a cine, pero a los 18 años no me pasaba por la cabeza estudiarlo como carrera. Fue después de estudiar economía que, pensando en hacer lo que me gustaba, me encontré con Martha Rodríguez, una documentalista que me explicó cómo se podía hacer cine en formatos diferentes a los de las películas, con pequeños equipos, y eso me abrió la posibilidad de hacerlo de otra manera. Eso fue a finales de los 90 y la única posibilidad de hacer cine en Colombia era en la Universidad Nacional. Por eso me fui a Bélgica a una escuela importante que mezcla el cine y la televisión y en la que podía trabajar con medios más allá del negativo y el formato de película.

¿Desde el comienzo pensó en dedicarse al cine documental?

Sí, eso siempre lo tuve claro, desde pequeño ha sido el cine que me gusta. No tengo ningún problema con el cine fantástico, pero lo que me encanta es esa experiencia que uno tiene con la realidad. Por ejemplo, una película africana que habla de un barrio que tal vez no llegue a conocer, pero que a través del filme uno puede entender toda su dinámica, a través de la historia de un joven que puede estar viviendo algo muy cercano o no, pero que me da una reflexión sobre lo que pasa en diferentes espacios. Lo que más me encanta del cine es la capacidad de proyectar muchas cosas al espectador y eso es lo que más me propongo al hacer películas.

¿Qué tipo de películas generan eso en usted?

Con el tiempo ha cambiado. Me encantan las películas de Alain Tanner, el cine japonés y un nuevo terreno de cine contemporáneo y de antes, como el de Buñuel. El cine de Víctor Gaviria me parece fabuloso. Todo cambia. Muchas veces al volver a ver películas uno las ve con otro significado, dependiendo del momento y el contexto, y eso hace del cine algo que no es estático.

¿Qué piensa del cine que se está haciendo ahora en Colombia?

A comienzos del siglo XXI creo que hubo una ruptura. Había mucho joven intentando hacer cine, pero como si fueran flores que salieron de un día para otro, sin ver mucho el pasado. Y las películas en general de esa época no son muy interesantes. Pero después nace un lazo que une a las nuevas y las viejas generaciones, y eso es muy importante, porque la forma no es la misma. Ahora hay más presupuestos y facilidades, pero son trabajos que se hacen con la misma intención.

¿Por qué terminó haciendo una trilogía documental?

Cuando comencé a estudiar en Bélgica me cuestionaba mucho la realidad violenta del país, especialmente la de los campesinos que debían desplazarse a las ciudades, entonces quería saber qué pasaba con esas familias y cómo podían volver a hacerse. Los campesinos tienen una tradición oral muy fuerte y quería saber qué pasaba con esa tradición en las ciudades, y así nació Campo hablado que es la primera de las tres películas. Habla sobre la capacidad de transformación de la palabra y cómo desde la resistencia pacífica esa tradición oral logra sobrevivir y dar otras puertas a la realidad.

¿Cómo llega a “Noche herida”, la última de las tres películas?

En el segundo documental mi pregunta era qué pasaba con el campesino en la ciudad y esa cantidad de abuelas que llegaban con sus familias atrás y cómo llegaban a rehacerse. En ese camino encontré a Blanca, una abuela de Caldas que salió desplazada en 2003 y llegó con su familia a la periferia de Bogotá, con una fuerza y un carácter bárbaros, como una especie de coronel que lleva a su familia hacia un nuevo futuro, pero que además se enfrenta a una nueva violencia, que es la urbana, y entra en ese camino de comenzar a darle unos valores a su familia para ir por el camino correcto. Es una realidad muy dura, porque uno de los tres nietos de Blanca se va de la casa.

¿De qué forma logró que Blanca fuera natural ante las cámaras?

Fue un trabajo de confianza mutua, porque muchas veces, al principio, las personas pueden fingir o dar otra imagen de sí. Fue una cuestión de dos años de vivir con Blanca sin filmar, tratando de entenderla y comparar su experiencia con la de otras familias que había visitado. Y cuando nos comenzamos a entender, prendí la cámara, no para empezar a documentar la historia, sino para que se acoplara a ella. Al final lo logramos, y a partir de ahí comenzamos a hacer la película. Todo era lo cotidiano de ella y cada día era una aventura, porque no sabíamos qué iba a pasar.

“Noche herida” fue elegida como mejor película del Ficci y ahora estará en otro festival en Nueva York. ¿Esperaba tanta acogida?

No, y al mismo tiempo me reconforta mucho, porque muchas veces la gente es mucho más reacia al documental y se piensa en la radicalidad en la forma de ser. Ha sido genial porque la gente ha viajado en la película de manera muy sorprendente e intensa, como con un grado de proximidad que me fascina. Por ejemplo, en Cartagena, la proximidad de la gente con Blanca fue genial. Eso ha sido muy fuerte para mí. La hice para el público, aunque eso depende de los circuitos en los que uno se mueva, pero sí ha creado un movimiento afectivo fuerte, porque Blanca no es una perita en dulce, tiene un carácter fuerte y eso también se lo ha dado un contexto tan duro, porque muchas veces se dice que tienen que ser personajes pasivos para tenerles compasión, pero a mí no me interesaba mostrar eso.

Ahora prepara una película de ficción. ¿Ha sido difícil el cambio?

No lo veo como diferente. Para mí realmente es una continuidad con mi trabajo y ahora quiero una ficción, no porque quiera cambiar sino porque la temática es algo que se debe recrear.

¿Cuál es la historia?

Es la historia de un pescador en la época paramilitar que va a buscar los cuerpos de sus hijos en el río. Es toda esa búsqueda y está muy ligada a historias que me han contado sobre el río Magdalena. Tiene una lógica de realidad porque hay hechos que ocurrieron en verdad y lo que ha sido difícil es convencer a gente que sólo ha hecho ficción y cree que el documental sólo es un subgénero periodístico, entonces hay un poco de desprecio por hacerlo. Pero igual el proyecto es fuerte y se ha construido de a poco.

¿Hay un interés especial en el mundo por el cine colombiano?

Creo que el cine colombiano corresponde a la realidad colombiana. En este momento hay muchas posibilidades y cosas que se callaban hace diez años por el tema de la guerra, y ahora esas historias se están contando y se está haciendo muy bien. Lo mejor es que no se está ligando a un cineasta ni a dos. Es un circuito en el que se mueve mucha gente y, a pesar de que el sector es muy competitivo, lo que se genera es un tipo de emulación o una reflexión de lo interesante del cine colombiano.

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