Cuando estaban en pleno desarrollo los procesos por la parapolítica contra congresistas en su mayoría uribistas, Luis Carlos Restrepo sorprendió a periodistas y parlamentarios con unas declaraciones que sonaron descabelladas por venir de un Comisionado de Paz. Restrepo salió un día a los medios y dijo, palabras más, palabras menos, que el presidente Uribe no le debía nada a los políticos de su coalición, porque los votos que lo eligieron eran del pueblo y no de los partidos. Y que, como estas agrupaciones estaban divididas y, encima, contaminadas de influencia paramilitar, deberían disolverse.
De remate, Restrepo se centró en la U, el movimiento presuntamente más cercano al jefe de Estado. Aseguró: “Al interior de ellos hay dificultades. En La U, por ejemplo, hay un grupo de parlamentarios que hace mucho rato dice no sentirse representado por las directivas de ese partido”. De inmediato, connotados gobiernistas brincaron ofendidos. Llegaron a calificar al comisionado de psiquiatra loco y le pidieron que no se metiera en asuntos que no eran de su competencia.
Lejos estaban de suponer que en ese momento, Restrepo ya debería tener planeado muy probablemente con la ayuda y petición del Primer Mandatario su ingreso al mundo de la política. Y que su calculado destino sería el de cambiar, o más bien el de crear, un nuevo partido que estuviera hecho a imagen y semejanza de Uribe. No como los de ahora, productos malformados, peor terminados y con ambiciosos jefes a la cabeza de los mismos.
Solo de esta manera se entienden la renuncia y los objetivos de Restrepo en la actualidad, y vistas en el contexto del presente, las críticas a quienes hace uno o dos años se creían uribistas purasangre. Lo cierto es que desde su nueva posición, el ex comisionado le servirá de valioso puntal a Uribe, candidato a la Presidencia por tercera ocasión, o bien, a Uribe, el ex presidente necesitado de colectividad fuerte para su defensa, una vez que ya no tenga tanto poder como el de hoy.
Cecilia Orozco Tascón.- Después de tantas renuncias ¿Por qué se va finalmente?
Comisionado Luis Carlos Restrepo.- Porque añoro ser nuevamente ciudadano y entrar al debate político. Solo es cuestión de definir el momento exacto y la fecha del retiro.
C.O.T.- ¿A usted le interesa engrosar el escenario ya bastante congestionado de los precandidatos presidenciales, aspirar al Congreso o dirigir el partido de la U?
L.C.R.- Por ahora no hay ninguna decisión tomada. Cuando concrete mi retiro, tendré libertad para opinar y explorar alternativas.
C.O.T.- Dos senadores han propuesto su nombre para dirigir la U ¿Le suena?
L.C.R.- No me tiente con sus preguntas porque todavía soy funcionario público. Sí he escuchado varias propuestas y no quiero cerrar mi agenda a ninguna.
C.O.T.- Con usted, son varios los altos funcionarios que renuncian para ingresar a la política. Todo ese lanzamiento de gente cercana al Presidente ¿No es realmente la precampaña para la reelección?
L.C.R.- No voy a hablar de política hasta que esté por fuera, pero en líneas generales puedo afirmar que lo que hemos hecho en este gobierno necesita continuidad. También creo que cuando se adelante el debate, éste debe ser muy franco y si hay que reorientar algo, que se reoriente.
C.O.T.- ¿Es mi impresión o están conformando un nuevo partido uribista?
L.C.R.- Sobre ese tema opiné hace unos meses y se generó mucho ruido (risas). Pero ése es un punto que tendrá que estar en la agenda. Hay que analizar todos los caminos, todas las posibilidades, todas las alternativas.
“Empatados en errores”
C.O.T.- En la reciente liberación de secuestrados hubo dos versiones en torno a los sobrevuelos militares en la zona: cuando se supo del tema por Telesur, usted negó que existieran los sobrevuelos y después el Ministro de Defensa los aceptó ¿Cuál es la razón de esa contradicción?
L.C.R.- Yo no tenía control sobre las operaciones en el área. El Ministro me informó que habían acordado suspender los vuelos por debajo de los 20 mil pies, que fue lo que le dije al país. Después hubo un reconocimiento expreso por parte del Ministerio de que sí existieron esos sobrevuelos pero consideró que no se violaban los acuerdos con la Cruz Roja. Posteriormente el Ministro calificó el hecho como un error de buena fe.
C.O.T.- ¿Usted no tenía información exacta de los acuerdos entre el Ministerio y el CICR?
L.C.R.- No porque no era quien manejaba ese tema. Yo me encargué de la concertación con la senadora Piedad Córdoba y con Colombianos por la Paz y conformé la comisión (humanitaria) a partir de un margen de maniobra que me dio el Presidente. Tomé la decisión de que la Senadora fuera acompañada de Jorge Enrique Botero y Daniel Samper. Después les dije a ellos que pagué un costo político dentro del Gobierno por la decisión, básicamente por la intervención (periodística) que hizo Jorge Enrique Botero en la zona, pues lo que yo había dicho era que ellos iban en calidad de garantes.
C.O.T.- El Presidente dijo que no sabía que iban dos periodistas en la comisión. Entonces ¿Eso es exacto?
L.C.R.- Sí. No le informé al Presidente quiénes iban por el margen de maniobra que él me concedió antes de viajar a Europa. Solo le conté que la senadora Córdoba me había pedido que le permitiera la compañía de algunas personas de su grupo.
C.O.T.- Botero dijo que él le advirtió que iría con cámaras y que haría un documental ¿Contradice esa versión?
L.C.R.- Formalmente nunca se negoció ese punto. Él siempre anda con una cámara y es imposible imaginárselo sin ella. La razón que me dieron para que fuera Jorge Enrique fue muy distinta. Me dijeron que era fundamental su presencia como un requisito puesto por las Farc. Jorge Enrique era como el santo y seña para que la comisión fuera recibida. Prácticamente quedó entendido que él tenía que bajar primero del helicóptero para ser reconocido por la guerrilla y crear un clima de confianza, tal vez porque ya lo habían conocido en operaciones anteriores, y no por otra razón. Ante un argumento tan fuerte, no le puse suspicacia. Pero hablamos muy claramente que él no iba a tener imágenes para entregárselas a los medios en cuanto llegara. Su papel fundamental era como garante, lo mismo que el de Daniel Samper y Olga Amparo Sánchez.
C.O.T.- ¿Qué alcance le da a la petición de las Farc sobre la presencia de Jorge Enrique Botero?
L.C.R.- Ninguna. No le puse suspicacia, le repito. En realidad, creo que fue un buen proceso aunque al final se hubiera roto el protocolo.
C.O.T.- ¿No le parece que el protocolo se rompió, no por la transmisión a Telesur de Jorge Enrique Botero, sino por los sobrevuelos militares?
L.C.R.- Ése fue el argumento de Jorge Enrique y Daniel. Incluso Jorge Enrique dijo que si él no hubiera intervenido ante los medios, las cosas hubieran terminado en desastre. Creo que los sobrevuelos fueron un error —y eso lo reconoció el Ministerio de Defensa— y que Jorge Enrique cometió otro error. En el peor de los casos, uno podría decir que quedamos empatados en errores.
C.O.T.-¿Es cierto que discutió con la secretaria privada y el secretario de prensa del Presidente por los reporteros de Villavicencio?
L.C.R.- No. Sobre ese punto hubo mucho de fantasía…
C.O.T.- ...O no quiere contar ¿Regresó a Bogotá por orden del Presidente?
L.C.R.- Ese es un tema superado y no quiero volver sobre él. Con el Presidente conversamos sobre las tensiones internas pero por respeto a él preferiría dejar el asunto en el pasado. Solo le digo que como ha sucedido tantas veces, él me reiteró su plena confianza. Finalmente decidimos que continuara en mi cargo. Hemos seguido hablando de mi renuncia pero pensando en fórmulas alternativas.
C.O.T.- ¿Dónde se escondió esos dos o tres días que lo estuvieron buscando?
L.C.R.- (risas) Soy un hombre previsible. Estuve donde siempre: en mi apartamento de Bogotá o en una casita que tengo en Quindío, que fue de mi abuelo. Finalmente, el Presidente quería que tuviéramos una larga conversación personal y, como siempre, hablamos con mucha franqueza.
Diferencias con Medellín
C.O.T.- ¿Cuáles fueron las diferencias que tuvo usted con el manejo que le dieron los alcaldes Fajardo y Salazar de Medellín, al proceso con los paramilitares?
L.C.R.- Creo que hubo un error de buena fe cuando ellos decidieron entrar en contacto directo con don Berna en el momento de la desmovilización del Bloque Cacique Nutibara. En esa época (2003), Alonso Salazar, quien ya había sido designado funcionario de la administración de Fajardo, me expresó su interés en hacerlo así. Le señalé la inconveniencia de la decisión porque me parecía que una vez desmovilizada la estructura paramilitar de don Berna, no se debería mantener la interlocución con él. Tal vez ellos lo hicieron con el ánimo de lograr que se comprometiera con el proceso.
C.O.T.- ¿Para poder mantener el control de la ciudad?
L.C.R.- No sé si de la ciudad, pero sí la de lograr compromisos de parte de él en cuanto al buen comportamiento de sus hombres. En general, cuando había desmovilizaciones se asumían unos acuerdos con los jefes de la estructura. En este caso teníamos la dificultad de que se estaba desmovilizando la estructura, más no don Berna. Él seguía en la clandestinidad. Finalmente Fajardo y Salazar tomaron la decisión que habían propuesto, y ese fue nuestro primer motivo de distanciamiento porque afectó mi capacidad de negociación en la mesa. Eso condujo a que don Berna transmitiera la imagen equivocada de que él estaba en posición de negociar con la Alcaldía.
C.O.T.- ¿Y que tenía más poder del que en realidad poseía?
L.C.R.- Exacto. Pero siempre he creído que Sergio y Alonso son personas transparentes, y que actuaron porque estaban convencidos que esa era la vía. El segundo momento de distanciamiento fue en 2004, cuando se produjo una polémica pública. Existían muchas versiones sobre don Berna. Se decía que había desmovilizado el Cacique Nutibara, pero que mantenía una estructura paralela —Héroes de Granada—, que seguía actuando en la ciudad. Salí a exigir la desmovilización de ese grupo y eso generó un debate muy intenso y grandes diferencias con Sergio porque él consideró que yo le estaba haciendo daño a la ciudad. Tuvimos una reunión en la Alcaldía que no terminó bien porque los dos nos exaltamos.
C.O.T.- Por los líos que surgieron, usted parecía tener la razón.
L.C.R.- Es probable. Sin embargo, y como se lo manifesté a Salazar cuando él empezó su administración, creo que él va por el camino correcto. Alonso sabe que tiene mi apoyo.
“Me dolió la extradición”
C.O.T.- Usted asegura que Job utilizaba juegos muy oscuros (ver parte superior de la página). Cualquiera diría que no fue el único: los jefes paramilitares también ¿Por qué ustedes aguantaron tanto tiempo?
L.C.R.- Las autodefensas no entendieron la negociación y es posible que se hayan equivocado conmigo. Ellas tenían que poner las cartas sobre la mesa, entregar la estructura armada y ganarse la confianza de la ciudadanía. Pero siempre actuaron creyendo que podían haber otro tipo de pactos. Tal vez esperaban que algunos sectores empresariales o de la misma población en donde ellos actuaban, le hicieran presión al Gobierno, o pensaron en acorralarnos.
C.O.T.- Lo que pasó, y la extradición de los jefes paramilitares indican que el proceso fracasó ¿Está de acuerdo?
L.C.R.- No, porque el proceso tenía el propósito de legitimar el Estado de Derecho y de ganar control territorial para la democracia y las fuerzas legítimas. Ese propósito se logró. Pero había unas reglas que consistían en que no solo tenían que cumplir diciendo la verdad, sino que no podían poner en riesgo el proceso mismo. Ante indicios que tuvo el Gobierno en su momento, los extraditó por razones de orden público.
C.O.T.- ¿Extraditar a quienes negociaban con ustedes no es un fracaso?
L.C.R.- En este caso tenemos una justicia compartida con Estados Unidos. Sectores de la oposición nos viven amenazando con la Corte Penal Internacional y yo creo que mientras más instrumentos tengamos que nos obliguen a cumplir con la justicia, mejor. De otra parte, tarde o temprano ellos tenían que responder ante la justicia de Estados Unidos. Se dio en una forma dolorosa, y no puedo negar que me afectó la decisión. La respaldé, la apoyé, pero me dolió.
C.O.T.- ¿Por qué?
L.C.R.- Porque finalmente ellos habían sido mis interlocutores; cada uno contribuyó al proceso de desmovilización y sé lo que les implicó entregar las armas.
C.O.T.- ¿Y por qué no se opuso?
L.C.R.- Porque en su momento había unas justificaciones . A ninguno le niego su contribución a la paz. Pero también entiendo que se fueron generando unas condiciones que ponían en riesgo el proceso y la seguridad del país.
C.O.T.- ¿No cree que el desorden y las exigencias desmesuradas de los jefes paramilitares se produjeron más bien por la improvisación del Gobierno?
L.C.R.- No puedo decir que todo estaba fríamente calculado pero sí puedo hablar de la urgencia de desmontar esos grupos. No podía quedarme tranquilo en una mesa de diálogo mientras había miles de hombres en armas amenazando la paz. El proceso de concertación de la ley de justicia y paz fue muy difícil, y sin ser perfecta, es de mostrar a nivel mundial, como nos lo ha dicho varias veces el fiscal (Moreno) de la Corte Penal Internacional.
El psiquiatra y el político
Revisando la hoja de vida de Luis Carlos Restrepo queda en evidencia la paradoja entre su perfil profesional y el estilo impositivo del Gobierno para el cual trabaja: doctor en Psiquiatría con maestría en Filosofía; autor de una amplia obra que se centra en el estudio de la libertad humana, la ética de quien tiene poder de sometimiento frente al más débil, el valor de la ternura y el derecho a la insurgencia ciudadana. El comisionado Restrepo fue, además, el coordinador nacional del Mandato Ciudadano por la Paz, que promovió la salida negociada al conflicto. Ahora que se retira, le pregunté:
C.O.T.- ¿Usted asiste a consulta psiquiátrica?
L.C.R.- (risas) Realmente me siento sereno. No puedo decir que no me haya afectado el cargo, porque me tomó mucho tiempo acostumbrarme a calcular mis declaraciones y opiniones. Pero creo que le presté un servicio al país cuando me senté a hablar con los paramilitares y no dudé ni un minuto en jugarme todo mi capital de confianza al servicio de algo tan complicado.
C.O.T.- ¿Quedó desganado frente al ejercicio de su profesión?
L.C.R.- Ahora mi interés es estar en el debate público y además aquí he hecho psiquiatría política todo el día. Tal vez por eso el Presidente me repite con frecuencia: “Luis Carlos, un guerrero como yo necesita un siquiatra al lado”.
Un consejo que no le pidieron
El episodio conocido como la “Casa de Nari”, que ocurrió cuando alias Job —oscuro personaje que estuvo al servicio del jefe paramilitar Don Berna— visitó a Edmundo del Castillo y a César Mauricio Velásquez en el palacio presidencial, no hubiera sucedido si ellos le hubieran consultado dicha reunión al saliente Comisionado, según dijo:
C.O.T.– Cuando se presentó el escándalo por la visita de alias Job, usted dijo que si el secretario Jurídico y el de Prensa lo hubieran consultado, se habrían ahorrado ese dolor de cabeza ¿Qué les habría aconsejado?
L.C.R.– Que no perdieran el tiempo recibiéndolo y, tal vez, que Job debería estar buscando crear un hecho para sacarle alguna ventaja política después.
C.O.T.– ¿Por qué lo conocía tanto?
L.C.R.– Lo conocí porque fue mi interlocutor en 2003 cuando se desmovilizó el bloque Cacique Nutibara, al que él pertenecía. Después Job siguió yendo a la mesa de diálogo con las autodefensas que todavía estaban activas. Lo vi como dos o tres veces, y ya molesto le dije, frente a todos, que si estaba desmovilizado no podía estar allí sentado, y que si seguía allí, era porque había vuelto a delinquir. Entonces le exigí que se retirara. No me gustaba porque era un hombre que planteaba juegos muy oscuros y enredados. Y me generaba gran desconfianza.