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Un joven se sentó en su primera clase de la carrera de ingeniería química en la Universidad de McGill, en Montreal, con un cuaderno nuevo y un lápiz dispuesto a tomar notas. Acababa de llegar desde Bogotá con un abrigo que le había regalado su padre, un título de bachiller del Liceo Francés y la firme determinación de graduarse con honores.
Al final de la clase el cuaderno no tenía una sola nota. No había entendido nada.
La clase había sido toda en inglés y no en francés (como aplicación que había llenado y además el idioma oficial de la ciudad).
Sus padres habían hecho un enorme esfuerzo por mandarlo a Montreal, y sabía que no podía ni devolverse ni rajarse.
Compró unos libros y se autoenseñó inglés suficiente para pasar todas las clases y efectivamente graduarse con honores. En el proceso hizo amigos de por vida, fue a todos los bailes, todos los bares y todas las fiestas de la ciudad.
Ese era Sergio Sokoloff, estudioso, con gran sentido de la responsabilidad, amiguero, enamoradizo, alegre y nunca dispuesto a darse por vencido.
Estaba igualmente a gusto en un parador de carretera que en el mejor restaurante de París siempre y cuando la comida fuera muy buena y hubiera alguien con quién compartirla.
Un gran lector que sabía más que casi todo el mundo de casi todo; solo bastaba echar un vistazo a su biblioteca para asombrarse por todos los temas que le interesaron en su vida y que tan profundamente se sumergió en ellos.
Sus más grandes pasiones fueron sus hijos, sus amigos, la cocina, los vinos, el whisky y los relojes. Pero también fue pescador, filatelista, crucigramista y abuelo, entre otras.
Tuvo amigos entrañables sin importar su posición, edad o procedencia. Todos ellos tendrán una anécdota o alguna enseñanza que él les dejó, porque era infinitamente generoso con su conocimiento y su tiempo.
Fundó varias empresas, rescató otras y fue presidente de Carbocol desde donde trabajó incansablemente por las comunidades alrededor de las minas de carbón del país y por abrir nuevos mercados al carbón de Colombia.
Quienes lo conocimos recordaremos que entendía el mundo en blanco y negro, que le preocupaba que estuviéramos contentos, bien alimentados, a gusto y con un trago en la mano, pero sobre todo recordaremos su agudo sentido del humor, con el que afrontó las situaciones más difíciles y nos hizo la vida siempre un poco más agradable.