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Telegrama para un artista

Este artista de Marinilla, Antioquia, asegura que para hacer una obra lo único que se necesita es a uno mismo.

Mariana Álvarez López
09 de mayo de 2015 - 02:37 a. m.
El taller de Ocampo Rúa se encuentra en el municipio de Marinilla, en el oriente de Antioquia. /Cortesía
El taller de Ocampo Rúa se encuentra en el municipio de Marinilla, en el oriente de Antioquia. /Cortesía

Cuando me dio la bienvenida a su espacio, el aroma era intacto, era el aroma completo y preciso de un artista. Estaba yo ahí, de pie, en medio de su silencio, del jazz, los colores y los pinceles. Comencé preguntándole qué necesitaba para pintar, a lo que él, David Felipe Ocampo Rúa, envuelto en su camisa de cuadros pálidos, contestó: “Me necesito a mí mismo”.
 
Así nos pasamos la tarde en su taller, en Marinilla. No había sol o luna, había un aire bohemio y catártico, tan catártico como la transformación que existe en él cuando lee, investiga, imagina, crea, pinta y culmina la obra, e inicia otra obra; metamorfosis en la que lo acompañan la sensación y la acción de guardar silencio y dejarse llevar entre trazos y atmósferas, porque, para él, su caracterización está ahí, en las atmósferas.
 
Creaciones que, por lo general, se plasman monocromáticamente, con diferentes materiales indiscriminados; unas más que no evaden los tantos colores; algunas singulares, otras dípticas o trípticas; obras nacidas desde la realidad, con su propia materia y esencia, e inspiradas por el maestro José Alejandro Restrepo, desde la psicografía, la vivencia y la tangencia del presente y la memoria.
 
Cada uno de los detalles de su taller los enseñaba con tal cuidado que daba a entender lo intencionado que estaba todo, tanto sus obras como su espacio. Sus bitácoras, por ejemplo, tenían la claridad de lo que sus ojos vieron en cada paisaje; había tal similitud latente entre la historia, los materiales y las líneas que si cierro los párpados podría dar fe de haberlo acompañado en sus recorridos. Y, lo más particular, es lo equivalente con sus obras impregnadas por la creatividad y la academia, son concretas en su misma esencia, son lo que tienen que ser, y lo son por lo que él dice: “Yo siento cuando un cuadro está o no está listo”. Es el sentimiento quien lo dicta, no la técnica, la ausencia o lo barroco de la obra.
 
“El arte podría decirse que no aporta nada, porque al final de cuentas es un producto; lo que sí aporta es la investigación y la subjetividad del artista y el usuario. Ahora, desde la licenciatura, el arte aporta con su pedagogía”, cuenta mientras un trago marrón, fuerte y abuelo pasa por su garganta. Él, estudiante de licenciatura en artes en la Universidad de Antioquia, se inició en el arte por gusto y afinidad con el plasmo de sus pensamientos en lienzos, páginas y barro. Él, en su dispersión de tonos y sonidos, reconoce la significación de su obra gracias al usuario: “Sin usuario no hay obra, él es quien la activa y permite que exista”.
 
Ocampo Rúa es también un amante indescifrable de los soportes de sus obras, la lectura y la investigación. “La literatura es una de las fuentes que me mantienen activo, me hacen crear y pensar a partir del contexto”. Y, para no demostrar lo contrario, revoloteó por el espacio, tomó con sus manos un libro gordo y blancuzco, lo abrió al azar y comenzó a leer. Las letras narraban la muerte de Gaitán, y entonces sabía que algo del Bogotazo, de la sangre, la tragedia y los sucesos debía rondar en sus obras, y de no ser así, al menos en su memoria… Entonces, cuando cerró el libro, después de salir el polvo, sus ojos traspasando el vidrio de sus lentes me miraban y, con su voz, casi exclamando dijo: “Yo no puedo negar el contexto de mi país, por eso me agarro a investigar”.
 
Creció en compañía de sus abuelos, involucrado entre letras e hilos, sí, porque su abuelo era telegrafista y su abuela, por horas y días, tejía, y como lo que nos acoge siendo infantes quiere quedarse con nosotros para siempre, es inevitable no ver los hilos y las letras en sus creaciones. Si bien sus pensares artísticos parten desde un referente familiar, la inspiración social es la que lo vincula tanto con su quehacer que partir de la realidad de su cotidianidad, es algo para él inevitable e inocultable. “Los temas en los que me baso más que todo son en el conflicto armado y la desaparición”, expresa el joven artista.
 
De esta manera continuaba enseñándome las cosas que hacía, sus pinturas, esculturas, performances y bitácoras, mientras comentábamos el por qué y el qué de las cosas. Cuando le pregunté cuál era su fortaleza y su casi no fortaleza me dijo que la primera era la investigación y la segunda, trabajar en equipo; ¡ah! y que otro de sus gustos es el de andar, como buen caminante, recorrer distintos espacios, viajar, conocer y elaborar cartografías.
 
Finalmente, cuando le cuestioné cómo definía el arte, me respondió tan concretamente como cuando le hice la primera pregunta: “El arte es interdisciplinariedad”. Y, sí, lo es y lo era, el aterrizaje de su imaginación lo demuestra; entre los tantos universos que me compartió hay uno en particular que transformó ideas y conceptos de los hilos y las letras, fue la obra del telégrafo: hilos amarrados de un extremo a otro, desde una máquina de escribir hasta una hoja de papel sujeta a la pared; letras colgadas entre los hilos a distancias cortas y lejanas; un telegrama que intentaba decir algo, con unas letras que nunca llegaron y un mensaje que nunca se supo. Ahí había historia, había arte; estaban la intención y el conflicto, estaban los desaparecidos, los ausentes; estaban sus abuelos y estaba él, David Felipe Ocampo Rúa.

Por Mariana Álvarez López

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