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“El arquitecto me dijo”, recuerda Vicente Fernández, “que la piscina, como yo la quería, me iba a costar más que la casa”. Lo cuenta recostado al pequeño techo que cubre el bar ubicado en el rosetón del instrumento. A sus espaldas se extiende el mástil hasta el clavijero y, frente a él, la caja de resonancia, que, seguro, es para Vicente cuerpo de instrumento y forma de mujer.
La piscina está a unos pasos de la casa, protegida por un muro con ventanas en forma de rueda de carreta. Si uno estira el cuello, puede verse no muy lejos el techo de la Arena VFG (V de Vicente, F de Fernández y G de Gómez), el ovni de 16 mil metros cuadrados bajo techo y 44 metros de altura que Vicente hizo aterrizar con muchos pesos mexicanos y no menos ganas de tener en casa un escenario para música, deportes, teatro, shows en el hielo, exhibiciones de charrería y convenciones.
La arena tiene 3.500 parqueaderos y la puede ubicar sin dificultad cualquiera que gaste cinco minutos de su tiempo tras la llegada al aeropuerto de Guadalajara. El 28 de octubre los integrantes de Oasis confirmaron que gastarán esos minutos y un poco más para presentarse en ‘Chentelandia’.
Vicente se resguarda en su rancho de un público que le manifiesta a cada paso amores de esos que a veces no respetan la tranquilidad de los ídolos como él. Lo construyó aquí porque vive en su ley, y la suya es la ley del hombre de campo, del charro y del vaquero. “Viví en México (el D.F.) algunos años, pero mi sitio es este. Cuando voy a la capital me lloran los ojos… ¡cómo voy a cambiar este aire puro por el de la ciudad!”.
Forrado en rojo, y con unas botas que le mandó un admirador y en las que está repujado su rostro, Vicente abre las puertas de un corral donde guarda sus perros consentidos, sus gallos y gallinas, un pavo real que baja las plumas cuando lo siente cerca y conejos tan grandes como las ganancias del amo.
En una época en que las ventas mortifican y languidecen frente a los guarismos de la piratería y las descargas de internet, Chente reconoce con orgullo que su nuevo álbum es disco de diamante en México, que pasa del medio millón en el mercado latino de los Estados Unidos y que el país latinoamericano que más compra sus discos es Colombia. Será porque Colombia, de corazón, queda en México.
En Los 3 potrillos, como se llama este rancho que le recuerda a Vicente lo mucho que quiere a sus hijos Alejandro, Vicente Jr. y Gerardo, el Charro de Huentitán (nació en Huentitán, en 1940), pasa la mayor parte del año y de su tiempo libre. Algo le queda para el asueto, al menos si se tiene en cuenta que graba un disco en apenas siete horas (los Beatles grabaron su primer disco, Please please me, en 14 horas y aún son un récord de agilidad en el mundo del pop).
La casa es un homenaje al estilo de vida del vaquero mexicano, con pieles de res convertidas en muebles y tapetes, y óleos que presentan al señor de casa en todas las poses imaginables que pueda un hombre adoptar sobre un caballo. Y los huevos de Vicente Fernández. Están repartidos en varios muebles especialmente diseñados para cuidar del polvo (¡huevos protegidos del polvo!) una de sus pasiones íntimas: huevos de todas las aves, desde las de simple corral hasta las grandes avestruces, a los que Vicente saca el contenido por un agujero diminuto, los cubre luego con barniz y finalmente les dibuja en la cáscara el rostro de los ídolos de la canción, de sus caballos preferidos y de otros motivos relativos a la charrería. Vicente, huelga decirlo, tiene los huevos muy bien puestos.
En algún momento de su trabajo con los huevos, Vicente descubrió algo que le facilita mucho la vocación de artista, no de la canción sino de la plástica: el computador. Le sirve, como a usted y a mí, para organizar asuntos, escribir documentos, recibir correos y organizar las finanzas, pero también para algo inimaginable en él.
Vicente retoca fotos famosas y elimina de ellas las cabezas originales para reemplazarlas por las suyas y las de la gente que quiere. Así, tiene fotos junto a John Wayne, Frank Sinatra y Ronald Reagan, y sus hijos y nietos pueden aparecer posando frente a una decimonónica casa vaquera o abrazándose con Javier Solís y Pedro Infante. Colecciona cientos de estos fotomontajes que, dicha sea la verdad, están hechos con una dedicación que uno, prejuicioso que es, no esperaría encontrar en un hombre con tantos huevos.
Desde su rancho, Vicente maneja un negocio que puede incluso ser más rentable que la música, porque tiene alrededor de 400 caballos, muchos de ellos sementales certificados por la prestigiosa American Quarter Horse Asociation, la voz más confiable en materia de registrar y preservar los caballos cuarto de milla.
Si quiere usted comprar un animal de Vicente, pásese por el rancho de lunes a sábado entre las 10 de la mañana y las 5 de la tarde y, si el horario no le cuadra, llame, haga una cita y lo atienden cuando diga. Si lo que busca es cruzar una yegua con los sementales de Los 3 potrillos, usted está ‘davivienda’, porque ninguna plata del mundo convence a Vicente de permitirlo. Algunas yeguas están a la venta: ninguno de sus machos. No insista.
Esta ‘disneylandia’ tapatía de la charrería no estaría completa sin un restaurante y una tienda, que funcionan muy cerca de la entrada del rancho. Con todo lo encantador que pueda ser comer en un restaurante de Vicente y su familia, nada supera la experiencia de la que él llama “la tienda vaquera más grande del mundo”, en la que las estrellas son las botas. Hay 200 referencias, de las cuales se venden 300 por semana, las unas fabricadas con carnes de armadillo o manta raya o cocodrilo, o una muy decorosa dice la vendedora imitación anguila. Las tienen de todos los precios, pero no se consigue una verdaderamente fina por menos de $200.000 y hay que llevar $700.000 para comprar la que esté de moda.
Rancho, arena, criadero, restaurante y tienda. Vicente es el gallo más fino de este rincón de macho donde se entra sólo por invitación. Atiende la figura ranchera más importante de México y del mundo. Un tipo grueso con voz descomunal y una nobleza de la que dan fe todos aquellos que han tenido el privilegio de sentarse a almorzar con él un par de horas. Es lo que sigue después de la visita guiada.
“Cuca, vennnnnn”, le grita a su esposa, María del Refugio Abarca Villaseñor, con la que comparte lecho, techo y caballos desde el 27 de diciembre de 1963. Dejemos ahí, que la invitación periodística era a conocer el rancho, pero enorme falta de cortesía sería revelar lo que pasó en el almuerzo con María del Refugio en el refugio de un charro tan serio.