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Un instante con Brigitte Bardot

El Espectador publica algunas de las fotografías que forman parte de la muestra ‘Los años despreocupados’,en París, que recorre los 75  de la diva del cine francés.

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Angélica Gallón Salazar
08 de noviembre de 2009 - 02:00 a. m.
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Su destino estuvo marcado desde el día en el que Anne-Marie Mucel, una amante desenfrenada del ballet y la moda, y Louis Bardot, un químico conservador la bautizaron Brigitte Bardot, como conjurando que con ese nombre cualquier niñita podría comerse el mundo.

Sólo hicieron falta 13 años para que su garbo, “su genio” —como dicen algunos— doblegara al mundo. Tras una foto publicada en una revista local, el magazín Elle la llamó el año siguiente para que apareciera en su portada. La única condición puesta por su madre fue que en lugar de su nombre, la pequeña de tan sólo 14 fuera protegida con las iniciales B.B. Y entonces, con estas dos letras nacía las redondeces de un mito que incluso hoy, cuando los años 50 están lejos y Bardot ya cumple 75, hace que miles de personas se agolpen para ver sus imágenes en la exposición Los años despreocupados, que inunda la localidad de Boulogne-Billancourt, en los suburbios de París.

Muchos de los que trabajaron con ella en películas como Y Dios creó a la mujer (1956) o El desprecio (1963) —muchos, seguro, después de disfrutar de su sexualidad libre y convertirse en sus amantes— aseguraron que “ella no actuaba, que ella simplemente existía”, y después de ver las ciento de imágenes de esta exposición, después de observar su niñez, sus atrevimientos, sus pezones insinuados por una toalla que apenas los cubre, no queda más que admitir eso mismo, esa extraordinaria existencia.

“La primera vez que oí hablar de Brigitte Bardot fue en una iglesia donde el cura decía que no fueran a ver sus películas porque ella era la encarnación del pecado. Había sido escogida por el Vaticano para personificar la lujuria. En el 58, para los muchachos de mi generación era la fruta prohibida, el pecado total. Nos tocaba esperar a cumplir 18 años para verla en cine, así uno la viera en revistas”, recuerda Henry-Jean Servat, el curador de esta muestra, íntimo amigo de la actriz y quien se encargó de escoger con ojos juiciosos las imágenes más emblemáticas de una mujer que incluso encarnó el ícono francés de Marianne por iniciativa del propio Charles De Gaulle y que junto a Marilyn Monroe es la más retratada de la historia.

Estas fotografías que El Espectador publica hoy, y que toman parte en esa selección, son la oportunidad para viajar a través de la carrera de esta actriz, quien confesaba que “en el amor, la única victoria es escapar”, que fue el epítome de la inmoralidad de la juventud francesa de los 50 y que con su naturalidad para enseñarles a las mujeres lo que era el deseo se convirtió en la musa inspiradora del ensayo El síndrome de Lolita, de Simone de Beauvoir. Fue justamente la escritora quien inmortalizó una frase que Bardot amaría para siempre: “Una mujer libre es justo lo contrario de una mujer fácil”.

“Esta es la primera vez que se le hace homenaje a ella, a una estrella de este nivel. Ella no quería, estaba a la defensiva, no le gusta que hablen de ella, ya el cine no es lo suyo, pero cuando ya le explicamos de qué se trataba ella me autorizó y me dejo escoger fotos. No sé cómo va a tomar la muestra porque son 75 años de vida que le saltarán a los ojos, al corazón y a las tripas”, confiesa Servat, uno de los pocos amigos que mantiene algún contacto con la diva después de que en 1973 decidiera ausentarse del mundo y volcar toda su fortuna a la protección de animales enfermos y desprotegidos.

“Nunca me interesé demasiado en la vida”, dijo recientemente Brigitte a una radio francesa a raíz de la exposición desde su casa en Saint-Tropez, en donde viven más de 1.000 animales. “Si no hubiera tenido los animales para cuidarlos, creo que rápidamente hubiera parado de disfrutar mis días, como Marilyn o como Romy Schneider”, concluyó. La pesadumbre en realidad sólo se ha aguzado con los años —desde sus 18 años el suicidio ha estado en su agenda—, pero quizás es esa actitud ante la vida la que termina por elevarla del suelo y llevarla a un imaginario colectivo que la mantiene como  mito.

Por Angélica Gallón Salazar

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