Desde el gobierno de Gaviria, Juan Camilo ha ocupado las primeras planas de periódicos y noticieros. Como político es claro; como administrador de la cosa pública, transparente. El país confía en él. Su carrera política ha estado marcada por el agua. Cuando fue ministro de Minas y Energía, el agua de embalses tocaba fondo y rondaba el apagón.
Hoy el agua desborda lechos, inunda valles y sabanas, arruina vías, “encuneta el TLC”. El origen de la tragedia es el mismo: calentamiento global —tan de moda— y deforestación de cuencas —350.000 hectáreas al año—. Las lluvias sacaron a flote el gigantesco problema ambiental. Buena parte de la deforestación está asociada a la ganadería extensiva, tema que desvela al ministro. Lo ha dicho en todos los tonos: el 35% de la tierra abierta está dedicado a la gran ganadería y menos del 5% a la agricultura. Reducir el área de pastos a favor de la de cultivos es uno de los retos que obsesionan a Restrepo. Porque decir ganadería extensiva es decir latifundio, poder político y hoy, también, narcotráfico.
El ideal sería reducir esa gran superficie trabajada a medias a la mitad, unos 20 millones de hectáreas. Un proyecto que se podría llamar reducción de la frontera agrícola hacia adentro. “Deberíamos volver a ser un país productor de maíz”: el 90% del maíz lo importamos y mucho se usa para hacer concentrados que engordan vacas. ¿Por qué no cultivar el grano donde hoy hay rastrojo, en vez de importarlo? Un hueso duro de roer; mejor una trocha minada.
El ministro tiene fe en las medidas que el Gobierno adopte: créditos blandos para agricultores y actualización del catastro buscando ajustarlo a los valores comerciales de los predios. Una manera indirecta de castigar la baja productividad de los terratenientes. La Ley de Desarrollo Rural —anuncia— retomará la bandera de la Ley 200 del 36, que autoriza la expropiación de predios ineficientemente explotados. Una palabra pesada que quedará retumbando en el campo.
Juan Camilo no es hombre de estridencias. Se jugó su prestigio político cuando siendo ministro de Hacienda de Pastrana puso en marcha un severo Plan de Ajuste —austeridad fiscal, corrección de la política de revaluación del peso, liquidación de la Caja Agraria—. Sabe que del dicho al hecho pasa mucha agua bajo los puentes. Pero no está dispuesto a encunetarse ni a echar reversa. Lo está mostrando en Montes de María, donde mucha tierra —mucha— fue desocupada a bayonetazo limpio o negociada ilegalmente por tratarse de predios excluidos del mercado.
Hay un equipo de fiscales valientes encargados de poner en limpio toda la porquería que se hizo en los ocho últimos años. “Aplicaremos La ley de Víctimas y Restitución de Tierras a rajatabla”. Sabe que la ley no es inocua, razón por la cual tiene poderosos enemigos: aquellos que descalifican al Gobierno alegando en los clubes que los desplazados de los semáforos en 10 años terminarán siendo absorbidos por las ciudades; los que tienen las armas listas para impedir el regreso de los despojados a sus tierras y que ya han costado una docena de muertos y, por fin, los que muestran títulos firmados por debajo de las mesas. “Todo aquel que haya adquirido títulos de manera fraudulenta —dice— será investigado y castigado, llámese como se llame la empresa o el personaje”. ¿Incluye los predios en el Parque Tayrona? —le pregunto—. “Todos, queden donde queden”, responde con seguridad. “Porque —agrega— los despojados no fueron sólo las 380.000 familias de los semáforos, fue la nación entera: 600.000 hectáreas, mal contadas, fueron robadas al Fondo Nacional Agrario. Hubo una feria de adjudicaciones de tierras públicas”.
Las reformas a la estructura agraria no traerán la paz, pero por ese meridiano pasa el arreglo. No somos pretenciosos: en cuatro años no se van a resolver problemas que llevan 200. La sopa de la paz necesita también otros ingredientes. Respuesta que me hace preguntarle, en la puerta del ascensor del Ministerio de Agricultura —al que Juan Camilo Restrepo le agregó el apellido: y Desarrollo Rural—, si tiene el ojo puesto en una candidatura presidencial. Sonríe y remata: “Tengo demasiados dolores de cabeza para sumar otro”.