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Una pasión desesperada

Cuando Giacomo Puccini trabajaba en Manon Lescaut, su tercera ópera, era apreciado como una joven promesa de la lírica italiana y, en consecuencia, aún tenía pendiente la tarea de componer una obra que mostrara esa vigorosa voz interior adivinada por los devotos que habían depositado su fe en él.

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Luis Carlos Aljure
05 de marzo de 2016 - 03:35 a. m.
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Una voz que se asomó por momentos en “Le Villi” y “Edgar”, sus dos primeras óperas, aunque en ellas no alcanzó a volar libremente con las alas enteramente desplegadas. La partitura de “Manon Lescaut” fue crucial en la carrera de Puccini. Con ella apareció la madurez creativa, obtuvo un resonante triunfo, escapó de sus penurias económicas, se ganó la libertad artística y dibujó sobre su figura la aureola de heredero de Giuseppe Verdi, que en la última década del siglo XIX llegaba al final de una trayectoria prodigiosa.

Tardó más de tres años en componer Manon Lescaut, incluido el tiempo que se necesitó para terminar el libreto, en cuyo conflictivo proceso de redacción participaron siete personas, contando al propio compositor. Puccini estaba convencido de que su anterior fracaso de Edgar en La Scala de Milán se debía a la mala calidad de los versos y a la fragilidad de la historia. Por eso le había advertido al editor Giulio Ricordi que en esta ocasión se involucraría “en la hechura del libreto”, y cumplió la palabra acremente, no sólo en esta ópera sino en las demás que compuso a lo largo de su vida.

Cuando en 1889 el compositor se interesó seriamente en la historia de Manon Lescaut, drama escrito en el siglo XVIII por el abate Prévost, sus amigos trataron de disuadirlo y señalarle el error porque les parecía inconveniente basar una ópera en el mismo personaje sobre el cual Jules Massenet había compuesto ya en 1884 una ópera vigente y muy popular. Puccini no se amedrentó: “Massenet la siente como un francés, con polvos de tocador y minués; yo la sentiré como un italiano, con pasión desesperada”.

El punto final a la partitura se lo puso en octubre de 1892, y en enero de 1893 viajó a Turín con el fin de supervisar los ensayos previos al estreno.

En una época en que la música de Wagner ejercía enorme influencia, la Manon Lescaut de Puccini no resultó ilesa. Como lo han notado algunos analistas, el aliento sinfónico de la obra y el recurso de los “leitmotiv” delatan el influjo del compositor alemán. A manera de ejemplo, la heroína está asociada a un importante leitmotiv que introduce el propio personaje en su primera intervención cuando canta “Manon Lescaut mi chiamo” (“Manon Lescaut me llamo”). Y ese mismo motivo, entre sus numerosas reapariciones, podrá oírse inmediatamente después durante la famosa aria de Des Grieux, Donna non vidi mai (Mujer similar a esta nunca antes vi) en la que se declara enamorado de Manon. Así mismo, el famoso e intenso “intermezzo” orquestal que precede al acto III retoma varios motivos que han figurado en los dos primeros actos de la ópera.

De acuerdo con Mosco Carner, “Manon Lescaut” es la ópera de Puccini “más rica en cuanto a pura inventiva musical”. Hay en ella una profusión de melodías en las que está presente el temperamento a la vez apasionado, lírico y melancólico del compositor.

Por Luis Carlos Aljure

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