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Astor Piazzolla, la resurrección del ángel

A 100 años de su natalicio, conmemorados el día de hoy, el mundo entero recuerda al músico que le dio la espalda al tradicionalismo y que, desde su propia orilla, la del tango, dejó una serie de lecciones imposibles de obviar para la música en general.

Jaime Andrés Monsalve B.*
11 de marzo de 2021 - 02:00 a. m.
Astor Piazzolla dijo: “La parte del pueblo que me sigue es el pueblo que piensa, porque mi música es para pensar, porque no es fácil de digerir”.
Astor Piazzolla dijo: “La parte del pueblo que me sigue es el pueblo que piensa, porque mi música es para pensar, porque no es fácil de digerir”.
Foto: Pangaea Records

Que hoy, cien años después y a casi 5.000 kilómetros de distancia de su natal Mar del Plata, estemos celebrando el natalicio de un pequeño destinado a convertirse en una figura cimera del desarrollo del tango argentino significa que el personaje de marras está mucho más allá de eso. Y es que a partir de su porfía por hacer del sonido porteño un dechado de evolución inédito, trepidante y conmovedor, Astor Pantaleón Piazzolla Manetti estaba en realidad dándoles un vuelco a las tradiciones populares del mundo entero.

* Le recomendamos: “Piazzolla, los años del tiburón”: la cresta de la ola.

Seguramente el tango se hubiera quedado durmiendo el sueño de los justos en un ambiente de museo, de no haber sido por los elementos vanguardistas y revolucionarios incorporados en su lenguaje por Piazzolla a través de cincuenta años de creación tozuda y personalísima; de eso qué duda cabe.

Pero lo que en realidad convoca por estos días a millones de personas en el mundo alrededor del compositor y bandoneonista argentino es la certidumbre, un poco menos recurrida que su bien ganado lugar en el 2x4, de que esas mismas enseñanzas afectaron dramáticamente y en sentido positivo a todas las manifestaciones de la música folclórica y de raíz en el mundo: el klezmer judío, la musette francesa, el fado portugués y hasta el propio jazz y la música sinfónica basada en elementos nacionalistas.

No hay que ser adivino para intuir que cualquiera de nuestros músicos académicos dedicados a la interpretación de bambucos, pasillos o guabinas, sin ir más lejos, citará a Astor Piazzolla entre los primeros nombres de la lista cuando se le haya preguntado por sus influencias sonoras.

Y todo nació, como muchas de las revoluciones ejercidas por Piazzolla, por una bronca: la que llegó a sentir en determinado momento por el tango en que se crió.

El contraste que significó en su vida anteponer el trepidante jazz y el matemático Bach al rezongo tristón de ese instrumento que le compró su padre Vicente, el legendario Nono al que en su muerte dedicara esa maravillosa elegía titulada Adiós, Nonino, le significó pelearse muchas veces con una música que, en ese entonces, no lo interpelaba, menos aun habiéndose criado en Nueva York, donde vivió su infancia.

* Recordar: De Piazzolla a Piazzolla, un homenaje de sangre.

Luego vendría su oportunidad dentro del grupo de bandoneones del eterno Aníbal Troilo, cuando apenas frisaba los 18 años. El trabajar desde temprano en la institución más grande que tuvo el tango no fue suficiente frente al implacable borrador que Pichuco Troilo guardaba en el bolsillo para eliminar del papel lo más arriesgado de los arreglos que le encargaba.

Estaba visto que la única manera de hacer alarde de tanta proyección sería siendo solista, pero tal vez ya era tarde: a sus 25 había decidido enfundar del todo el bandoneón para convertirse en músico clásico, primero como alumno del eterno Alberto Ginastera y luego como becario en París con Nadia Boulanger, la más grande pedagoga musical de la historia.

Fue Boulanger quien lo volvió a encaminar después de confrontarlo con su yo tanguero. “Ese es el Piazzolla que me interesa: no lo abandone nunca”, le dijo, agarrándole ambas manos después de oírlo tocar al piano su tango Triunfal, una tarde de mediados de 1955.

Desde ese momento, cada una de las revoluciones asumidas por el genio tuvieron al tango como vehículo unívoco de comunicación, ya fuera en formato de solista hasta el de bandoneón y orquesta, pasando por sus célebres formaciones de cámara (el Octeto Buenos Aires, el Quinteto, el Conjunto 9, el Octeto Electrónico y el Sexteto), cada una de las cuales permitió no solo que el tango pasara del arrabal a las salas de concierto, sino básicamente que sobreviviera y trascendiera, que no es poco.

Cada quien estará celebrando hoy a su propio Piazzolla: el compositor de más de 400 piezas, el batallador que a veces reforzaba los argumentos a puñetazos, el personalísimo director de ensamble, el virtuoso del bandoneón, el creador de prácticas nunca antes dispuestas en las músicas populares o el amigo explosivo al que se le iba la mano con las bromas.

Todos ellos regresan a la mente hoy, día de su centenario, de la misma manera que sus grandes composiciones, como Adiós, Nonino, Balada para un loco, Libertango, las cuatro piezas dedicadas a las estaciones porteñas, Escualo, Milonga del ángel, La muerte del ángel, Resurrección del ángel y algunas otras que desde un principio advertían, desde el nombre mismo, aquello que estaba por pasar con su música: Lo que vendrá, Prepárense, Se armó.

Pero hoy es un día para celebrar también a quienes garantizaron a su lado la concreción del sueño. A Horacio Ferrer, su adlátere en poesía; a Amelita Baltar, musa y cantante; a las decenas de solistas que siempre lo defendieron: Antonio Agri, Hugo Baralis, Szymsia Bajour, Elvino Vardaro y Fernando Suárez Paz en violín; Jaime Gosis, Osvaldo Manzi, Osvaldo Tarantino, Pablo Ziegler y Gerardo Gandini en piano; Kicho Díaz y Héctor Console en contrabajo; José Bragato en violonchelo, Oscar López Ruiz y Horacio Malvicino en guitarra eléctrica. Ellos y tantos más que no cabrían en estas líneas están hoy también en la cabeza y en el corazón de cada piazzolleano del mundo.

La parte del pueblo que me sigue es el pueblo que piensa, porque mi música es para pensar, porque no es fácil de digerir. No se capta muy fácilmente, yo lo sé, pero es la única música que puedo escribir”, dijo Astor Piazzolla a la revista Cromos en 1980.

Hoy, pasada tanta agua desde aquel 11 de marzo de 1921, esas palabras podrían rebatirse más fácilmente de lo que se piensa. Porque es probable que el futuro al que apelaba el genio como único escenario posible para su música haya llegado.

*Jefe musical de Radio Nacional de Colombia y autor del libro “Astor Piazzolla, tango del ángel, tango diablo (Panamericana, 2009)”.

Por Jaime Andrés Monsalve B.*

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Alberto(3788)12 de marzo de 2021 - 12:26 a. m.
Muy buena, Jaime Andrés Monsalve, ¡Gracias!
Nelson(11961)11 de marzo de 2021 - 06:15 p. m.
Invierno porteño... Espíritu, clima, ritmo y melancolía muy propia de Buenos Aires.
Mauricio(76667)11 de marzo de 2021 - 06:40 a. m.
Habrá que homenajear la memoria de Piazzolla hoy escuchándolo todo el día. Sé que nombrar todas las obras es imposible pero “María de Buenos Aires” en mi opinion es una de esas obras que rompen el molde y muestran mucho la identidad del tango con la tragedia.
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