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Barack Obama y Bruce Springsteen, charla de “Renegados”

Fragmento del libro “Renegados”, sobre vida y música, testimonio de amigos entre el expresidente de los Estados Unidos y su ídolo.

ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR *
02 de enero de 2022 - 02:00 a. m.
Bruce Springsteen y Barack Obama grabando un pódcast de Spotify, en Nueva Jersey, en casa del músico. En el medio la portada del libro de ambos en español.
Bruce Springsteen y Barack Obama grabando un pódcast de Spotify, en Nueva Jersey, en casa del músico. En el medio la portada del libro de ambos en español.
Foto: AP y carátula del sello Debate

Bruce Springsteen: Yo te venía observando desde que eras senador. Me salías en la pantalla y pensaba: “Sí, ese es el idioma que quiero hablar, que intento hablar”. Sentía que coincidía interior y profundamente con tu visión del país. (Más: Vea el tráiler del documental sobre Bruce Springsteen).

Barack Obama: Era como si estuviésemos luchando por lo mismo. Cada uno en su medio y de formas diferentes. Así que, cuando hablas de conectar esos dos lugares: “Aquí es donde quiero que esté el país y aquí es donde está”, tengo que tener los pies donde de verdad se halla. Pero quiero impulsar y empujar a la gente hacia donde podría estar. (Recomendamos: Lea un capítulo de la autobiografía de Barack Obama).

B. S.: Sí, en nuestra pequeña esquina, con lo que hacemos, estamos trabajando en el mismo edificio.

B. O.: Es exactamente así. Y hemos tenido varias de esas interacciones a lo largo de estos años: actuaste en el concierto inaugural, visitaste la Casa Blanca, yo me postulé para las reelecciones, y volviste a hacer otras cosas.

B. S.: Tuvimos una o dos cenas agradables.

B. O.: Tuvimos una estupenda cena en la Casa Blanca en la que cantamos…

B. S.: Yo toqué el piano y tú cantaste.

B. O.: Bueno, de eso no sé. Pero todos cantamos algunos temas de Broadway. Y de la Motown. Y algunos clásicos.

B. S.: Cierto.

B. O.: Y hubo libaciones de por medio. Y me dije: “Bueno, no es tan tímido como pensaba, solo tiene que relajarse un poco”.

B. S.: No sé si diría que esto es cierto para la mayoría de la gente de mi oficio, pero la timidez no es inusual. Si no fueras callado, no habrías buscado tan desesperadamente una manera de hablar. La razón por la que has perseguido con tanta urgencia tu trabajo, tu lenguaje y tu voz es porque no has tenido ninguna. Y, una vez que te das cuenta de eso, de alguna manera sientes el dolor de no tener voz.

B. O.: Entonces la actuación se convierte en el instrumento, el mecanismo…

B. S.: Se convierte en el mecanismo a través del cual expresas la totalidad de tu vida, toda tu filosofía y código de vida; así fue como sucedió conmigo. Y, antes de eso, me sentía bastante invisible, y había mucho dolor en esa invisibilidad.

B. O.: ¿Ves?, por cosas como las que acabas de decir ahora fue por lo que nos hicimos amigos. Porque después de algunos tragos, y quizá entre canciones, tú decías algo como eso y yo decía: “Ah, lo que dice tiene sentido”. Esas son aguas profundas. Y creo que simplemente comenzamos a confiar el uno en el otro y a tener ese tipo de conversaciones con regularidad, y cuando me fui de la Casa Blanca tuvimos la oportunidad de pasar más tiempo juntos. Y resulta que congeniamos muy bien.

B. S.: La verdad es que contigo me sentía como en casa.

B. O.: Y lo otro que pasó fue que Michelle y Patti congeniaron. Y Michelle estaba muy complacida con tus ideas sobre tus defectos como hombre. Después de irnos de una cena o de una fiesta o de alguna charla, me decía: “¿Ves cómo Bruce entiende sus faltas y ha aprendido a lidiar con ellas…?”.

B. S.: ¡Ja! Lo siento por eso.

B. O.: “… de una manera en que tú no? Deberías pasar más tiempo con Bruce. Porque él ha hecho el esfuerzo”. Así que también tenía un poco la impresión de que necesitaba entrenamiento para ser un marido adecuado.

B. S.: Ha sido un placer para mí.

B. O.: Trataba de explicarle: “Mira, me lleva diez años. Ya ha pasado por algunas de estas cosas. Yo aún estoy en modo de entrenamiento”. Pero a pesar del hecho de que venimos de lugares muy diferentes y de que obviamente hemos tenido trayectorias profesionales distintas, los problemas con los que tú has luchado han sido los mismos con los que he luchado yo. Las mismas alegrías y las mismas dudas. Hay mucho que coincide.

B. S.: Bueno, lo político viene de lo personal.

B. O.: El músico busca una forma de canalizar el dolor y lidiar con él, con los demonios y las preguntas personales; es también lo que hace el político al entrar en la vida pública.

B. S.: Pero tienes que tener dos cosas a tu favor, que son muy difíciles. Una, tienes que tener el egotismo…

B. O.: La megalomanía…

B. S.: La megalomanía de creer que tienes una voz digna de ser escuchada por el mundo entero. Pero, por otro lado, tienes que sentir una tremenda empatía por los demás.

B. O.: Es un truco difícil de lograr. Empiezas con el ego, pero luego, en algún momento, te conviertes en un recipiente de los sueños y esperanzas de la gente. Te conviertes simplemente en un conducto. Hoy estamos conversando después de haber pronunciado las palabras de duelo por mi amigo John Lewis, uno de los gigantes del movimiento por los derechos civiles y alguien que quizá fue tan responsable como cualquiera de hacer que Estados Unidos sea un lugar mejor, más libre y más generoso, y que nuestra democracia viva acorde con su promesa. Cuando conocí a John él había ido a hablar a Harvard, donde yo estudiaba en la Facultad de Derecho. Tras su presentación, me acerqué a él y le dije: “Usted es uno de mis héroes. Usted me ayudó a tener una idea de, al menos, quién quería ser en este lugar inmenso, complicado, conflictivo, multirracial, multiétnico y multirreligioso llamado Estados Unidos”. Porque cuando me metí en política no pensaba en ser presidente. Fue un recorrido. ¿Cómo reconcilio todas las partes diferentes que hay en mí? ¿De qué modo encajo?

B. S.: Llegar de esa forma es llegar como un outsider

B. O.: Esto va a ser interesante, porque voy a tener que descubrir por qué tú pensabas que eras un outsider. Sé los motivos por los que yo lo era. Pero un buen chico de Jersey no tiene por qué ser un outsider. ¿Sabes a qué me refiero?

B. S.: ¡No creo que sea algo que uno elija! Creo que es algo innato. Tuve una crianza muy muy rara, ¿sabes? Crecí en un pueblo pequeño, muy provinciano. El gran pueblo de Freehold, Nueva Jersey.

B. O.: ¿Población?

B. S.: Unas diez mil personas. De ellas, mil seiscientas trabajaban en la fábrica de alfombras de Karagheusian, mi padre también. Mi madre era el sostén de la familia. Mi padre trabajaba cuando podía, pero estaba bastante enfermo mentalmente. Desde joven sufría de esquizofrenia, cosa que en aquel tiempo no comprendíamos, y dificultaba mucho la vida en la casa y le impedía mantener un trabajo fijo. Así que nuestra casa era diferente a las demás, diría yo.

B. O.: En la superficie, mi infancia parece completamente diferente.

B. S.: Cierto.

B. O.: Nací en Hawái… Hawái está muy lejos de Freehold, Nueva Jersey.

B. S.: ¡Está lejos de todas partes!

B. O.: Sí, en medio del Pacífico. Y soy producto de una mujer de Kansas, adolescente cuando me tuvo y alumna universitaria cuando conoció a mi padre, un estudiante africano de la Universidad de Hawái. Mis abuelos, por otra parte, son básicamente escoceses-irlandeses. Y los irlandeses fueron outsiders durante mucho tiempo.

B. S.: Sí. Mis abuelos eran irlandeses de la vieja escuela. Y eran muy provincianos, gente de campo bastante retrógrada. Todos vivíamos en la misma casa: mis padres, mis abuelos y yo.

B. O.: ¿Tus abuelos por parte de madre o de padre?

B. S.: Mis abuelos por parte de padre. Me crió la parte irlandesa de mi familia, y eran tan excéntricos como pueden serlo los irlandeses estadounidenses. Y desde muy pequeño me inculcaron ser diferente a los demás.

* Se publica con autorización de Random House Grupo Editorial, sello Debate.

Por ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR *

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