El Cuarteto Castalian y la disolución del tiempo ordinario

Reseña sobre la presentación ofrecida por el Cuarteto Castalian (Reino Unido) en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El colectivo también visitó Quibdó, Montería y Sincelejo.

Luis Fernando Valencia*
09 de septiembre de 2018 - 10:29 p. m.
El Cuarteto Castalian, de Inglaterra, incluyó en su recital en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango obras de Haydn, Fauré, y Ravel.  / Gabriel Rojas © Banco de la República
El Cuarteto Castalian, de Inglaterra, incluyó en su recital en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango obras de Haydn, Fauré, y Ravel. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Terminado el concierto, me encontré en un ascensor con un asistente quien, en acento extranjero, comentó emocionado sobre el maravilloso cuarteto de cuerdas que acabábamos de escuchar, y sobre la duración del concierto, tema que al parecer era obvio y digno de comentar. La agrupación era el Cuarteto Castalian, que ofreció un recital con obras de Haydn, Fauré, y Ravel en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. Al escuchar a mi interlocutor, me percaté de que en efecto habían pasado casi dos horas desde el inicio del concierto, lo cual me asombró, porque nada en mi experiencia de aquella mañana me había hecho pensar siquiera un instante en el tiempo transcurrido. Vino a mi mente de inmediato lo relativa que resulta ser la temporalidad en la experiencia humana y cómo la música suele poner en evidencia dicha relatividad. Me pregunté sobre las razones por las que el concierto había logrado distorsionar mi experiencia ordinaria del tiempo.

El ambiente de aquella mañana me había parecido un tanto diferente al esperado para este tipo de conciertos. Si bien, se podía advertir la actitud ceremonial usual en estos eventos, se percibía igualmente un tenue bullicio dominguero; una mayor relajación, como de mañana de ocio creativo. Los fervorosos aplausos que estallaron terminado el primer movimiento del cuarteto de Haydn que abrió el concierto, de alguna manera corroboraron el aura de mayor informalidad, que revelaba un desconocimiento de los códigos. ¡Pero por qué no aplaudir luego de aquella cadencia cargada de teatralidad, magnanimidad, y contundencia! Y aunque el emocionado aplauso pudo ocasionar algo de molestia a algún dogmático, personalmente recibí con gozo aquel ambiente enrarecido. Y es que yo mismo, sin saber muy bien por qué, asistía al concierto en un modo diferente al habitual. Casualmente, había decidido no tomar notas durante el concierto, cosa que acostumbro hacer cuando voy en rol de reseñador. Quizás el aire de domingo, el leve pero peculiar bullicio, me habían inducido a entrar en otro modo de escucha. Serendipia.

Mientras escuchaba la elegante interpretación de Haydn, cuyo cuarteto nos presentaba algo de la típica y flemática dramaturgia sonora de las óperas de aquel entonces, se me aguaban tenuemente los ojos. Me preguntaba por la razón del repentino sentimentalismo. Leía luego en las notas al programa que el hoy "clásico" Haydn había sido considerado un "romántico" en su época, y sonreía al recordar el episodio. Pero no convencía la razón estética. Además de Haydn y Castalian, el resonar de las hermosas cuerdas en la fabulosa acústica de la sala me había recordado un texto leído recientemente sobre cómo la estructura fundamental del cosmos que habitamos se puede entender, ¡tanto en la física cuántica como en la filosofía védica!, como un resonar de minúsculas cuerdas. Y que las formas que defectuosamente percibimos son producto de miríadas de combinaciones posibles de esas resonancias. La música de las cuerdas de Castalian se convertía, desde esa perspectiva, en tan solo una minúscula parte audible del innumerable resonar de cuerdas que constituye la gran sinfonía cósmica.

Regresaba de repente mi oído musicológico, enfocándome en la interpretación un tanto pesada del minueto con trío. Y en ese ir y venir, del pensamiento a la escena, se me ocurría entonces que un concierto es un contrapunto. Pero no solo de sonidos o líneas melódicas, como aquel que más tarde escucharíamos en Fauré en hipnótica interpretación de Castalian, elásticamente contrayéndose y estirándose, como si fuera la expresión de una emoción retorciéndose lentamente en las profundidades del corazón. Un concierto es un contrapunto en el que dialoga el ambiente exterior con el presente interior del que escucha, con sus miríadas de pensamientos, con su propio contrapunto interno de emociones y su historia de vida. Absorto en esta idea, miraba a los asistentes, preguntándome por la naturaleza de su experiencia, de su presente diálogo contrapuntístico con Castalian, la sala, y Fauré. Ravel aplacaría un poco la divagación. Castalian lograría envolverme en lo puramente sonoro, a través de los diversos colores con que hacían justicia al lenguaje cinemático y efectista de la pieza de Ravel. No sé cuánto duraría aquella película sonora; la inmersión acústica pareció haber detenido el tiempo.

Y así, en los ires y venires del contrapunto experiencial del oncierto, transcurrió el espacio temporal en el que Castalian nos deleitó con el vibrar de sus cuerdas; al punto que, minutos más tarde, en el ascensor en el que de a poco iniciaba mi retorno a la cotidianidad, me volvía la conciencia sobre nuestra particular partición del tiempo y, con ella, una sensación de extrañeza por la naturaleza de esa partición que me pareció de repente incomprensible y arbitraria. Esas cosas hace la música.

* Maestro en Música con énfasis en guitarra clásica de la Pontificia Universidad Javeriana. Egresado de la Maestría en teoría y composición de Temple University, Filadelfia; y de la Maestría y Doctorado en Musicología de la Universidad de Princeton, Princeton (Estados Unidos).

Por Luis Fernando Valencia*

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