Franz Schubert y Wilhem Müller, desde el esplendor del romanticismo

Se cree que fue en 1823, cuando Schubert (1797-1828) contrajo la sífilis, que leyó los poemas de “La bella molinera”, de Müller (1794-1828), y quedó tan impresionado con esos versos, que al día siguiente ya había compuesto tres de los más reconocidos lieder.

Federico Díaz-Granados
08 de enero de 2020 - 02:00 a. m.
Franz Schubert y Wilhem Müller.  / Cartagena Festival de Música
Franz Schubert y Wilhem Müller. / Cartagena Festival de Música

El romanticismo es, sin duda, uno de los períodos más fecundos de la historia universal, donde los artistas supieron interpretar desde sus diferentes disciplinas el espíritu de un momento y de ejercer una ciudadanía en favor de la libertad y del ser humano. Uno de los grandes asuntos del romanticismo es que el artista apela primero al sujeto que al objeto, y es por eso por lo que, en el corpus de los más famosos poemas, composiciones musicales, novelas y obras de arte que el sujeto, el artista, contempla el mundo como una proyección de sí mismo y solo a través de sus sueños, emociones e ideas puede alcanzar lo sublime desde la sensibilidad, lo trágico o lo grandioso. Siempre apelando a un estándar de la belleza como justificación suprema de todo. Por eso siempre el ser humano será el epicentro de este período contra las premisas de la razón y la objetividad.

De igual forma, cuando se exploran las diferentes anécdotas y postales de la vida cotidiana de esta etapa aparecen las relaciones de afecto y amistad entre los más destacados artistas del momento: pintores, poetas, músicos y novelistas hicieron de sus obras un canto heroico al espíritu y la sensibilidad de toda una época y momento. Si bien el arte es un asunto individual, y el romanticismo lo definió de una manera rotunda, también los encuentros, las tertulias y algunos proyectos conjuntos permitieron demostrar que la atmósfera, carácter y personalidad de una época sí permeaban el tono y los registros de cada artista con características más cercanas y comunes. Esto no fue ajeno a dos extraordinarios exponentes de su tiempo como el compositor Franz Schubert (1797-1828) y Wilhem Müller (1794-1828), quienes trabaron una amistad que trascendió las fronteras de lo afectivo para llegar al territorio de la creación artística.

Cuenta la crónica de la época que un día observaron a Schubert silencioso e introvertido. Esto era común no solo en los artistas románticos, sino en sus propios protagonistas y héroes de la ficción. Sin embargo, se le notaba más huraño que de costumbre. Joseph von Spaun, uno de sus más cercanos amigos, preguntó sobre qué le ocurría por esos días, a lo que Schubert respondió: “Pronto lo van a oír y lo comprenderán”. El gran compositor había entrado en una suerte de trance, en claro rapto poético de inspiración, donde la intuición y la sensibilidad se habían conmovido ante la lectura de la obra de Wilhem Müller. Parecía además un signo final de su atormentada vida, pero sin duda era el fervor del romanticismo alemán representado en la obra del poeta lo que le conmovía y emocionaba.

Se cree que fue en 1823, cuando Franz Schubert contrajo la sífilis, que leyó los poemas de La bella molinera, de Müller. Conoció estos versos en casa de su amigo Randhartiguer. Quedó tan impresionado con esos versos, que al día siguiente ya había compuesto tres de los más reconocidos lieder. El destino trágico del protagonista del poema, como el del héroe romántico por excelencia (pienso en el joven Werther, de Goethe) lo lleva a identificarse. Lo sublime del alma frente a la podredumbre del cuerpo. Pese a esto, a los amigos no les gustaron las composiciones por el contenido del poema, a lo que Schubert afirmó: “Pronto les gustará tanto como a mí”.

Wilhem Müller fue considerado en su momento como un poeta menor y la historiografía literaria alemana sigue dudando sobre su verdadero lugar en el canon de la poesía romántica. Sus primeros poemas aparecieron hacia 1816, en una antología de cantos patrióticos alemanes contra la invasión francesa y luego se dedicaría al estudio de la literatura griega, en especial de los poemas homéricos. Su poesía era considerada popular al lado de una alta poesía escrita por los considerados poetas mayores del romanticismo, como Johann Wolfgang von Goethe, Friedrich Hölderlin, Friedrich Schiller (autor de la Oda a la alegría, que musicalizaría Ludwig van Beethoven, y que para el movimiento final para coro, de su conocida Novena sinfonía en re menor, la incorpora), Novalis y Heinrich Heine.

Sin embargo, la fama universal que le darían las musicalizaciones de Schubert de Viaje de invierno, La bella molinera y El pastor en la roca le han permitido un reconocimiento mucho más justo y de múltiples lectores 200 años después. Precisamente la prestigiosa editorial española Acantilado ha publicado dos libros que reivindican la originalidad de su voz y la fuerza de sus temas y personajes: Viaje de invierno (poemas de Wihmem Müller) compilado y traducido por el escritor argentino Andrés Neuman (Premio Alfagura de Novela, 2009) y Viaje de invierno de Schubert: anatomía de una obsesión, de Ian Bostridge, reconocido cantante de ópera, historiador y escritor, quien se ha especializado en el mundo de Schubert y cuya versión de La bella molinera ganó el Premio Gramophone en 1996. Interpretará en el Cartagena XIV Festival de Música algunos de los poemas de Müller.

Así, La bella molinera es una saga que narra la historia que un joven, tipo héroe werteriano, que llega a un molino donde trabaja como aprendiz y se enamora de la hija del propietario. Desde su timidez y posición social inferior el joven le cuenta su amor al arroyo, luego se arroja a él y muere. Desde el fondo, antes de morir, canta una canción de cuna y le dice que “cuando un amor se pierde una estrella se enciende en el cielo”.

Y Viaje de invierno es el retrato del estado de angustia que vive el poeta ante la ausencia de la belleza. El invierno le ha robado los paisajes y los colores, y representa en sus versos el estado de angustia y de refugio en los asuntos más espirituales. El personaje se da cuenta de que ha llorado porque siente sus lágrimas congeladas en su rostro. El espíritu total del romanticismo está presente en esta obra, como en el poema Rigidez, donde se advierte esa obsesión por la búsqueda de la belleza y de pequeñas verdades en sencillos versos: en vano busco en la nieve / El rastro que dejaron sus pasos / Cuando ella caminaba de mi brazo / Por la verde campiña. / Quisiera besar el suelo, / Fundiendo el hielo y la nieve / Con mis ardientes lágrimas / Hasta que se vea la tierra. / ¿Dónde encontrar un retoño? / ¿Dónde hallaré hierba verde? / Las flores han muerto / La hierba está marchita. / ¿No habré de llevar conmigo / Un recuerdo de este lugar? /Cuando mi dolor se aplaque / ¿Quién de ella me hablará? / Mi corazón está como muerto, / Su imagen congelada dentro de él. / Si otra vez llega a enternecerse / Su imagen también se fundirá.

Que sea esta la oportunidad no solo de ratificar la grandeza de Franz Schubert, sino de conocer y asomarnos a la prodigiosa poesía de Wilhem Müller, y a través de ellos viajar por esos cuentos y leyendas populares que dieron cohesión e identidad a una nación en momentos en que las emociones regían el destino humano y en que el sueño y la noche eran el espacio exacto para la creación y las ideas de libertad.

Por Federico Díaz-Granados

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