Gustavo Gutiérrez, el poeta mayor del vallenato

Su obra musical, que ya supera las cien composiciones, ha marcado generaciones. Grandes leyendas del vallenato como Diomedes Díaz, El Binomio de Oro y Los Hermanos Zuleta grabaron algunas de sus canciones.

Estefanía Pardo Donado
14 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
Gustavo Gutiérrez Cabello estudió administración de empresas, pero siempre prefirió la  música. / Ilustración: Daniela Vargas
Gustavo Gutiérrez Cabello estudió administración de empresas, pero siempre prefirió la música. / Ilustración: Daniela Vargas

Aunque Gustavo Gutiérrez Cabello aprendió desde los 13 años a tocar guitarra y acordeón piano -con la convicción de que su vida estaba marcada por la música-, por las muchas vueltas que da la vida terminó estudiando administración de empresas.

Nació y creció en Valledupar, capital del Cesar, en una casa colonial cerca a la emblemática plaza Alfonso López, escenario mismo de la cultura vallenta. Y aunque en su hogar ese ritmo no era bienvenido, con los años se convertiría en la razón de su gloria y sus amores. Gutiérrez es ahora un ícono del vallenato romántico.

En 1969 ganó el premio a la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata con “Rumores de viejas voces” y 13 años después ganó nuevamente con “Paisaje del sol”.

Se inició como compositor por un desamor. A partir de ahí se dedicó a inmortalizar sus vivencias entre líricas y melodías vallenatas. “Mi canto tiene marcada mi identidad. Yo soy muy lírico y soñador”, confiesa.

¿Cómo inició en el vallenato?

En mi casa no se oía vallenato, se escuchaban boleros y baladas. Mi papá tocaba el piano y el violín, pero yo cuando crecí iba a las parrandas en Valledupar y tocaba el acordeón piano. Al principio solo era tango, luego seguí con el vallenato.

¿A qué edad comenzó a componer?

A los 23. De hecho, ahí me entusiasmé porque mi segunda canción, “La espina”, la grabó Billo’s Caracas Boys en 1966. Pacho Galán, que era la mejor orquesta de Colombia, grabó tres de mis canciones: “Morenita”, “Suspiros del alma” y “Confidencias”. Eso me motivó a continuar componiendo.

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¿Cómo surgió la idea de componer?

Un desengaño amoroso. Empecé con la guitarra y el acordeón piano. Mi primera novia se había ido a Bogotá y yo le escribía a un amigo para que me averiguara por qué no me contestaba las cartas y fue cuando me avisó que ella se casó con otro. Con esa tristeza me volví compositor.

¿Ese desamor fue el que inspiró la canción “Confidencias”?

Sí, las tres primeras canciones mías fueron para esa muchacha: “Confidencias”, “La espina” y “Suspiros del alma”. Luego en las letras comencé a meterle figuras literarias y romance. Era un lector empedernido de poesía y pasa que yo parrandeaba mucho con Jaime Molina y Rafael Escalona, y en esas reuniones se declamaba; por eso en mis presentaciones, antes de cantar, declamo.

No a todos los puristas del vallenato les gustan las letras muy líricas. ¿En algún momento sintió que sus temas no eran bien recibidos?

Al principio sí porque había quienes decían que eran demasiado líricas y en ese entonces eso no era el vallenato. Mis melodías eran largas y tiernas, yo creo que era por el acordeón piano, no esas de botón, sino de teclado. Tocaba guitarra, zamba, música argentina, peruana... Entonces, tenía una influencia musical más allá de lo local, eso me marcó. Pero la gente empezó a conocerme por la acogida que tuvieron en la costa Pacho Galán y los Billo’s Caracas Boys con mis composiciones.

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Pero ¿en quién o qué se inspira?

En las mujeres, mi tierra y mis vivencias. Siempre le canto a mi entorno, a mis costumbres, a mi Valledupar, pero la principal fuente de inspiración es la mujer.

¿Cuál es el valor diferencial de sus canciones?

Mis canciones tienen un marco lírico. El vallenato más que todo eran crónicas y narraciones. Yo irrumpí con algo totalmente diferente, cantaba nada más mis vivencias, mis tristezas y anhelos. Eso fue mi estilo.

¿Cómo llegaron sus composiciones a esos grandes grupos musicales?

A mí me catapultó Pacho Galán, esa fue mi carta de presentación. A partir de ahí llegaron los cantantes a mi puerta. Diomedes Díaz, por ejemplo. Él llegaba a mi casa, mi papá lo apreciaba mucho y sacábamos una botella de whisky y nos poníamos a escuchar música. “Sin medir distancias”, “Camino largo” y “Si te vas te olvido” son unas de las canciones que le di durante esas visitas. Con Rafael Orozco es una historia bien bonita, porque el Binomio de Oro fue el único conjunto que grabó mis merengues. Un día le canté “No sé pedir perdón”, por teléfono, le gustó y me dijo: “Me la guardas que esa canción es mía”.

¿Qué piensa del vallenato actual?

No es que esté en contra, pero ahora es una plegaria de súplicas, de arrodillamiento. Yo siempre he sostenido que a la mujer se le conquista, no se le ruega. El amor no es de ruegos ni de súplicas, el amor es de merecimiento. No me gusta esa manera suplicante que están haciendo los compositores, lo que pasa es que esa es la música que gusta.

Por Estefanía Pardo Donado

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