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Hugo Morejón: la muerte de un trombonista

El fin de semana pasado murió en Cuba el famoso integrante de la orquesta los Van Van durante cuatro décadas.

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
31 de marzo de 2021 - 07:08 p. m.
Hugo Morejón, nacido en La Habana, el 20 de abril de 1956 (aunque criado en Matanzas, razón por la que lo llamaban, según vi en un par de textos, el “Trombón Matancero”), no fue solamente un gran intérprete, sino también un excelente arreglista.
Hugo Morejón, nacido en La Habana, el 20 de abril de 1956 (aunque criado en Matanzas, razón por la que lo llamaban, según vi en un par de textos, el “Trombón Matancero”), no fue solamente un gran intérprete, sino también un excelente arreglista.
Foto: Tomada de Granma.cu

Falleció a los 64 años, al parecer de un infarto fulminante, Hugo Morejón, para quienes no lo saben, uno de los mejores músicos del Caribe contemporáneo. De hecho, decir “contemporáneo” es poco, pues Morejón fue, más bien, uno de los grandes músicos del Caribe de todos los tiempos, pues actuó como trombonista principal, durante casi 40 años, de los Van Van de Cuba, nada más y nada menos que la mejor agrupación -para mí, claro- de las últimas tres décadas en la música afrocaribeña en español y otras lenguas.

Tal vez, la muerte de Morejón me afecta más, porque he sido siempre un admirador del sonido del trombón, ese instrumento al que otros géneros musicales no le han dado tanto protagonismo, pero que se convirtió en un símbolo de la “salsa” por su sonido áspero, rudo, fuerte, potente y urbano (como el del pito de un camión) en bandas como “La Perfecta” de Eddie Palmieri, Mon Rivera, Johnny Colón, Willie Colón, “Brooklyn Sounds” y la “Orquesta Narváez” en NY, así como de “La Dimensión Latina”, “The Latin Brothers”, el mismo “Grupo Niche” (cuando tenía a César Monge “Albondiga”, Morist Jiménez y Andrés Viáfara) y muchas más por estos lares. Y es que, para tocarlo bien, se necesita, además de buena técnica, un gran estado físico (o eso creo). (Le puede interesar: El Grammy anglo del Grupo Niche, analizado por Petrit Baquero).

Por eso, siempre estuve en la jugada para ver tocar a “Albondiga” cuando estaba en la Dimensión Latina y el Grupo Niche, a Willie Colón y sus legendarios acompañantes (Eric Matos, José Rodrigues, Reynaldo Jorge, Lewis Kahn, Leopoldo Pineda, Sam Burtis…), a Morist Jiménez y al gordo Viáfara también en Niche, y, por supuesto, a nuestro legendario Gustavo García “el Pantera” en Fruko y sus Tesos, Guayacán, su propia banda y algunos proyectos más.

Cabe decir que a Van Van empecé a oírla a mediados de los noventa en Galería Café Libro de la 81 en Bogotá, y, si bien esa sonoridad parecía bastante extraña para mis oídos tan acostumbrados a la de la “salsa” (newyorkina, puertorriqueña, colombiana, venezolana y hasta japonesa), me causaba siempre curiosidad su ritmo en el que la batería jugaba un importante papel (después supe que era el famoso “songo”) y, por supuesto, esa mezcla de violines suaves y armónicos con unos trombones potentes y afinados a los que, años después (tal vez, una década después), les puse mayor atención, porque ya andaba en las lides de pensar en arreglos musicales y cosas por el estilo.

Era la nueva música cubana que nos dejaba en evidencia que el son no se fue de la isla, sino que había seguido avanzando a su manera. Y, claro, no sobra decir que el tema “Después de todo” nos volvió vanvaneros en Colombia a muchos de los que aún no lo éramos del todo. Total, ahí ya estaba Morejón mandando la parada en la -poderosa, potente, viva, sabrosa- “cuerda” de trombones de la orquesta. (Más: La muerte y el legado de Johnny Pacheco, columna de Petrit Baquero).

Van Van nació en 1969, como un intento de su creador Juan Formell de hacer una charanga “moderna” que pusiera a la música cubana a tono con las sonoridades urbanas más impactantes de aquel entonces en la música como eran el rock, el jazz, el funk, el reggae, la música moderna del Brasil (o MPB) y muchas cosas más por ahí. Y vaya que lo logró con creces, porque música, y de calidad, es lo que hizo hasta su muerte el 1 de mayo de 2014.

Pero, en esa búsqueda por consolidar un sonido moderno, original y bien sabroso, Formell notó que necesitaba equilibrar el estilo suave y agudo que tenía la charanga (un formato con violines y flauta que algunos creen que es un ritmo), con el de la rudeza, potencia y agresividad de los trombones.

Y, así él lo negara, es claro que la sonoridad de la salsa newyorkina le tuvo que dar ideas para lo que haría después. De hecho, el éxito del álbum “Siembra” de Willie Colón y Rubén Blades, que se regó como pólvora por muchos lugares del mundo, incluyendo Cuba donde, por obvias razones, la “salsa” poco llegaba y menos se difundía, tuvo que inspirar a Formell para seguir buscando su sonido, sobre todo en un momento en el que en Cuba la “vieja guardia” (tan de capa caída en ese entonces), la nueva trova (tan en boga en ese momento) y los intentos por modernizar los sones, las guarachas y las rumbas se encontraban en el camino de saber cuál sería la música de esa “nueva Cuba” que iba mucho más allá de lo que buscaban imponer los sectores oficialistas, casi siempre tan conservadores y dogmáticos.

Es por eso que, en 1980, Formell decidió incorporar los trombones a los Van Van logrando que su sonido se reforzara y potenciara con creces. Al respecto, Wilmer Zambrano, nos cuenta que primero se incorporaron a la orquesta dos trombones interpretados por los hermanos Lázaro y Cristóbal González, quienes rápidamente dieron paso a tres interpretados por Edmundo Pina, Álvaro Collado y el gran Hugo Morejón, quien llegó a Van Van en 1983 y se quedó ahí hasta el final de sus días.

Pero Morejón, nacido en La Habana, el 20 de abril de 1956 (aunque criado en Matanzas, razón por la que lo llamaban, según vi en un par de textos, el “Trombón Matancero”), no fue solamente un gran intérprete, sino también un excelente arreglista que apelaba siempre a la utilización de melodías “bluseadas” que le daban un color muy interesante a la orquesta. Esto, además, deja ver que parte de su influencia provenía de otros contextos musicales y artísticos, no en vano, antes de entrar a los Van Van, estuvo en un grupo de rock llamado “Los Dada” (también en las agrupaciones de Pacho Alonso y “Adalberto Álvarez y su Son”), lo cual, posiblemente, llamó la atención del ecléctico Formell para incorporarlo a su agrupación y dejarlo soltar su creatividad para montar esos arreglos tan bacanos y esas “moñas” tan poderosas.

A esto se sumaba la fuerza de su interpretación, con unos solos contundentes y un innegable histrionismo en la tarima que me recordaron siempre al Willie Colón maduro (pero aún de los buenos tiempos), aunque con mayor virtuosismo, convirtiéndolo en un personaje difícilmente reemplazable, pues, de hecho, la orquesta cubana ha tenido en los últimos años grandes inconvenientes para reemplazar a algunas de sus figuras más relevantes (¿cierto?). (Recomendamos: Las peleas de Rubén Blades y Willie Colón, crónica de Petrit Baquero).

A Morejón lo vimos en varias ciudades, siempre al pie del cañón, tocando con fuerza (“guapeando”, como dicen los boricuas) y demostrando que, al lado de Barry Rogers, Jimmy Bosch, Papo Vásquez, José Rodrigues (así, con “s”), Generoso Jiménez, Reynaldo Jorge, César Monge, Lewis Khan, Willie Colón, Marco Katz, Morist Jiménez, Gustavo García “el Pantera”, Vladimir Peña, Chucho Alawana, entre otros, estaba él, HUGO MOREJÓN, así con mayúsculas, como uno de grandes e inolvidables trombonistas de la música del Caribe (y lo repito: mucho más que eso).

Total, quería recordarlo, porque, cuando muere un artista reconocido, generalmente hablamos de cantantes y solistas, pero nos olvidamos de aquellos que, en la parte de atrás de la tarima, han sido artífices fundamentales de esas canciones que bailamos y gozamos, acompañándonos tantas veces en los distintos momentos de la vida, y no solo en los pachangueros. Mejor dicho, la muerte de Morejón no es la de cualquiera, y bien difícil tendrán los Van Van para reemplazarlo, porque Morejón era irremplazable, o eso, al menos, creo yo.

Además, como pasa cuando alguien que admiramos desaparece, sobre todo, sorpresivamente, tengo la sensación de que algo propio -nuestro- se va para nunca más volver (algo que ya he dicho antes).

Me quedo entonces con los discos y videos en los que podré escuchar, ver y sentir a ese gran trombonista, pero, sobre todo, me quedo con la estampa de uno de esos genios que no necesitaba notarse mucho para aportarnos cosas maravillosas a nuestras vidas.

Me faltó la foto con él.

¡Ashé para ti, Hugo Morejón!

* Dedicado a mis amistades trombonistas y tromboneras. Petrit Baquero es historiador y politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), Manual de Derechos Humanos y Paz (Cinep/PPP, 2014) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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