“In Utero”: 30 años de un álbum concebido en ambigüedad
Se cumplen tres décadas de la publicación del tercer y último álbum de estudio de la banda liderada por Kurt Cobain, una pieza que inevitablemente fue leída como una carta de despedida. El mérito de sus contrastes le permitió encontrar un lugar fuera de la sombra de la obra cumbre que fue “Nevermind”.
María Alejandra Medina
El destino de In Utero, el tercer álbum de estudio de Nirvana, parecía definido desde antes de nacer. Sería lanzado para vivir en la sombra de Nevermind (1991), su antecesor, considerado un parteaguas en el rock de los años 90 y, por qué no, del rock como un todo.
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El destino de In Utero, el tercer álbum de estudio de Nirvana, parecía definido desde antes de nacer. Sería lanzado para vivir en la sombra de Nevermind (1991), su antecesor, considerado un parteaguas en el rock de los años 90 y, por qué no, del rock como un todo.
Las primeras reseñas, de septiembre de 1993, retienen la razón en varias cosas, pero quizá la más evidente es el cruce de caminos que se materializó en este álbum. Para volver sobre la palabra que Stuart Berman usó en Pitchfork tras 20 años del lanzamiento del que fue también el último álbum de la banda, más allá de un cruce fue un “choque”: uno entre el dolor y la inspiración, lo crudo y lo edulcorado, lo hardcore y lo apacible, lo anárquico y lo comercial.
“In Utero es un disco profundamente confuso. No es una tormenta totalmente autodestructiva de nihilismo incondicional, como se rumoreaba originalmente, ni el Nevermind II de los rumores más recientes”, resumía John Mulvey para NME hace 30 años.
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Mulvey hablaba de “contradicción”, pero quizá no era eso, sino ambigüedad, una que ya se asomaba desde Nevermind, cuando Nirvana firmó con Geffen Records, un sello “grande”, del mainstream. Para qué someterse a esa clase de opresión, si probablemente era la misma que se nutría de la alienación sobre la que canciones como “Dumb”, la sexta de In Utero, querían escupir.
“Una de las principales razones por las que firmé con un sello importante fue para que la gente pudiera comprar nuestros discos en Kmart”, dijo Kurt Cobain, citado por The New York Times dos meses después del lanzamiento. “En algunos pueblos pequeños, Kmart es el único lugar donde los niños pueden comprar discos”.
Lo crudo, reminiscente de lo que fue Bleach, el primer álbum (con el sello de Sub Pop), fue en buena parte consecuencia de lo rápido que se grabó el disco, en apenas dos semanas, con el impulso de Steve Albini, productor de Pixies. Varias rugosidades, sin embargo, fueron pulidas por Scott Litt (productor de R. E.M.) para hacer el álbum más radio-friendly, cuenta Rolling Stone. “Radio Friendly Unit Shifter” fue la canción número 10 y también una ironía.
Asimismo, lo habría sido el título improbable que Cobain quería para la obra: “Me odio y quiero morir”, un chiste que, según él, nadie entendió. Al final, “In Utero” lo tomó de un poema de Courtney Love, con quien acababa de tener una hija y fue también en buena medida inspiración y retroalimentación para el disco.
Sobre “Heart-Shaped Box”, el primer sencillo, pero tercera en la lista (precedida por “Scentless Apprentice”, la única canción del álbum escrita por los tres: Cobain, Dave Grohl y Krist Novoselic), hay varias versiones. Entre esas, que el título surgió de una caja en forma de corazón que Love tenía, aunque igualmente se dice que el nombre original era “Heart-Shaped Coffin” (“Ataúd en forma de corazón”). Sin olvidar que la también vocalista de Hole, en 2012, le dijo a Lana del Rey, a propósito del cover que hizo de la canción, que esta había estado inspirada en la vagina de Love.
“I’ve been drawn into your magnet tar pit trap / I wish I could eat your cancer when you turn black” (“Me he sentido atraído por tu trampa magnética de alquitrán / Ojalá pudiera comerme tu cáncer cuando te vuelves negro”). A eso se refería Mulvey cuando escribió que Cobain estaba “tan avergonzado por su amor conmovedoramente descarado por Courtney que tenía que disfrazarlo con dudas e imágenes infectadas”.
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Al final, versiones e interpretaciones hay miles, y ese es el punto. Varias veces Cobain esquivó la pregunta por el sentido de sus canciones. “Me interesa más lo que se interpreta de ellas”, dijo alguna vez.
No resulta casual que la portada del disco fuera una mujer transparentada, como las que se usan en los libros de anatomía, pero alada, una idea de Cobain. Él también elaboró el collage del respaldo.
Pese a la difícil relación que tuvo con su madre, la admiración de Cobain por las mujeres es bien sabida, empezando por la que escogió como compañera, la misma que años después terminó enfrentada con los compañeros de banda de su esposo e inspirando un odio condescendiente entre muchos fans que hasta la culparon por el suicidio que cometería Cobain meses después.
También fueron varias las mujeres que tuvo como referentes en el arte (una rareza histórica). The Raincoats, The Vaselines (de cuya vocalista salió el nombre para la hija de Love y Cobain: Frances), entre otras. No debe sorprender tampoco que la comercialmente escandalosa “Rape Me” (“Viólame”) sea interpretada como una especie de grito antimisógino en un mundo que culpa a las mujeres por los abusos de los que son víctimas.
Entre las favoritas siempre estará “Pennyroyal Tea”, una canción que se debate entre las referencias al aborto y el propio sufrimiento estomacal de Cobain, que lo hacía querer morirse y que, ante una inoportuna medicina, terminó siendo aliviado a punta de heroína.
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La referencia al “más allá” de Leonard Cohen y, para rematar, la canción de cierre, “All Apologies”, hicieron inevitable que tras la muerte de Cobain, en 1994, In Utero fuera leído como la carta de despedida del genio que parecía ser velado en vida en el MTV Unplugged de noviembre del 93.
Tras 30 años, In Utero sigue siendo la “perfecta” condensación de la ambigüedad de una persona que veía pereza en lo que realmente era creatividad, según dicen quienes lo conocieron en la primera cinta autorizada sobre el líder de Nirvana: Montage of Heck. Alguien que, al tiempo, parecía vivir la mejor y la peor etapa de su vida; la confusión entre odiar el dolor, pero creer necesitarlo para crear (como él mismo dijo en alguna ocasión); entre querer más, pero odiar el sistema; entre dar todo de sí, pese a sospechar constantemente de la falsedad de la gente.
Mulvey concluía diciendo que Cobain debería estar orgulloso por haber dejado un documento de una mente que estaba en proceso de cambio. Sin duda es más que eso: puede tratarse de un documento engendrado en los defectos de un sistema que, si en algo se ha transformado, en buena parte ha sido para degradarse, pero que, por gracia de la ambigüedad, deja espacio para encontrar refugio en el arte, como quien cambia de lado un disco. Las palabras de Berman 10 años después siguen siendo ciertas: “In Utero es el tipo de shock doloroso que, paradójicamente, restablece la sensación empoderadora de sentirse vivo”.