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Joe Arroyo, el centurión de la Colombia africana

Se cumplieron diez años de la muerte de cantautor cartagenero. Un historiador y músico revisa su vida y obra.

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
28 de julio de 2021 - 08:16 p. m.
Álvaro José Arroyo González, más conocido como Joe Arroyo, ​fue uno de los más importantes cantantes y compositores colombianos de música salsa y tropical. Nació el 1° de noviembre de 1955 en Cartagena y murió el 26 de julio de 2011 en Barranquilla. / Archivo de El Espectador
Álvaro José Arroyo González, más conocido como Joe Arroyo, ​fue uno de los más importantes cantantes y compositores colombianos de música salsa y tropical. Nació el 1° de noviembre de 1955 en Cartagena y murió el 26 de julio de 2011 en Barranquilla. / Archivo de El Espectador

Notan un tono africanizao /no es mi intención/ tocarla así, /dicen que yo soy negro enrazao, /que culpa tiene mamá, no sé. /No hay corazón tan duro aquí /que mi tumbao no ponga a gozar, /la música no tiene tabú,/ te cambia tristeza por gozo.

El día en que Joe Arroyo murió, toda Colombia se puso triste. Hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas, que habían oído su música, bailado sus canciones y se habían enamorado con su voz única, metálica y muy sabrosa, sintieron que se había marchado un amigo cercano o un familiar lejano, de esos que se ven de vez en cuando, pero a quienes se les tiene mucho cariño. Por eso, no sorprendió la inmensa, gigantesca procesión que asistió a su sepelio. Su féretro recorrió las calles de Barranquilla y fue acompañado por miles de personas venidas de todo el país –y de otras que lo vieron por televisión–, quienes lloraron y despidieron a uno de los grandes ídolos de la música colombiana, tal vez la mejor voz, o al menos la más importante –con el perdón de la tolimense Matilde Díaz*** y el barranquillero Nelson Pinedo–, que ha dado la música del Caribe colombiano. (Le puede interesar: Joe Arroyo, por Javier Ortiz Cassiani).

Símbolo de Barranquilla, de Cartagena, de Palenque, de Colombia, “de la historia nuestra, de la historia negra caballero”, Joe Arroyo es uno de los máximos exponentes de las diversas, múltiples y ricas tradiciones musicales africanas que arribaron a Colombia desde el mismo momento en que, como él lo cantaba, “llegaban esos negreros de africanos en cadenas que besaban mi tierra: esclavitud perpetua”. (Recomendamos: Las peleas de Willie Colón y Rubén Blades, vistas por Petrit Baquero).

El hijo de la historia negra

Álvaro José Arroyo González nació en Cartagena el 1.° de noviembre de 1955. La Cartagena en la que se crió Arroyo era –¿era?– una ciudad con una terrible desigualdad social, en la que una minoría blanca —o que se asumía como tal— gobernaba un territorio con una inmensa población afrodescendiente, la cual dejaba en evidencia su pasado como uno de los principales centros de tráfico de esclavos en tiempos coloniales, pues ya a finales del siglo XVIII (“cuando el tirano mandó”), la costa Caribe presentaba la mayor población negra del Virreinato (Solano, 2006). La exclusión, el racismo, la falta de oportunidades y la violencia callejera, hicieron que el pequeño Álvaro José creciera conociendo los códigos y las pautas de la calle, braveando ante las adversidades y buscando destacarse en diferentes oficios para labrarse su futuro.

Pero desde muy joven, Álvaro José supo que tenía un talento musical excepcional y, luego de cantar en el coro del colegio y de entonar penas y alegrías en los prostíbulos de Cartagena, fue convocado por Rubén Darío Salcedo (quien, según Mauricio Silva lo bautizó como “Joe”, aunque Javier Ortiz Cassiani escribe que fue el conguero Luis Pestana) para formar parte del Súper Combo Los Diamantes, y de ahí rápidamente pasó a integrar la orquesta La Protesta y en poco tiempo, de la primera gran banda salsera del país: Fruko y sus Tesos.

Cuando Joe se volvió un Teso

La salsa se había difundido por gran parte de los países del Caribe hispanohablante, mientras que las rutilantes estrellas de ese género acompañaban la música de los picós en todos los barrios populares en donde la música y la fiesta son parte permanente de la vida. (Más: La muerte de Johnny Pacheco, el decano de la salsa, semblanza de Petrit Baquero).

En ese contexto es que surge (desde Medellín, epicentro discográfico del país en aquellos tiempos) Fruko y sus Tesos, como una orquesta de salsa brava que, con una influencia evidente de Richie Ray, le daba primacía al sonido del piano, a un bajo con bastante fuerza, a unas trompetas agudas, a veces un tanto descuadradas; a unos trombones que dotaban de agresividad y potencia a la banda y a una percusión que creaba nuevos ritmos, con lo que daban rienda suelta a su creatividad. Con Fruko, Joe Arroyo tuvo grandes éxitos y se convirtió en la voz más cotizada de ese género del país, lo cual lo llevó a grabar con otras bandas como The Latin Brothers (la misma Fruko pero con énfasis en los trombones), la del legendario Pacho Galán y con Los Titanes, La Sonora Guantanamera, Wganda Kenya y Afrosound, entre varias más.

La hora de La Verdad

Después de su paso por Fruko durante casi diez años, Joe se lanzó como solista con una banda que denominó La Verdad. El público se dio cuenta muy rápido de que no era una copia de Fruko, pues armó un formato instrumental que integró saxos a la cuerda de trompetas y trombones y una percusión folclórica muy marcada, además, empezó a nutrirse de nuevas expresiones como el riquísimo y diverso folclor del Caribe colombiano (cumbias, cumbiones, chalupas, porros, chandés), el merengue dominicano (que con Wilfrido Vargas y Cuco Valoy había puesto a bailar a todo el país) y –muy importante recordarlo– la música que llegaba en los barcos y desembarcaba en los puertos desde muchos lugares del mundo, con gran acogida principalmente en las barriadas populares y que empezó a pegar con mucha más fuerza con el Festival de Música del Caribe, un evento gigantesco que comenzó a realizarse en Cartagena desde 1982 y que trajo a los más famosos artistas de África y el Caribe no hispanohablante. De ahí en adelante, el Joe nunca dejó de lado su tumbao champetúo.

Fuego en su mente

La consagración definitiva de Joe con su paso decisivo al Olimpo de la música colombiana llegó con el álbum Musa original de 1986 en el que grabó, entre otras joyas, un tema llamado “Rebelión”, una de las más importantes canciones de la salsa de cualquier lugar del mundo, tanto por su letra y música, como por su brillante interpretación (con un “solo” majestuoso en el piano de Chelito de Castro), la cual, con el perdón de grandes compositores como Tite Curet Alonso o Rubén Blades, se convirtió en la canción salsera que mejor ha relatado el drama de la esclavitud en América Latina.

Rescatando la música del Caribe colombiano

Joe se convirtió en un ídolo en todo el país y su aporte con cumbiones como “A mi Dios todo le debo” y “El niño Dios”, cumbias como “Suave bruta” y chandés como “Quién lo sabe bailá” y “El trato”, pusieron a la música tradicional del Caribe colombiano a sonar en un formato mucho más moderno y comercial que no tenía nada que envidiar a la salsa neoyorquina y al merengue dominicano. Mejor dicho, Joe Arroyo sacó de los museos a los que estaban condenados muchos de los ritmos del Caribe colombiano y los puso a competir, de igual a igual, con géneros que sí habían asimilado su paso de música folclórica a popular en contextos urbanos, con excelentes arreglos musicales, la participación de músicos profesionales y voces brillantes, virtuosas y sumamente comerciales, como la de Arroyo.

Salsa ventiada

Pero Joe también siguió grabando poderosas canciones salseras, consagrándose como el principal intérprete del género en el país con temas espectaculares como “Mary”, “Yamulemau”, “En Barranquilla me quedo”, “Pa’l bailador”, “Ban Ban”, “Fuego en mi mente”, “La guerra de los callados” y “Por ti no moriré” (o plenas como “Las cajas” y bombas como “Amerindio”), entre muchas otras, que mostraban a una orquesta agresiva, pitos brillantes con saxos, trompetas, clarinetes y trombones, un bajo profundo y una voz con un registro vocal amplísimo, además de unos arreglos contundentes que él mismo, a pesar de no tener conocimientos técnicos en música, ayudaba a confeccionar.

Cabe mencionar que el impresionante sonido que tenía su orquesta en vivo se complementaba con las grabaciones que se hacían en el soberbio y portentoso estudio de Discos Fuentes en Medellín, con un piano acústico que ya prácticamente nadie utilizaba en el mundo de la salsa comercial y que se deleitó con los solos de piano de Chelito de Castro.

Todo esto hizo que Joe Arroyo se consolidara como el gran ídolo de la música colombiana, con un sonido único que nadie podía imitar y una popularidad que solo podía ser disputada por el Grupo Niche, agrupación que, dirigida por Jairo Varela, también le cantaba a su gente, pero desde una perspectiva que miraba más hacia el Pacífico y a la salsa de Nueva York. Sin embargo, a diferencia de Niche, que estaba muy metido en el mundo netamente salsero, Joe Arroyo era un artista perfecto para lo que se había empezado a denominar, tal vez desde los años ochenta y con el apoyo de algunos artistas de rock, como World Music, por su estilo particular, mezcla de ritmos de todo tipo, innegable herencia africana e incuestionable exotismo que calaba muy bien en ciertos círculos artísticos.

El del tono africanizao

Joe asimiló ritmos de lugares como Jamaica, Trinidad y Tobago, Martinica, Haití y varios países africanos, e hizo una mezcla que fue bautizada como Joeson, con canciones como “Tumbatecho”, “Musa original”, “Echao pa’lante”, “La noche”, “Teresa vuelve”, “El centurión de la noche”, “Te quiero más” y otras un poco diferentes como “Simula timula” y “Si so gole”, las cuales a veces suenan a soca y, sobre todo, a un ritmo haitiano llamado konpa dirèk que, sin duda alguna, Joe tuvo que escuchar con bastante atención. Su conexión con tradiciones musicales del Caribe no hispanohablante y del África recalcaron la importancia de entender que Colombia es un país que podría mirar a su pasado de una forma muy diferente, pues hay más lazos ancestrales de los que se creen con todos esos lugares de los que sale una música tan rica, diversa y sabrosa.

Es en esa época cuando el Joe (como le gustaba ser llamado) llenó estadios y ferias populares, fue invitado a tocar en los más importantes escenarios del mundo, la BBC de Londres le produjo un LaserDisc, firmó contrato con Island Records para distribuir su música en el Reino Unido, realizó el concierto más multitudinario que se ha hecho en el estadio El Campín de Bogotá (entre setenta y noventa mil asistentes) y ganó catorce Congos de Oro en el Carnaval de Barranquilla, que hicieron que se creara un premio especial solo para él llamado el Super Congo, porque era claro que nadie podía competirle sin caer derrotado.

Canta Joe, te vinimos a oír cantar

Si bien Joe Arroyo siguió grabando grandes éxitos, el paso del artista por Sony fue muy inferior al de su época con Fuentes y se constituyó en testigo de su decadencia artística (a pesar de álbumes excelentes como Mi libertad de 1995, Deja que te cante de 1997 y En sol mayor de 1999), pues sus excesos le pasaron factura y ya para mitad de los noventa su voz no era la misma. Asimismo, es bien sabido que Arroyo plagió a grupos haitianos, brasileros, martiniqueses y hasta franceses que en tiempos de Internet y redes sociales son muy fáciles de rastrear pero que hace veinte o treinta años podían pasar inadvertidos.

Sin embargo, todo esto no niega su grandeza artística, pues su mezcla de salsa, música costeña colombiana, géneros del Caribe no hispanohablante y su energía, carisma y swing únicos e inconfundibles, le hacen estar al mismo nivel de símbolos de la africanidad en el Caribe como Celia Cruz, Beny Moré, Ismael Rivera y Óscar D’León, pues Joe solo necesitaba pararse en la tarima para que el público pudiera percibir el verdadero sabor de un artista maravilloso que a veces solo tocaba las claves para dirigir por completo a toda su orquesta. Su figura, su extraño ruido gutural que parecía un relincho y que se convirtió en su sello personal, su maravillosa voz, su ecléctica mezcla de ritmos, su poderosa presencia escénica, sus más de cuarenta años de vida artística, sus conciertos en diferentes lugares del mundo, su excelente y brillante orquesta, sus letras extrañas pero llenas de bacanería, su mitomanía y su estilo único y fácilmente identificable, hicieron de Joe Arroyo un artista revolucionario que trascendió las barreras de la música y la cultura popular colombiana. Por eso, aquel 26 de julio de 2011 —hace ya 10 años—, dolió tanto su partida y por eso no se vislumbra una figura que pueda llegar a reemplazarlo.

**Este artículo es una versión adaptada de un perfil hecho por el autor para el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República (núm. 88) en el que también se hicieron los perfiles de Jairo Varela, Diomedes Díaz y Carlos Vives.

***Tolimense de nacimiento, pero consagrada como la voz principal de la orquesta de Lucho Bermúdez.

*Petrit Baquero es Historiador y Politólogo. Músico y Melómano. Autor de El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012); La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017) y Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014)

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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