La maratón y media de Stefan Temmingh

Reseña sobre la presentación ofrecida por el intérprete de flauta dulce Stefan Temmingh y la clavecinista Wiebke Weidanz en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El artista sudafricano también visitó Cali y Buenaventura.

Luis Fernando Valencia*
14 de agosto de 2018 - 08:51 p. m.
El flautista Stefan Temmingh y la clavecinista Wiebke Weidanz se presentaron en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá. / Gabriel Rojas © Banco de la República
El flautista Stefan Temmingh y la clavecinista Wiebke Weidanz se presentaron en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Eran algo más de las 11 de la mañana, hora del inicio del concierto en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, y la sala aún no se llenaba completamente. Mientras esperábamos por la salida al escenario del sudafricano Stefan Temmingh, reconocido intérprete de flauta dulce, y su acompañante de ocasión, la clavecinista alemana Wiebke Weidanz, el jefe de la Sección de Artes Musicales del Banco de la República, Mauricio Peña, nos pedía permanecer en nuestros asientos asignados para facilitar la llegada del público faltante, presumiblemente retrasado por los cierres viales ocasionados por la media maratón de Bogotá.

Estaba ubicado en el extremo de la segunda fila del ala izquierda de la sala, lo cual generaba una perspectiva que, en el momento, me pareció de particular interés, ya que sin mucho esfuerzo lograba contemplar de frente una buena parte del público asistente. Una vez iniciado el concierto me fue claro, además, que esa ubicación generaba una visión y audición particular del concierto. A Temmingh lo podía ver usualmente solo de perfil, mientras que a Weidanz le podía ver solo de espalda, lo que implicaba perder detalles de la expresión facial y corporal de ambos y de su interacción. Por otro lado —y esto lo pude constatar cuando, al final del concierto, escuché el bis, de pie, al fondo de la sala— mi ubicación generaba un balance acústico un tanto extraño, en el que parecía imprimirse una especie de ‘sordina’ al ya tímido sonido del clavecín, y un realce adicional al sonido de por sí ya protagónico de las flautas.

Hago acá hincapié en la ubicación espacial para resaltar cómo ésta puede generar perspectivas a veces incluso abismalmente contrastantes de un concierto. ¿Qué efecto habrá podido producir la visión parcial de la gestualidad de Temmingh? ¿Cuántos detalles y matices del casi siempre orgánico y fluido acompañamiento de Weidanz me habré perdido aquella mañana? ¿Cuántos de sus gestos faciales o miradas? Nunca lo sabré, pero el contraste visual y acústico de mi experiencia con el bis me hizo pensar que quizás mi ubicación alimentó de manera importante la percepción de que, cual Flautista de Hamelín o encantador de serpientes, la figura carismática de Temmingh —junto con su elegante y muy efectiva teatralidad, y la estupenda filigrana de su gimnástica y refinada ejecución— constituyeron una combinación apabullante que pareció casi que literalmente hipnotizar el auditorio, dejando a Weidanz en un lejano segundo plano, aún incluso cuando nos compartió ella sola su versión de dos sonatas para clavecín del enigmático Domenico Scarlatti.

Todas las miradas del público se concentraban en Temmingh, en la media maratón —¡o, más bien, maratón y media!— que recorrían sus mágicos dedos a lo largo de las diferentes flautas que acariciaba, o en la que para muchos era una deslumbrante —o al menos curiosa— utilización ocasional del muslo en la ejecución musical con el fin de lograr ciertas alturas que, como el mismo flautista explicó, no lograría emitir sin la ‘exótica’ técnica.

Temmingh mecía elegantemente su cuerpo durante las partes más apacibles de sus adaptaciones para flauta de sonatas para violín de Arcangelo Corelli, subiendo y bajando el instrumento, un paso adelante, otro atrás. Retumbaba en la sala, seguramente gracias a mi punto de vista, el eco del sonido agudo y aireado de la versión pastoral de aquellas sonatas originalmente más apolíneas. Su figura parecía quedarse en cambio más impávida y quieta cuando ejecutaba los pasajes más virtuosos de Vivaldi, Telemann, o el mismo Corelli, demostrando una concentración impenetrable, sin duda necesaria para coordinar la truculenta respiración con las que parecían imposibles maniobras manuales. Me impresionaba, a propósito, su capacidad para negociar, de la manera más orgánica y musicalmente pertinente, las respiraciones necesarias para lograr su magistral interpretación musical, teniendo en cuenta además la altitud de Bogotá, sin duda un reto para todo ejercicio necesitado de oxígeno, como coincidencialmente debía estar ocurriendo para varios en la media maratón concomitante.

Al final del maravilloso concierto agradecí la intervención inicial de Peña que me obligó a permanecer en mi lugar. La distorsión acústica de mi perspectiva amplificó artificialmente el sonido de las flautas, eclipsando un tanto el clavecín; pero esto me permitió también observar al público reaccionar al concierto desde el punto de vista de los artistas. Así, percibí la ocurrencia de otro eclipse, esta vez el de la figura Temmingh sobre la de Weidanz, interpretando sonrisas, movimientos danzantes, ojos cerrados, expresivos aplausos, y demás, como signos inequívocos de la hipnosis apabullante del flautista y su carismática figura, de sus increíbles respiraciones e impecables fraseos, de la asombrosa maratón y media de sus mágicos dedos.

* Maestro en Música con énfasis en guitarra clásica de la Pontificia Universidad Javeriana. Egresado de la Maestría en teoría y composición de Temple University, Filadelfia, Estados Unidos y de la Maestría y Doctorado en Musicología de la Universidad de Princeton.

Por Luis Fernando Valencia*

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