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La senda querida de Pablo Milanés

Semblanza homenaje de un melómano al recientemente fallecido cantautor cubano.

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
03 de diciembre de 2022 - 05:39 p. m.
Pablo Milanés falleció a los 79 años de edad. Estaba por cerrar presentaciones en Estados Unidos y preparaba el lanzamiento internacional de su nuevo disco de Jazz en inglés.
Pablo Milanés falleció a los 79 años de edad. Estaba por cerrar presentaciones en Estados Unidos y preparaba el lanzamiento internacional de su nuevo disco de Jazz en inglés.
Foto: Agencia EFE

Esto no puede ser no más que una canción /

quisiera fuera una declaración de amor /

Para los que llegamos después, Pablo Milanés siempre estuvo aquí. Y estuvo como una de esas figuras icónicas y legendarias que transitaron por muchas cosas defendiendo férreamente sus convicciones mientras creaba una música que nos transportaba a otros mundos, a la vez que escuchábamos sus letras que nos impulsaban a pensar y soñar con que era posible construir un mañana mejor, solidario y, por supuesto, consecuente. Digo esto, porque Pablo fue uno de esos personajes que demostró que la música podía ser más que un mero entretenimiento, pues, además de su belleza estética (o precisamente por eso), planteaba miradas más amplias, complejas y profundas para promover transformaciones de la sociedad y el mundo. (Lea: las reacciones mundiales por la muerte de Pabloi Milanés en Madrid).

En mi casa —y en mi caso— así fue, pues al lado de los vallenatos, bambucos, joropos, las cumbias y salsas (y otras cositas más), estaban los discos de Pablo que, se sabía, tenían muchas cosas implícitas, pues en sus canciones se sentía mucho del viejo son, del bolero filin y de las nuevas tendencias musicales de muchos años al tiempo que se escuchaban sus letras que expresaban, entre otras cosas, profundas declaraciones de amor, textos llenos de nostalgia por lo que fue o pudo ser, fuertes denuncias sociales y el firme respaldo a una revolución que, en su momento, se creía capaz de todo.

La historia lleva su carro / y a muchos los montará /

por encima pasará / de aquel que quiera negarlo /

A Pablo lo veía en las carátulas de los discos con su afro gigante, su mirada clara y su pinta de mulato que lo hacía muy cubano y, a la vez, latinoamericano y parte de los pueblos con los que muchas veces unos cuantos nos identificamos. Y lo oía con su voz maravillosa de tenor, que siguió siendo fresca y bella a pesar del paso de los años. También lo sentía muy familiar y cercano, pues su apariencia se asemejaba a la de algún pariente bonachón, o la de algún amigo de mis padres, de esos que de una parecía ser un buen tipo y gran conversador que, además, cantaba muy bonito. Y le alcanzaba a percibir sus perspectivas críticas, profundas y bellas que valía la pena conocer e imitar, o eso era lo que sentía.

Con el tiempo, claro, empecé a interpretar sus canciones que pegaban bastante en la Colombia noventuda, en momentos en que muchos veíamos con entusiasmo las iniciativas de paz y apertura política que harían del mañana —eso creíamos y seguimos creyendo— algo mucho mejor. Además, cantaba, entre otras cosas, las de él y las de Silvio Rodríguez, otra figura fundamental de lo que se denominó “Nueva Trova Cubana”, ese movimiento de música popular que, si bien quedó plenamente identificado con la “Revolución Cubana”, muy pronto dejó en evidencia que era mucho más que eso, pues sus letras, melodías, armonías y ritmos trascendieron los contextos en los que surgieron influyendo en varias generaciones de músicos en muchos lugares del mundo, incluso con fines diferentes a los de sus maestros musicales (y si no me creen, pregúntenle a Juan Luis Guerra).

Dónde yo nací, ¡eh! / dónde me críe /

dónde me formaron, caramba / cómo vine aquí /

La Nueva Trova se fue gestando a partir de la necesidad de desarrollar una música verdaderamente “nueva” que tomara elementos de las viejas tradiciones y músicas de muchos otros lugares, pero en un nuevo contexto. Así, fue Milanés quien lo hizo de manera más simbiótica, pues llamó a los viejos soneros y boleristas que tanto le influyeron (y que, en varios casos, habían sido echados al olvido), y escribió letras con miradas profundas y, si se quiere, contemporáneas acompañadas de armonías poco utilizadas en la música popular cubana. Esto le permitió establecer diálogos constantes con la vieja música cubana y manifestaciones de otros tiempos, lugares y contextos, como el jazz, la música del Brasil, la denominada Nueva Canción Latino —e Ibero— americana y, por supuesto, los diversos ritmos del Caribe que también querían cantar y contar distinto.

Fue, por cierto, una tarde en La Habana cuando la legendaria Omara Portuondo presentó a Pablo con Silvio Rodríguez, ese otro cantautor fundamental que supo ver que esas dos fuerzas creativas estaban predestinadas a juntarse y cambiar la música de América Latina. De hecho, lo hicieron con creces, pues su trabajo colectivo, que arrancó a finales de los años sesenta en el “Grupo de Experimentación Sonora” junto con otras figuras como Leo Brower, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sara González y Leonardo Acosta, planteó conscientemente nuevos caminos para la música universal en sus canciones, álbumes, presentaciones, películas y conferencias. De allí se siguió avanzando hasta consolidar ese movimiento con el que Pablo, Silvio y unos cuantos más se harían reconocidos por canciones que se regaron por gran parte del mundo, pues dejaban ver —y oír, sobre todo— alta calidad musical con un nuevo lenguaje lírico —verdaderas poesías— y un manejo sonoro que no excluía la tradición y transmitía un mensaje bello, crítico, profundo y relevante que hacía creer que un mundo mejor —y nuevo— sería posible (vale la pena volverlo a decir).

Dado su gran nivel artístico y su perspectiva del mundo claramente consciente, además del respaldo evidente del gobierno de Cuba, que en esos tiempos contaba con el apoyo de numerosos artistas e intelectuales del mundo, Milanés se convirtió en un referente fundamental de la nueva música de América Latina y España, lo cual era relevante en un momento en el que por estos lares se presentaban golpes de Estado, dictaduras, revoluciones armadas, grupos rebeldes, manifestaciones claras del imperialismo, elecciones cuestionadas, estatutos de seguridad, estados de sitio y diferentes búsquedas individuales y colectivas. En este contexto, sus canciones fueron la banda sonora de varias generaciones o, al menos, de una importante parte de estas, pues, a pesar de que eran muy cubanas, también eran latinoamericanas y, por supuesto, de muchos otros lugares.

Tengo, vamos a ver / Tengo el gusto de ir yo Campesino, obrero, gente simple / Tengo el gusto de ir Es un ejemplo / A un banco y hablar con el administrador No en inglés, no en señor / Si no decirle compañero Como se dice en español /

Claro que la mirada del mundo de Pablo Milanés no surgió, por supuesto, de la nada, pues, además de vivir su juventud en el contexto de la Revolución Cubana que, de la mano de importantes figuras y un caudillo arrollador (en todo sentido), esperaba hacer realidad la conformación de un “hombre nuevo”, también hizo parte de esa generación que, en los años sesenta y setenta, apeló a distintas acciones para cambiar las realidades desde diversos escenarios. Esto le hizo formar parte de un diverso movimiento cultural del que, desde diferentes contextos, procesos y lugares, formaron parte cantautores e intérpretes de otros sitios como Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Piero, Joaquín Sabina, Ana Belén, Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Alí Primera, Soledad Bravo, Milton Nascimento, Víctor Manuel y muchos más con los que grabó, compartió, compuso, vivió la vida bohemia y también peleó y discutió, porque no dejó de ser vehemente en sus convicciones en la que tampoco calló varios de sus desencantos y desencuentros. De estos artistas relevantes de tantos lugares recibió importantes influencias y a todos les cobijó, pues sus miradas del mundo, su compromiso con las causas que consideraba más nobles y, por supuesto, su música, mandaron siempre la parada.

Esto quiere decir que Pablo fue un artista de su tiempo (y, bueno, ¿cuál no lo es?) en el que, así las realidades fueran complejas y difíciles, las utopías se creían posibles, pues, además, se estaban presentando los procesos de descolonización en Asia y África, surgían diferentes insurgencias armadas, se luchaba contra el Apartheid en Sudáfrica, los feminismos se fortalecían en diferentes ámbitos y existía un deseo de darle la vuelta a las estructuras anquilosadas del pasado, entre muchas más cosas. Por esto, su música sonaba “nueva”, con melodías muy recordables, pero no tradicionales, y letras “modernas” e inspiradoras.

Esta tarea inconclusa tenemos que terminar /

pues quieren ver el final todos los muertos dejados /

por donde salgas yo salgo, siempre te voy a apoyar /

Pablo Milanés fue también un cultor de la música de su tierra en diferentes épocas, pues sus canciones recogían profundas tradiciones de la cubanía. De hecho, Milanés es deudor profundo del son, con influencias evidentes de artistas como Miguelito Cuní, Miguel Matamoros y Sindo Garay, entre muchos otros. Con varios de estos cultores de la vieja guardia cantó y grabó, lo cual no dejaba de ser un honor para alguien que amaba con locura la cultura popular de su pueblo. De hecho, a mí me gustan más las versiones de las canciones de sus primeros discos, pues tenían un formato de son con guitarra, tres, bongós y clave, además de su maravillosa voz, lo cual era suficiente para deleitarnos, escuchándolo, bailándolo y pensando que también podemos ser protagonistas del mundo en el que vivimos. Después llegarían unas grabaciones más “producidas” que, si bien, seguían siendo muy buenas, tenían, al menos para mí, menos swing (pero entre gustos no hay disgustos).

Pablo fue también un magnífico bolerista, seguidor de la escuela del filin (o feeling) de José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz, entre otros, y admirador de las legendarias Elena Burke y Omara Portundo, pues, de hecho, hizo 5 álbumes titulados “Filin”, que son verdaderas joyas que, por cierto, he recuperado, porque más de una vez alguien se las llevó y no las devolvió (total, que los oigan y los toquen). Del bolero, Pablo grabó un alto número de canciones durante muchos años, y no solo cubanas, sino también puertorriqueñas y mexicanas, dejando obras que siguen sonando y enamorando por todas partes.

Esto pone en evidencia que Milanés fue un verdadero puente entre las viejas tradiciones cubanas y lo nuevo que iba surgiendo y que, como pasa con todo, también se fue volviendo viejo con el paso del tiempo. Total, lo hizo demostrando respeto, conocimiento y calidad para conseguir el reconocimiento de sus predecesores, dando a entender la importancia de no olvidar el rico pasado musical, sobre todo en tiempos en que algunos pretendieron borrar lo que había y empezar de nuevo. Al tiempo, se puso en sintonía con muchos de los representantes de la nueva música popular cubana, como los Van Van e Irakere (y con Chucho Valdés, con quien grabó un disco), con lo cual nunca dejó de estar en la “onda”, así fuera la misma que siempre tuvo.

De qué callada manera se me adentra usted sonriendo /

como si fuera la primavera, yo muriendo /

Y de qué modo sutil me derramó en la camisa /

todas las flores de abril /

Durante los años sesenta y setenta, mientras Bob Dylan y Joan Baez cantaban contra la guerra de Vietnam, Serrat daba puntadas de lo que significaría una España post Franco, Chico, Caetano y Gil intentaban burlar la censura de la dictadura en Brasil; Charly García cuestionaba a la junta militar con su “Alicia en el país” y Marvin Gaye y Stevie Wonder lanzaban proclamas por el “orgullo afro”, Pablo, sin dejar de defender la Revolución Cubana, le cantaba a todo esto y más, pues sus composiciones hablaron de las luchas por la unidad de América Latina, de la gente sencilla que camina todos los días, del drama de Santiago ensangrentada con el golpe de Estado, de la relación simbiótica de Cuba y Puerto Rico, de líderes revolucionarios como Bolívar, Fidel, el Ché y Ho Chi Min, de figuras rebeldes como Ángela Davis, de la lucha contra el racismo, de los lugares donde nació y se crio, y de muchas cosas más.

Y lo hizo como un conocedor profundo de la tradición cubana, por lo que, desde muy joven, musicalizó, con singular belleza (y por petición de Haydee Santamaría), a José Martí y a Nicolás Guillén, quienes también habían defendido, a su manera y en otros tiempos, lo que Milanés siempre proclamó: la libertad, la independencia, la rebeldía y la cultura de su pueblo.

Igualmente, impulsó reivindicaciones de numerosos artistas e intelectuales, pues desarrolló una fundación para editar música y literatura; financió y grabó agrupaciones que pudieron actuar de manera independiente y buscó nuevos caminos y diferentes perspectivas, incluso en el contexto de su querida Cuba.

¿Dónde están los amigos que tuve ayer? / ¿Qué les pasó? /

¿Qué sucedió? / ¿A dónde fueron? /

Qué triste estoy /

Durante los últimos años de su vida, Pablo tuvo numerosos problemas físicos y de salud que lo obligaron a dar sus conciertos sentado. Tal vez por eso, muchas veces se le vio serio y adusto, no tanto en sus presentaciones, pero sí en algunas de las entrevistas que daba.

A la vez, aunque no por eso, comenzó a manifestar críticas sobre el camino que había tomado el régimen cubano, lo cual sorprendió a algunos que no podían entender (otros lo entendieron claramente) que el gran maestro que aportó obras de singular belleza apoyando la Revolución, se hubiera desencantado de ese proceso. Total, él siempre fue un luchador contra lo establecido, un cantautor que peleaba contra la injusticia y un hombre firme en sus convicciones que no dejó de considerarse a sí mismo un revolucionario. Por eso, sin dejar de amar lo que significó para él todo este proceso, se fue alejando de este, lo cual ya se intuía cuando afirmó que “soy un abanderado de la revolución, no del Gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron; uno tiene que luchar”. Y en esta vía, criticó las políticas que no permiten en Cuba la protesta en la calle o la libre expresión de las personas, al tiempo que cuestionó la falta de independencia del periodismo y el férreo control hacia la sociedad, lo cual consideraba una “herencia del estalinismo” que era necesario superar.

Estas opiniones le granjearon ataques furibundos de algunos que (muchas veces desde lejos), tal vez, decidieron desconocer lo mucho que Milanés hizo en su momento por estas causas. Y también le generaron críticas de algunos viejos amigos, como el gran Silvio Rodríguez, con quien Pablo tuvo años atrás una fuerte ruptura personal cuya razón no ha sido revelada, pero que golpeó profundamente el corazón de todos los que los queremos y admiramos. Si bien Rodríguez afirmó que compartía algunas de las opiniones de Milanés, cuestionó que las hiciera, por ejemplo, en Miami, centro de la más furibunda oposición al gobierno de la isla, considerando que sus declaraciones serían instrumentalizadas para fines “poco edificantes”. A pesar de esto, Silvio nunca dejó de expresar su cariño por Milanés al que definió como el “más grande trovador de todos los tiempos”.

El silencio ya no entiende / lo que es bueno y lo que es malo /

sólo dice sí firmado / y acatando lo que ordenen /

Las críticas de Milanés al régimen cubano no se pueden ignorar, pues manifiestan la clara independencia de una figura preponderante en un contexto en el que los fundamentalismos de derecha e izquierda están en boga. Al respecto, conviene dejar claro que sus planteamientos críticos no están tampoco alineados con lo que sueñan los extremistas del otro lado, así algunos hayan pretendido instrumentalizar sus declaraciones.

Es obvio que Pablo no era en sus últimos años el mismo joven idealista que escribió sus primeras canciones, pero tampoco un reaccionario que, llegada la madurez, desdijo de los caminos que había transitado y los sueños que había tenido. Más bien se trató de alguien que nunca dejó de ser el maravilloso artista que defendía la vida, la gente y la justicia social, el cual, a través de sus canciones, siguió cantándole a la tierra, el amor, la nostalgia, la alegría, las ilusiones y los sueños, entendiendo que la realidad no es en blanco y negro, así muchos no quieran tenerlo en cuenta.

Y en cuanto a la muerte amada / le diré si un día la encuentro /

adiós que de ti no tengo interés en saber nada /

En estas luchas continuaba el gran Pablo Milanés cuando murió a los 79 años en Madrid (España), donde vivía desde hacía varios años. Y lo hizo sin dejar de ser la persona del pueblo que muchos conocieron, el amigo de firmes convicciones, incluso para terminar una amistad fraterna; el intelectual que opinaba libremente y con firmeza sobre lo que creía correcto, el que fue, sin duda, uno de los dos poetas más potentes del contexto de la Revolución Cubana (pero mucho más que eso), el comandante de la nueva canción de muchos lugares del mundo, el individuo que siguió considerándose un revolucionario a pesar de sus inevitables decepciones, el personaje valiente que dijo lo que pensaba en todas partes y el cubano nacido en Bayamo, provincia de Granma en 1943, que siguió yendo a Cuba, a pesar de todo.

Se marchó entonces el que llamaban “Pablito” y que nos cantó con singular belleza sus hermosas composiciones que nos hicieron creer que un mundo mejor sería posible. También el que inmortalizó con sus letras a hermosas mujeres y nos ayudó con sus canciones a cantarles a hermosas mujeres. Y se fue quien homenajeó a los grandes rebeldes de la historia, que nunca dejó de componerle al amor en todas sus facetas, que siguió siendo muy cubano a pesar de tantas influencias y el que admiró a los grandes artistas de todos los tiempos.

Mejor dicho, se fue el que amaba a Cuba y por eso la cuestionaba en sus acciones; el que siguió pensando que nuestro paso por este mundo era para hacerlo mucho mejor, el que le cantó a su pueblo (¿al Pablo Pueblo?) durante toda su existencia, el que hizo hermosísimas canciones que versionaron La Sonora Ponceña y Guayacán (óiganlas), el que no se vendió a ningún extremo político, así nunca dejara de enarbolar las banderas de la izquierda y la Revolución; el que les cantó a las estrellas y el que no hizo solamente canciones sino verdaderas obras maestras.

Y partió hacia un infinito, tal vez “de lluvias coloridas”, el ser inolvidable que, por todo eso y mucho más, vivirá en la mente y el corazón de muchos de nosotros, pues no dejará nunca de ser Pablo, nuestro siempre querido Pablo.

* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017), Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014) y Memoria Histórica del FONCEP (Alcaldía de Bogotá, 2019).

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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