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Luces, música de cámara… ¡Acción!

Diferentes formatos relacionados con el entendimiento de los pequeños conjuntos en tanto célula base de la música académica recorrieron los escenarios cartageneros durante estos días.

09 de enero de 2022 - 01:30 a. m.
Cartagena Festival de Música, programación.
Cartagena Festival de Música, programación.
Foto: Archivos El Espectador

Cómo ha ocurrido ya en quince ocasiones previas, el Cartagena Festival de Música va prometiendo, a algunas horas del cierre, ser el mejor combustible que alguien podría obtener para enfrentar los largos avatares de un año más que inicia. Si a eso le sumamos que ese arranque se da en medio de informaciones cruzadas acerca de nuevas medidas de bioseguridad, de otras variantes del virus y de expectativas ante la perpetuidad indefinida de la pandemia mundial, ahora se le debe considerar un verdadero bálsamo, un paliativo para el espíritu, gracias a su muy cuidadosa selección de repertorio nacional e internacional de cámara.

Varios formatos relacionados con ese entendimiento de los pequeños conjuntos en tanto célula base de la música académica recorrieron los escenarios cartageneros durante estos días, con especial énfasis en la producción de obras para cuarteto de cuerda. Fue arriesgada pero ganadora la selección de seis agrupaciones en dicho formato, dos de ellas colombianas, una consolidada (Q-Arte) y una naciente (Cuarteto Peregrino), más formaciones con esa misma base, secundadas por instrumentistas adicionales, caso del llamado Ensamble Alban Berg, de Viena. Los cuartetos de cuerda invitados desde Austria, Rusia, Francia y Alemania recorrieron con holgura la tradición camarística de sus respectivas naciones.

La selección de obras dio cuenta del estado del arte en cada uno de esos países, Colombia incluido, con piezas de cámara posteriores al clasicismo, enfatizando en los compositores románticos austro-alemanes, los nacionalistas rusos y bálticos, los impresionistas franceses, un manojo de opus de pequeño formato poco conocido de creadores italianos especializados en la ópera, un par de nombres que no nos resultaban familiares y un puñado de creaciones nacionales cuyos responsables supieron traer hasta nuestros territorios las enseñanzas centroeuropeas.

Un par de fantasías a cuatro manos de Schubert y Mendelssohn por parte del dúo germano-israelí de pianos Tal & Grouethuysen, junto con un trío con piano de ese último compositor abrieron las jornadas del Festival el pasado martes 4 de enero. De ahí en adelante pudimos contemplar variantes en pequeña escala de todo aquello que otrora nacía para ser ejecutado en casas, reuniones sociales y en salas de conciertos de mediano aforo. Un día después se fue colando la obra de Brahms, el romanticismo tardío francés que ya empezaba a hablar de texturas impresionistas y varios puentes hacia el futuro con reflejo en la incipiente tradición colombiana, que tendrá ubicados a sus más célebres compositores clásicos en un marco cronológico no mayor a 150 años.

Dentro de las intervenciones más destacadas del Festival se encuentran la ejecución del virtuoso ruso del violín Andrey Baranov, insumiso en su versión del Recuerdo de un lugar querido, de Tchaikovsky, al lado de Maria Baranova en piano; de la misma manera que dejan grato recuerdo el pianista Matan Porat y el Cuarteto Modigliani, de Italia, en su versión del Cuarteto para cuerdas y piano de Gabriel Fauré, y el ensamble Alban Berg en el enérgico Quinteto para cuarteto de cuerdas y piano de Johannes Brahms. Y, por supuesto, la revelación de la textura que en dos pianos y armonio generó la versión original de la Pequeña misa solemne, de Rossini, perdurará en el recuerdo durante mucho tiempo. Este servidor agradece la lección musical que desde Europa del este supuso la incorporación de obras de los relativamente poco conocidos Joseph Suk y Ciprian Porumbescu.

Algunas de las piezas de repertorio nacional que tuvieron un gran despliegue de ejecuciones y espacios físicos, entre ellos el Palacio de la Proclamación y el Centro de Convenciones Getsemaní, nacieron a partir del interés deliberado en un catálogo de obras académicas colombianas, como es el caso de las composiciones de Guillermo Uribe Holguín, Luis Carlos Figueroa y Antonio María Valencia. Otras vieron la luz gracias al acercamiento mixto entre lo clásico y lo popular del que hicieron gala creadores como Adolfo Mejía Navarro y Francisco Zumaqué; mientras que una tercera parte del repertorio nacional seleccionado provino de búsquedas populares escritas originalmente en el lenguaje de cámara o transcritas al mismo, caso de las piezas de León Cardona, Luis Quinitiva y Hugo Candelario González que se pudieron escuchar en los recitales de énfasis nacional.

El protagonismo de los músicos locales, no solo como compositores sino como intérpretes, también fue importante en esta, como en anteriores ediciones del Festival. La Orquesta Filarmónica de Cartagena, en cabeza de la directora venezolana Glass Marcano como invitada; el Cuarteto Peregrino, representando a la Orquesta Filarmónica Joven de Colombia, y la Orquesta Filarmónica Juvenil de Cámara de nuevo nos hablaron del interés de la juventud por la ejecución de instrumentos como alternativa de vida y de la necesidad de la apertura de espacios como el proporcionado por la organización del Festival.

No puede uno sino regresar a casa pletórico de optimismo tras el despliegue de emociones que brindó la 16° edición del ya canónico evento anual en la Heroica. Por supuesto que vamos a seguir acatando las normativas de salud y nos vamos a seguir cuidando, pero por un instante la música nos permitió sentirnos libérrimos o ,al menos, un poco menos limitados que antes.

* Jefe musical de Radio Nacional de Colombia.

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