Monumental Bach, monumental Albrecht

Reseña sobre la presentación ofrecida por el organista Hansjörg Albrecht el domingo 14 de abril del 2019 en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá.

Luis Fernando Valencia*
24 de abril de 2019 - 08:40 p. m.
Hansjörg Albrecht durante su presentación en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República.  / Gabriel Rojas © Banco de la República
Hansjörg Albrecht durante su presentación en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Domingo de Ramos. Los asistentes a la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá esperaban el inicio del concierto de esa mañana mientras conversaban, unos pocos en el foyer, muchos ya en sus puestos. El ambiente se me antojaba dominical, en el sentido coloquial del término: la gente lucía relajada, el tono de las conversaciones descomplicado, con una que otra carcajada aquí y allá.

Un público alegrón y variopinto casi llenaba la sala. Sobre el escenario, detrás de esa algarabía cotidiana, el bellísimo órgano de la sala, joya indiscutible del emblemático recinto, esperaba también a su ejecutor de turno. Mientras caminaba buscando mi ubicación, notaba con interés ese contraste de esperas: un dominical ruido que reunía y entremezclaba historias, ocurrencias, y opiniones, y un solemne silencio que parecía envolver al sublime instrumento que en instantes se ofrecería generosamente como vehículo de la música que reemplazaría a la algarabía cotidiana circundante.

Poco después de tomar mi asiento, vestido todo de negro y con rostro serio, haría su entrada el protagonista de aquella mañana, el célebre organista y director musical alemán Hansjörg Albrecht. Tras los acostumbrados aplausos de bienvenida y la venia correspondiente, el músico alemán se sentó en la silla del órgano, de espaldas al público, revisó brevemente las partes dispuestas sobre el atril y preparó la configuración tímbrica del órgano para lo que daría inicio al concierto: el tema de la afamada Aria con variaciones diversas para clave con dos teclados, más conocida hoy como Variaciones Goldberg, BWV 988 de Johann Sebastian Bach.

Este cuadro inicial se volvería a repetir —con variaciones, por supuesto— durante el resto de la hora larga que duró la ejecución de la monumental obra, adaptada para órgano por el mismo Albrecht: tras la culminación de una variación, una mirada atenta y cercana de la partitura; una lectura veloz del código que indicaba los pasos para establecer la configuración tímbrica que—habiendo sido diseñada por Albrecht para su adaptación de la pieza—correspondía a la siguiente variación; y, por último, la ejecución de dicha configuración por medio de una sagaz manipulación de los botones que en el órgano sirven para cambiar la cualidad sonora o tímbrica del instrumento.

Esta escena entre variaciones le aportaba un elemento curioso a la ya suficientemente asombrosa ejecución musical puesta en marcha. Era mi primer concierto de órgano en la sala; experiencias similares de escucha las había tenido todas en una iglesia, en donde el organista se pierde de vista, con la intención clara de darle protagonismo visual al templo y su significado trascendente.

El ventajoso punto de vista de aquella mañana revelaba para mí los secretos de la interacción cuasi robótica del instrumentista con el órgano; casi como un pasado futurista, en donde el órgano se percibe como un antiguo representante de los más modernos sintetizadores. Así, momentáneamente, la figura de Albrecht se me confundía con la de algún programador de software de la década de los setenta del siglo pasado, algún ‘sonidista’ de un evento en vivo, o incluso en ocasiones con algún trabajador de una sala de control de la NASA.

Inmediatamente después de las encantadoramente extrañas mini-escenas, nos sobrevenía a los asistentes el peculiar sonido escogido para la variación de turno. Temprano en el concierto se advertía la lógica de la adaptación de Albrecht: la selección minuciosa de una tímbrica particular para cada variación, aprovechando así al máximo lo que ofrecía el sublime instrumento en términos de posibilidades sonoras. A las delicias ornamentales y estilísticas que determinaban la lógica musical de cada variación Bachiana se le sumaba la inventiva e imaginación tímbrica de Albrecht y su evidente conocimiento profundo del órgano y sus posibilidades, así como de Bach y su música.

Navegábamos así un concierto realmente mágico en el que el universo sonoro de Bach y sus maravillosas Variaciones Goldberg se materializaban en miríadas de maravillosas sonoridades organísticas difundidas deliciosamente por la exquisita acústica de la sala, y cobraban vida —vibrante, danzante, sublime, triunfal o melancólica según la variación— a través del increíble virtuosismo técnico y musical de Albrecht, de la danza de sus pies por los pedales, de maravillosos y arriesgados cruces de brazos, y de recorridos impensados de sus atléticos y elegantes dedos por los teclados de un instrumento que, antes silencioso, ahora ofrecía todo su potencial sonoro para nuestro deleite musical y visual.

Y después de escuchar en vivo las veneradas variaciones de Bach, una experiencia de veras única, ¿qué podría servir de bis? Albrecht me dejó atónito con una especie de toccata improvisatoria basada en el himno nacional colombiano, en donde el órgano rugió ferozmente, casi como respuesta fúrica al silencio sobrecogedor con que aguardó su momento. Monumental Albrecht. Monumental.

* PhD en Musicología, Profesor Pontificia Universidad Javeriana

Por Luis Fernando Valencia*

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