Third Coast Percussion: entre el show y el misticismo

Reseña sobre la presentación ofrecida por Third Coast Percussion en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El ensamble también visitó Medellín como parte de la Temporada Nacional de Conciertos del Banco de la República 2019.

Luis Fernando Valencia*
19 de octubre de 2019 - 06:56 p. m.
El colectivo Third Coast Percussion durante su presentación en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango el 6 de octubre de 2019. / Gabriel Rojas © Banco de la República
El colectivo Third Coast Percussion durante su presentación en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango el 6 de octubre de 2019. / Gabriel Rojas © Banco de la República

Escribiendo sobre el misticismo del sonido y la música, el místico sufí Inayat Khan señala cinco aspectos identificables en el arte musical: «popular, aquel que induce el movimiento del cuerpo; técnico, aquel que satisface el intelecto; artístico, aquel que tiene belleza y gracia; cautivador, aquel que perfora el corazón; inspirador, aquel en el que el alma escucha la Música de las Esferas».  (Lea también: Trombone Unit Hannover, un octeto variado y versátil)

Este brevísimo fragmento, para algunos quizás un tanto ingenuo y para otros de seguro problemático, no le hace justicia al bello y profundo escrito de Khan. Lo cito aun así porque me llamó la atención la manera en que sugiere cómo diferentes manifestaciones musicales pueden estar interpelando de manera más profunda a una o varias de esas múltiples dimensiones que conforman el espectro que en conjunto llamamos ser humano. Y lo traigo a colación en relación con el concierto que ofreció el ensamble de percusión estadounidense Third Coast Percussion la mañana del domingo 6 de octubre en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá. (Le puede interesar: Sonidos para sorprenderse en la Sala de Conciertos)

Mientras leía el texto de Khan recordaba la portentosa presentación de este cuarteto de músicos norteamericanos, y me preguntaba en cuál de esas múltiples dimensiones había resonado de manera más profunda el imponente conjunto de fabulosos ‘baquetazos’ que había sido aquel concierto. (Lea también: James Johnstone y un concierto inolvidable)

Khan me invitaba así a vislumbrar los recuerdos fugaces que la siempre neblinosa memoria recuperaba de aquella mañana en clave de sus dimensiones. Por un lado, vislumbraba varios momentos del concierto como un espectáculo gimnástico y virtuoso que invitaba a la excitación corporal al tiempo que a la atención perpleja. De éstos hubo varios, innumerables, tanto que podría decirse que esta aura de espectáculo audiovisual —en el sentido incluso del show business norteamericano contemporáneo— permeó el concierto. (Además: Der Musikalische Garten: un concierto perfecto) 

Pero algunos quedaron especialmente registrados en mi memoria: la pieza Donner de David Skidmore, líder musical del ensamble, con la que Third Coast nos introdujo en su embrujo percutivo, consistente en una especie de refinada ‘batucada’ que, entre ritual marcial y celebratorio, va gradualmente engendrando una exquisita experiencia de politemporalidad. O los incisivos diálogos tímbricos y espaciales (en el sentido sonoro pero también en el literal del escenario) de Perpetulum, obra compuesta por el gigante del minimalismo Philip Glass para el cuarteto, en la que los percusionistas navegaron magistralmente tanto la topografía del escenario como la de los diversos resonadores y excitadores designados por Glass para la ejecución.

Otros tantos momentos los vislumbraba en mi memoria como magia, aquella que disfrutábamos de pequeños y que, al resultarnos físicamente inexplicable, felizmente nos invitaba a rendirnos emocionados y boquiabiertos ante el mago de turno. Acá me venía a la mente, en el sentido más lúdico de esos shows de infancia, la escenificación de Aphasia de Mark Applebaum, en la que los cuatro estadounidenses, sentados sobre sillas ubicadas a lo largo de la medialuna del escenario, y con pinta prototípica del llamado estilo ‘formal casual’, realizaban una rigurosamente ensayada coreografía corporal que acompañaba sonido por sonido a los efectos que emanaban de una cinta sonora a manera de Mickey Mousing.

Sin embargo, vislumbraba en otros un tipo de magia diferente; aquella que cautiva, no por sugestión o efectismo, sino por inspirarnos a sumergirnos en intensas ondas emocionales emanadas de las vibraciones sonoras, y que, al hacerlo, como dice Khan, "nos perforan el corazón". Acá me venían a la mente las maravillosas marimbas, cuya ensoñación sonora, en combinación con los procesos hipnóticos propios de un lenguaje marcadamente minimalista, produjeron momentos de profunda emoción tanto en Bend de Peter Martin, integrante del ensamble, y en Death Wish de la joven neozelandesa Gemma Peacocke.

Comenta Khan que «la música pierde su libertad al estar sujeta a las leyes de la técnica», y que «los místicos en su música sagrada, sin considerar la opinión del mundo, liberan [su música] de las limitaciones del tecnicismo». Inspirado por esta idea, lograba vislumbrar momentos en los que el cuarteto pareció haber logrado tal liberación. Como en la ceremoniosa versión de la hermosa y resonante pieza Prayer: Star Dust Orbits de Augusta Read Thomas, para cuencos y crótalos, o en el fugaz e íntimo ‘bis’ al final del concierto, en donde algo emergió del misticismo propio de aquellas experiencias que parecen elevarnos a lugares que trascienden nuestro espacio y tiempo ordinario.

Así, entre el show lúdico, el virtuosismo, la inspiración mágica, y la elevación mística, entre el asombro, las risas, y la contemplación, Third Coast Percussion nos ofreció un verdadero espectáculo audiovisual que, por medio de parches, gongs, platillos, placas, campanas y demás, logró hacer resonar las múltiples y complejas facetas que nos componen como seres humanos.

* PhD en Musicología, Profesor Pontificia Universidad Javeriana.

 

Por Luis Fernando Valencia*

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