Un viaje interdimensional en el Centro de Experiencias

Este año, el Cartagena XIII Festival Internacional de Música le apostó al Centro de Experiencias y con esta iniciativa puso al alcance de todos los públicos la relación entre música y ciencia, además de estrechar los vínculos con la tecnología.

Sara Sofía Rojas
14 de enero de 2019 - 04:03 p. m.
/ Felipe Flórez
/ Felipe Flórez
Foto: EmmanuelUpegui

La visión de occidente, desde Aristóteles, se ha basado en que es imposible que una cosa simultáneamente pertenezca y no a la misma cosa. El filósofo consideraba la existencia de dos mundos: uno celeste, lugar de perfección; y otro terrestre; lleno de imperfectos, que por diversas razones eran incapaces de coexistir. Hoy por hoy, la dualidad, junto a la ciencia y la tecnología, por ejemplo, se ha interpuesto frente a planteamientos como estos para demostrarnos que cosas como la realidad virtual son la viva imagen de que dos fenómenos opuestos pueden convivir.

Mi primer acercamiento con la realidad virtual fue hace unos 15 años con el cine en 3D, cuando las gafas aún eran de cartón y con una especie de papel traslúcido azul y rojo. Hoy el 3D no es lo que era antes; de hecho, ha avanzado al punto de tener sillas que se mueven, además de experiencias sensoriales con agua, viento y otras. Mi más reciente contacto con ella, antes de venir a Cartagena, fue en Navidad, cuando les regalaron a mi hermano y a mis primos unas gafas de realidad virtual. Las probé una sola vez, soy partidaria del “en vivo” en la mayoría de ámbitos de la vida y ver un video de terror o “montar” en una montaña rusa virtual no me llamaba la atención.

***

Caminar por Cartagena y sonreír porque sí ha sido constante la última semana. Podría ser el sol, su cielo azul, el mar, las flores, las palmas y la brisa que las mueve, o todo eso, sumado a lo que ha significado hasta ahora esta ciudad para mí. O a lo mejor solo es el cambio de mentalidad con el que llegué, el de fiarme del azar (que me trajo hasta aquí), y que hoy me tiene frente al Centro de Convenciones de la ciudad.

Construido sobre el mar, y con dos hileras de palmas como camino hasta la entrada, el Centro de Convenciones me da la bienvenida. No ha pasado siquiera una hora desde su apertura y ya hay una buena cantidad de público.

Al fondo, en una de las salas, un señor de unos setenta años está de pie frente a una pared con unas gafas de realidad virtual, unos audífonos y un control en la mano. Le hace una pregunta a la chica que dirige la actividad y señala con la otra algo en la sala sin estar consciente de que solo él puede verlo. Se quita las gafas, la mira y le dice “woah, woooow”.

Este hombre acaba de estar en medio de un video musical, a su alrededor, artistas escénicos van del piso al aire y corriendo de un lado al otro por el salón en que se encuentra. Tras pasar cuarenta minutos en la primera de las salas me dice al salir: “Fascinante. Es una tecnología amable, me genera confianza. No tengo que andar oprimiendo 200 teclas para poder hacer las cosas. Los universos y posibilidades que se abren con esto son infinitos”.

“Los universos y posibilidades que se abren con esto son infinitos”, repito hacia mis adentros y pienso que el espacio es tan grande, extraño e infinito como la música misma. Realmente no están tan lejos uno del otro, no en vano cada una de las conferencias de Giovanni Bietti tuvo relación con el mismo espectro.

Después de un buen tiempo aquí de concierto en concierto, me llamaba la atención el hecho de vivir uno desde dentro, como un músico más de la orquesta. Las primeras dos funciones de uno de los espacios multisensoriales estaban llenas; me pareció una buena señal, así que esperé.

Ya en la silla con las gafas y los audífonos puestos, cerré los ojos; empezó la música, los abrí. Tenía al director de la Philharmonia Orchestra frente a mí, detrás suyo, al público viéndolo, viéndolos, viéndome. A la derecha y a la izquierda las cuerdas, detrás los vientos y la percusión. Era cuestión de girar un poco para percibir cómo al voltear el sonido cambiaba de lugar, llegaba a mí conforme me movía.

La música se hacía progresivamente más fuerte, las expresiones de los músicos también, el director movía sus brazos con mayor sentimiento. Se acabó, sonreí. Qué diez minutos más rápidos, pensé.

Salí del Centro de Convenciones de Cartagena tarareando lo que podía recordar. Estaba convencida de que la música, como lenguaje universal, está en movimiento, que los grandes autores clásicos no son cosa del pasado, están aquí y ahora. Se renueva y va más allá de sí misma para proyectarse en el todo, como si se tratara de una nueva dimensión. Es el cielo, el sol, el mar, la calle, las plantas, la ciencia y hasta la tecnología. Sonreí.

Por Sara Sofía Rojas

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